Padres gritando y maltratando a sus hijos, personas respondiendo con violencia ante situaciones que se les presentan, compañeros de clase abusando de otros, feminicidios, atracos, abuso de poder, violación a la ley, agresividad en el tráfico. Sólo basta leer o ver las noticias y salir a la calle para darnos cuenta del gran reto que tenemos para lograr una cultura de paz en la que reine la armonía y el respeto. Si no comenzamos con nosotros mismos, en el hogar y en la escuela, será difícil alcanzarla.
El pasado 21 de septiembre celebramos el Día Internacional de la Paz en todo el mundo, poniendo en evidencia el deseo y la buena intención de la gran mayoría por convivir sin maltrato, desigualdades ni violencia. Muchos subimos mensajes y citas en las redes que invitan a sumarse a las iniciativas por la paz, pero en muchas ocasiones no ponemos en práctica lo que se predica a la hora de enfrentar las situaciones diarias y al interactuar con los demás.
En los centros educativos se realizan proyectos, murales y actividades diversas para celebrar este día de la paz con los estudiantes, los docentes y las familias. Esto cumple una función importante, pero no es suficiente. Lograr una convivencia pacífica requiere de un trabajo diario y constante que comienza con el compromiso de cada persona, siendo los padres y educadores los más importantes al momento de formar a niños y jóvenes.
El hogar y la escuela son los lugares donde aprendemos a convivir con los demás. Si la convivencia en estos espacios está basada en discriminación, maltrato, falta de respeto, poca confianza y mala comunicación, los resultados son graves. En cambio, si se promueve el diálogo, la participación, la reflexión, mediación y autorregulación, tendremos mejores ciudadanos.
Es difícil tener tranquilidad y vivir en paz si se enfrenta un campo de batalla en los hogares, en las escuelas y en las calles. Pero lamentablemente, esta es la dura realidad de la gran mayoría. Estamos en modo alerta y a la defensiva ante tantas amenazas y atropellos. Mantener la calma es un gran desafío. Pero se puede lograr. El aceptarnos y aceptar a los demás con sus diferencias es fundamental. Comencemos con el trato que damos a los que nos rodean y la forma de comunicarnos. Promovamos el respeto a las normas y garanticemos los derechos humanos, sin importar lo que hagan los demás. Nademos contra la corriente y seamos ejemplo en todo momento.
Educar para la paz es responsabilidad de todos. Es una necesidad urgente para lograr el desarrollo pleno del ser humano y de las sociedades. Y esto no significa evitar las diferencias y los conflictos, sino aprender a abordarlos de manera apropiada. Consiste en enseñar valores sólidos, actitudes y estrategias efectivas para solucionar las situaciones y problemas sin violencia.
La agresión no es la forma en que debemos relacionarnos. La mejor manera de evitar la violencia es con la prevención. Actuemos a tiempo con un cambio de actitud, con el respeto y con la convivencia pacífica en cada momento y lugar donde estemos. Esto es más poderoso que nuestro discurso o que los mensajes que publicamos.
En nuestro país se lanzó recientemente la Estrategia Nacional para una Cultura de Paz que promueve el desarrollo de competencias para la solución pacífica de conflictos. También contamos con un protocolo para la promoción de la cultura de paz y el buen trato en los centros educativos. Ojalá podamos ver los resultados de la aplicación de estas y otras iniciativas, proyectos y programas. Mientras tanto, cada uno que aporte su granito de arena por la paz tan anhelada por todos.