Una amiga cuyos criterios me gusta escuchar, porque sus posiciones radicales me hacen investigar y estudiar, me comentó que, a ella, lo de educar para la paz, no le parece que sea lo opuesto a cultura patriarcal, que le hace ruido. Medité sobre ello, y le concedo razón en parte, porque como a igualdad, libertad, dignidad y justicia, parecería que, al concepto de paz, le han robado su horizonte de sentido. A pesar de ello, de la misma forma que sigo apostando a los otros principios o derechos mencionados, seguiré por ahora, apostando a la paz, mientras nos inventamos nuevas formas de nombrar eso que necesitamos conseguir en la humanidad. Ahora bien, al igual que explico que cuando hablo de amor que no me refiero a una emoción romántica momentánea, sino a respeto, compañerismo, compasión, solidaridad, reconocimiento de la legitimidad individual, honestidad, aceptación, civilidad, justicia, libertad, apertura, amistad; aclaro que Paz está referida al Ser y el Hacer, en un camino desde el pensamiento y la crítica.

En el siglo pasado los Estados reconocieron que la violencia contra la mujer es un problema de Estado, estamos en 2017, y parecería que en lugar de disminuir se agudiza.

Si reconocemos la violencia del machismo, erradiquemos el machismo, para erradicar la violencia. Tenemos mucho tiempo realizando acciones puntuales, sin lograr el objetivo. Parecería indicarnos que se requiere acciones transversales y permanentes hacia una transformación cultural. Los varones tienen que aprender que los cuerpos de las mujeres no son receptáculos para su violencia. Para eso tenemos que modificar las prácticas colectivas y patrones de relacionamiento social.  Hay una Campaña del Gobierno de Italia, en el marco de la Agenda 2030, muy especial, dice: “Una sola forma de cambiar un novio violento, cambia al novio. Un violento no merece tu amor, merece tu denuncia. No te cases con un violento, los niños aprenden rápido, que aprendan la paz”. A eso me refiero, a una denuncia de la violencia, con real apoyo, con seguimiento, con acompañamiento y con presupuesto.

Decía en el artículo pasado, que es necesario trascender la formalidad del aula, que la educación y la transformación de la cultura se da desde todos los espacios. Y que se requiere una Política, pero se amerita sinceridad y medios de realización. Educar para la paz, es transformar culturalmente la sociedad en nuestras interacciones cotidianas. Necesitamos hombres que se comporten en concordancia con lo que el imaginario nos construye, ese prójimo cariñoso al que anhelamos tener cerca para que sea compañero. Y no una amenaza potencial y real, porque las relaciones de pareja se conviertan en un peligro por la violencia que pueden entrañar, por duro que suene. Y necesitamos mujeres listas para relacionarse con esos nuevos hombres. Porque a pesar de que la construcción imaginaria sigue hablando del “hogar” como espacio seguro, las cifras de violencia nos dicen que es posiblemente el espacio más inseguro para las mujeres y para la infancia. Según la página de la Red de Mujeres Latinoamericana y del Caribe en Gestión de Organizaciones, entre el 45 al 65% de feminicidios suceden dentro de las casas, cada 15 segundos una mujer es agredida, en 1 de cada 3 hogares, ha habido violencia, intimidación, maltrato, abuso físico o sexual; 4 de cada 5 mujeres que se divorció reporta algún tipo de maltrato en su relación; cada 9 minutos ocurre una violación sexual contra una mujer; en Latinoamérica más del 85% de la denuncia de maltrato queda impune.

Los costos económicos, sociales y de toda índole de la violencia son enormes. Ausentismo laboral, desempleo, menor capacidad de ahorro, menor participación en el mercado laboral, menor productividad, escaso rendimiento escolar, deserción, embarazo adolescente, enfermedades de transmisión sexual, rompimiento de vínculos familiares, en definitiva, deja a las personas viviendo sin vida, porque vivir con miedo, vivir a expensas de ser golpeada en cualquier momento y de que sobre ti esté la amenaza de muerte permanente no es vivir. De esa paz es la que hablo, no de sumisión, no de aceptación, no es la paz que acepta todo, para no confrontar, enfrentar, discutir y resolver lo que deba ser resuelto. Insisto, es la paz, de la seguridad, la estabilidad, la dignidad, la legitimidad, el reconocimiento, el respeto, y el ejercicio de derechos que me permite ser libre e igual, desde la diversidad y la diferencia. Y desde ahí, hay mucho que se puede hacer para construir ese nuevo ser humano, libre de machismo, de misoginia, de homofobia.

La propuesta es que pongamos a funcionar la sociedad, como decimos que queremos que funcione, pues todos los discursos hablan de la necesidad de vivir en seguridad y tranquilidad. Se imaginan si todas las Universidades, los bancos Comerciales, las Instituciones Públicas, las grandes empresas, crearan programas de formación para la vida integral de su personal. Que en todos esos espacios se realicen investigaciones sobre la incidencia de la violencia intrafamiliar y de género. Y que se desarrollen acciones formativas tendentes a establecer compromisos de que todo el personal iniciara un nuevo modelo educativo con sus hijos e hijas.

Lo que implicará formación, campañas internas de sensibilización, trabajo de equipo sobre deconstrucción de la violencia, asistencia psicológica y terapia, actividades individuales y grupales, seguimiento, grupos de apoyo y todas las dinámicas que el proceso vaya definiendo. Establecer que un eje de la Responsabilidad Social Empresarial se encargue de abordar de forma integral a las personas que laboran en la institución y comprometerse con la superación de la violencia en sus espacios de vida. Y aquí un especial llamado de atención, no lo estoy planteando en una visión tradicional de familia, que vuelva a colocar a la mujer en roles estereotipados. Todo lo contrario, se trata de reconocer que ese modelo de familia, donde la mujer es la responsable del cuidado no se sustenta, se agotó; y lo que se necesita es construir un modelo de corresponsabilidad donde todos los integrantes de la familia tengan la obligación de colaborar y la sociedad en su conjunto también tenga su cuota de responsabilidad.

Sería un trabajo en varias vías, por una parte, investigación del contexto en que viven las personas que laboran, información útil para identificar situaciones de riesgo y vulnerabilidades. Que además de la preparación de la formación, puede incluso aprovecharse para movilización solidaria de compañerismo (para mejorar casas de personal de menores ingresos por colectas grupales, que hijos/as de personal directivo realice alguna labor de acompañamiento hijos/as de personal de base, al estilo los programas de adopta un hermano/a, etc.). Podría pensarse en que el programa de formación, sensibilización, implique la asunción de responsabilidad individual, y que luego formaría parte de la evaluación de desempeño en la empresa; encaminado a que se convierta en un orgullo de la empresa o la institución, el que en su espacio laboral no hay hombres violentos. Lo que implica que el personal directivo es el primero que va a revisar sus comportamientos y a superar lo que tenga que superar. Atención, insisto, si queremos que este tipo de programas produzca un cambio no se trata de aplicar la misma receta que tenemos aplicando la vida entera.

Es mucha información para un artículo, pero dejar claro que realizar este tipo de propuesta es un trabajo, involucra desde las más altas instancias de cualquier organización, recursos económicos y humanos, y que no es fácil, porque no puede ser fácil transformar una cultura, pero es posible. Debemos pensar si realmente nos interesa seguir viviendo en la República Dominicana, tenemos que tomar en serio trabajar para la paz, o buscamos alternativas serias o esperamos el desborde, la decisión es nuestra.

Reiteraciones y puntualizaciones: Si logramos involucrar el ámbito universitario, bancario, empresarial e institucional público, en una primera etapa, para que se involucren en un trabajo con su personal para la transformación de las prácticas cotidianas de violencia de género e intrafamiliar. Se realizan investigaciones para conocer el entorno familiar, comunitario e individual de interacción. Se crean espacios de sinergia y colaboración interna, espacios institucionales de cuidado y atención, se fomentan la responsabilidad individual y colectiva de asumirse no violentos. Todo esto desde una visión centrada en derechos, no en el modelo tradicional excluyente basado en estereotipos de género, que cosifica a las mujeres y las invisibiliza de su rol político, social y público. Y cada instancia involucrada inicia procesos encaminados a que internamente no exista acoso, acoso sexual y violencia. Y hacia su socialización externa sea un orgullo, ser una persona de paz.

¿Esto es fácil? No. ¿Esto es posible? Si. ¿Esto es barato? No. ¿Esto es más barato que los costos que estamos pagando por la violencia? Si. Si se decidieran a sacar un porcentaje de sus ganancias a este fin, Y si todo esto se propicia desde una iniciativa común, que articule un gran plan, se van a dar cuenta de lo bueno que el Feminismo puede ser para el mundo. En lugar de temerle, le amaran ¿o es que estoy equivocada, y realmente interesa vivir en este desorden, miedo y violencia? Sigo pensando que no, que somos más las personas que queremos un mundo bueno, porque la vida es bella, precisamente por eso, porque pensamos que es posible un mundo bueno, que podemos romper barreras y hacer justicia. Y que el amor es más fuerte que la iniquidad. Y seguimos entregándonos con pasión al juego de vivir. Y seguimos siendo fuertes y valientes. Y como siempre digo, es bueno lo que queremos las mujeres, porque las mujeres queremos vivir en paz.