“Jamás pude admitir la mixtificación de que la educación es un quehacer neutral. Yo pienso lo contrario, que la educación es siempre un quehacer político. No hay, pues, una dimensión política de la educación, sino que ésta es un acto político en sí misma. El educador es un político y un artista; lo que no puede ser es un técnico frío”. – Paulo Freire
El pecado capital es aquel que al cometerse produce mayor inclinación a cometer otros. Se llama pecado “capital” por su capacidad de desencadenar otros vicios. En buen dominicano, el pecado capital da seguidilla, por eso hay que evitarlo a toda costa.
El pecado capital es una enorme fuente de tentación con capacidad de conducir a la perdición por su nocivo efecto sistémico. Caer en esa tentación es iniciar el descenso a las más profundas bajezas del alma.
En los individuos y en las tribus, la soberbia es el principal pecado capital, engendrador de muchos vicios. La soberbia potencia todos los demás pecados, pues desde que una persona se cree superior, insustituible, prácticamente infalible, cae en la tentación de seguir pecando en las más variadas formas, sin límites ni consideración de las consecuencias. En definitiva, es el pecado más difícil de purgar. Dicen que Lucifer cayó del Cielo por su acendrada soberbia, la misma que llevó a Hitler a dirigir su tribu a cometer las mayores atrocidades del siglo veinte.
La soberbia es una variante aberrante de la sana autoestima, es el orgullo desbocado, que, en lugar de potenciar el crecimiento, es destructivo. La dignidad propia es innegociable, pero nunca debe ser en desmedro de los otros: el individuo soberbio pretende ser más digno que los demás. La soberbia es la más peligrosa aberración del espíritu, pues es la más difícil de autodiagnosticarse, la más difícil de frenar. Una vez se infiltra en el alma, se dificulta exorcizar.
El partidismo político en el sistema educativo es lo que la soberbia al alma de un individuo o al espíritu de una tribu. Así como la soberbia es la semilla de muchos vicios en el individuo, el partidismo político en el sistema educativo engendra incontables secuelas que desnaturalizan su función, socavando la calidad de la educación.
Si la soberbia es una forma aberrada de la equilibrada autosestima, la política partidaria en el sistema educativo es una aberración de la natural función política de educar, en el sentido bien definido por Paulo Freire, de que no hay educación neutral.
“La educación es siempre un quehacer político”, pero debemos velar por que ese quehacer no degenere en tribalismo partidario.