En mi pasado artículo, me referí al planteamiento de Noam Chomsky sobre el asedio neoliberal de las universidades y su implicaciones para la educación superior.
El paradigma neoliberal es la antítesis de la educación entendida como el proceso de formación de las personas para vivir en comunidad, porque la finalidad de las universidades, de acuerdo con este modelo, es educar para el mercado, instruir personas para que contribuyan con su trabajo a aumentar la riqueza material de una nación.
A simple vista, no hay nada nocivo en esta concepción, porque, ¿no aspiramos todos a estudiar para obtener una licencia que nos permita obtener un empleo y satisfacer nuestras necesidades materiales?
El problema es que nuestras necesidades no son solo económicas. El modelo neoliberal convierte lo que debe ser una de las aristas del entrenamiento universitario (obtener un empleo en función de unas capacidades desarrolladas) en el fin exclusivo de la educación, en su fundamento.
Como consecuencia, las instituciones de educación superior se convierten en “fábricas de títulos para el mercado”, obviando el compromiso que las mismas deben tener con la producción del conocimiento humano y el enriquecimiento de la experiencia espiritual de la humanidad.
El conocimiento humano implica un conjunto de experiencias de sentido y comprensión como son: la ciencia, el arte, la filosofía, la literatura y todo el conjunto de las humanidades.
Si vemos los saberes como meros instrumentos para obtener un empleo, entonces, la ciencia se reduce a la tecnología que podemos aprender y aplicar para producir productos consumibles en el mercado. Se margina entonces, todo conocimiento científico dirigido al aumento de nuestra comprensión del mundo no directamente aplicable. Con ello, se desecha la mayor parte del saber humano desde la cosmología y la física teórica hasta las investigaciones de las ciencias sociales no relacionadas con los intereses de las empresas modernas.
Del mismo modo, siguiendo la misma línea de pensamiento neoliberal, se abandona el arte como recreación subjetiva del mundo, como mirada personal que expresa un modo profundo de ser en el mundo para transformarlo en mera “producción light” para el consumo masivo, empobreciendo la experiencia del artista y del lector de la obra de arte.
Y finalmente, se marginan los saberes de la urbanidad, de la ciudad, aquellas formas de comprensión cuyo fin no es acrecentar nuestra riqueza material, pero si posibilitar la convivencia dentro de un espacio donde dicha riqueza sea sostenible y distribuible para una comunidad de personas: la filosofía, la literatura, la antropología y el conjunto de los saberes humanísticos se encuentran dentro de estos saberes.
Requerimos pues, abandonar la mentalidad neoliberal, cuya consecuencia es la marginación de los “saberes de la urbanidad”. Sin estos saberes, podremos convertirnos en profesionales con habilidades para competir en el mercado, pero seremos individuos destructivos para las relaciones que constituyen la convivencia pacífica, dialógica y democrática.