En mi pasado artículo critiqué la posición de algunos grupos del movimiento protestante opuestos a la inserción de la educación sexual en las escuelas dominicanas. Históricamente, dentro de las religiones organizadas de Occidente se ha tenido problemas para asimilar la sexualidad como lo que es: un fenómeno natural. La oposición a la educación sexual es una de las expresiones de esta “sexofobia”.
Uno de los supuestos erróneos del paradigma cuestionado es la idea de que la sexualidad es fundamentalmente un fenómeno moral, no un fenómeno biológico que tiene implicaciones morales.
Un ejemplo resultará ilustrativo. Imaginen una mujer que se encuentra en estado de coma por una enfermedad incurable. Su estado es vegetativo. Lo que la mujer experimenta tiene implicaciones morales, porque los familiares de la mujer pueden verse en la encrucijada de decidir si mantienen a un ser querido sufriendo, o deciden acelerar su muerte para terminar con el sufrimiento.
En esta situación estamos ante un problema biológico, la enfermedad, que debe ser tratada por expertos –médicos, psicólogos, etc.-. Ahora bien, este fenómeno tiene implicaciones morales en las que están involucrados no expertos –los familiares del paciente- que son responsables de pensar y decidir. Estas decisiones, así como los principios que las guían son objeto de la reflexión racional del filósofo moral.
Así, los problemas morales emergen de las acciones humanas y todas las personas con sus facultades intelectuales hábiles se encuentran en condiciones de reflexionar sobre ellos, así como facultadas para tomar decisiones con respecto a los mismos.
Por el contrario, los fenómenos biológicos son problemas de expertos. Éstos exigen un proceso de aprendizaje guiado por especialistas, aunque las implicaciones de estos problemas impacten a toda la sociedad y requieran de un diálogo entre todos los integrantes de la comunidad, sean o no expertos.
Al ver la sexualidad básicamente como un problema moral, muchas personas religiosas asumen que la temática no requiere ser enseñada como otras especialidades. La perciben meramente como un asunto moral que en cuanto tal, atañe a los padres, no expertos en los procesos biológicos y psicológicos de la sexualidad, pero tutores morales de sus hijos.
Vista como un fenómeno natural la sexualidad es un objeto de estudio de las ciencias de la naturaleza –, así como de la Psicología. El mismo tendrá implicaciones morales y por tanto, estimulará la reflexión filosófica –el problema de optar por una vida hedonista es uno de ellos-. Pero en el siglo XXI ningún problema filosófico serio se construye negando la mirada científica.
Partiendo de estos supuestos, queda fuera de duda de que la educación sexual no debe ser dejada al arbitrio de personas sin el entrenamiento profesional para abordarla. Por consiguiente, es necesario que forme parte del currículo educativo dominicano y sea enseñada por especialistas.
Durante siglos, la sexualidad ha sido vista en Occidente como un fenómeno moral con dimensiones biológicas. Es hora de verlo como un fenómeno biológico con implicaciones morales.