En la última semana escribí sobre la manipulación de los sentimientos gregarios y la necesidad de promover una cultura del debate para contrarrestar la falta de fundamentación racional en nuestras discusiones sobre los temas de interés ciudadano.

El problema de crear esta cultura no es una cuestión menor. De ello depende nuestra capacidad para erradicar la ancestral tradición autoritaria que permea todas las formas de nuestra vida nacional y crear una cultura del ejercicio ciudadano.

Para lograr este propósito la educación juega un papel fundamental, pero no cualquier tipo de educación. Se requiere un tipo de formación que promueva la actitud crítica y la argumentación racional.

En sentido general, la educación dominicana ha sido autoritaria por sus procedimientos pedagógicos, pero también, porque incentiva “los espacios cerrados”, o carentes de debate y análisis crítico. Uno de los signos distintivos de esta educación ha sido su localismo. Se trata de una “educación tribal”, pues promueve el aislamiento.

En el plan dominicano de estudios se pueden cursar los últimos años del bachillerato sin recibir un solo curso de historia internacional. Si el estudiante ingresa a una  institución dominicana de educación superior es muy probable que durante cuatro o cinco años no discuta o reflexione en el aula sobre uno solo de los acontecimientos que desbordan el constreñimiento geográfico y cultural de nuestra isla.

De igual modo, las prácticas educativas dominicanas carecen de un programa continuo de intercambio cultural que haga a nuestros estudiantes y profesores partícipes del encuentro con las creencias, puntos de vista y costumbres de personas pertenecientes a lugares distintos, con todo el enriquecimiento experiencial que implica el reto intelectual de calibrar nuestras propias creencias al contrastarlas con otras diferentes y de ver formas de vida distintas a aquellas con las que estamos familiarizados.

La carencia de una educación intercultural, unida a la tradición autoritaria que ha prevalecido en nuestro país durante la mayor parte de nuestra historia, ha contribuido a la conformación de una imagen tribal del mundo, reflejada en el modo de enfocar muchos de nuestros problemas y en los procedimientos para enfocarlos.

Hoy, en este mundo de culturas interconectadas requerimos una “perspectiva global” de los problemas. Si nuestra educación y nuestro proceso general de formación no ejercitan las destrezas para convertirnos en “ciudadanos globales”, en el siglo XXI contuinaremos siendo una tribu de rascacielos y jipetas.