El COVID-19 nos ha obligado a vivir en la covirtualidad, es decir una virtualidad mediada por esta enfermedad y encierro forzado de vivir la vida envueltos en lo virtual, donde interactuamos de manera permanente con pantallas, las cuales nos miran y las miramos. No en una virtualidad normal, en la que se pueda compartir con otros entornos naturales y de interacción en espacio físico.
Hoy se ha planteado la educación virtual como la modalidad más adecuada para enfrentar la pandemia, descartando la educación híbrida o semi presencial, que es la combinación de lo presencial con lo virtual, pero que dado el contagio por el virus, es imposible su aplicación, y se descarta la modalidad presencial, ipso facto.
Es bueno señalar que se habla de educación a distancia como modalidad educativa, en cuanto a utilizar la televisión o la radio como recursos, como si estos no entran en el plano de lo virtual, con el uso de la pantalla, visualización y frecuencia modulada digital. La educación a distancia de principio de los 70 del siglo pasado, era por correspondencia, y no mediaba nada lo digital; la pantalla con alta resolución, uno de los puntos de partida de lo virtual, no existía.
Hoy la educación virtual no se reduce solo a un aula virtual, sus entornos de enseñanza aprendizaje implican otros recursos, tales como las redes sociales y las aplicaciones como WhatsApp o la televisión y la radio digital, que no escapan al cibermundo. Esto no deja de lado el aula virtual, que es donde se cristalizan sus principales contenidos, pero dado que estamos viviendo la covirtualidad, no se puede excluir del proceso educativo virtual, en el que el objetivo principal es buscar que los alumnos aprendan, participen y se empoderen de su vida, gracias al conocimiento adquirido y procesado por el buen manejo de los datos y la información, que brotan de la Tecnología de la Información y la Comunicación (TIC), la Tecnología del Aprendizaje y la Comunicación (TAC) y la Tecnología del Empoderamiento y la Participación (TEP).
Es por eso que el comprender las TIC-TAC- TEP, es lo fundamental en el sistema de la educación virtual, y readecuarlas a estos tiempos de la covirtualidad, en los que se vive lo virtual, no como parte del proceso real de una vida cotidiana en espacios sociales, sino que se vive inmerso, casi por completo, en el mundo de la pantalla, tal como lo llegué a reflexionar hace tiempo, y que de manera más exhaustiva, lo abordan Lipovetsky y Serroy, en su libro “La pantalla global” (2009), con la única diferencia que esas vidas de pantallas que estos pensadores reflexionan está alejada de estos tiempos de covirtualidad, porque este mundo de pantalla no se puede vivir en plazas públicas, en playas, parques o una terminal de aeropuerto, sin que medie el COVID 19 y el jalón de la conciencia de lo transido por el acontecimiento de la pandemia que ha producido cientos de miles de muertos y millones y millones de contagiados y desempleados.
Este contexto social y virtual en que nos encontramos inmersos, como resultado del COVID, de por sí ha implicado proceso de enseñanza- aprendizaje, porque vivimos una nueva forma de sobrevivencia y de desafío que nos lleva a buscar soluciones y repuestas a la vida inédita en la historia de la humanidad. Por tal razón, es de suma importancia comprender que nuestra existencia por este planeta errante por los confines del Universo ha cambiado, que tenemos revisarlo todo y que la solidaridad, la cooperación y el trabajo en equipo, forman parte de esta era del cibermundo.
Con esto no estoy descartando cierto retorno de lo pandémico (peste negra ) pero los tiempos y sus repuestas son diferentes, la concepción del eterno retorno no es que se repite lo idéntico, sino que se produce lo diferente. Hoy vivimos en el ciberespacio, antes, solo en el espacio; antes se vivía solo en lo real, hoy también, en lo virtual cibernético y digital. El mundo antes era de la ciencia, hoy de la tecnociencia y de soluciones rápidas a un virus que otrora hubiese acabado con millones y millones de seres humanos.
Hoy vivimos con la esperanza de que la vacuna esté combatiendo la pandemia del coronavirus (COVID-19) para fin de este año 2020; en otra época, se vivía más sumergido en un tiempo cíclico, donde los acontecimientos sucedían en décadas y el hablar de peste o pandemia, significaba el fin del mundo, el juicio final en el cielo, hoy es juicio final de la tecnociencia en la tierra, para que resurja el trabajo-placer y consumo. Hoy la exigencia de repuestas y soluciones tiene que ver con la vida acelerada que llevamos, se vive más deprisa, por lo tanto, la aparición de una vacuna para combatir el COVID-19 no puede esperar. Antes de la era del cibermundo, de este mundo virtual, disruptivo e innovador en tecnociencia, encontrar repuestas y soluciones a una pandemia era vivir una historia sin fin, que solo Dios sabía.
Es por eso que tenemos que comprender que entramos a la educación virtual no como un proceso bien planificado y de ejecución con una agenda previa trabajada y planificada, sino por un virus producto de seres biológicos (virus no sintético) y no por uno construido en laboratorio o informático (sintético). Es por eso, que la prudencia es lo más adecuado ante el presente panorama, no se puede actuar con precipitación e insensatez.
En este contexto, se ha de comprender que el profesor se tiene que mover como facilitador o tutor con cierto grado de responsabilidad y flexibilidad (ética virtual) en estos entornos virtuales de aprendizaje y que los administradores de estos espacios (rectores, directores, administradores) tienen que saber moverse entre el control y la flexibilidad (ciberética) de todo este sistema digital (plataforma, aula virtual, evaluación y control) ante un panorama desolador, repleto de incertidumbre, de rostro de dolor (muertes, contagio y desempleo), como consecuencia de la pandemia.