La población dominicana es reconocida por estar formada en su mayoría por personas honestas y serviciales, que hacen todo lo posible para ayudar a un familiar, un amigo o un simple extraño que busca información. Ésta es una de las ventajas de las personas de origen latino: tienen una mayor capacidad empática que las personas de otros orígenes socioculturales. Desde el momento en que llegué al país, hace poco menos de tres años, pude presenciar la disposición de los dominicanos para ayudar a los necesitados.

Pero entre personas bondadosas hay quienes insisten en permanecer vinculados a costumbres pasadas, a comportamientos que, si en algún momento de la historia tuvieron algún sentido, aunque injustificable, hoy no se pueden admitir. En pocas palabras, cuando hablamos de delitos de explotación sexual comercial contra nuestra juventud o sobre trata de personas, podemos ver que la gran mayoría de los perpetradores son hombres, quienes están atrapados en conceptos medievales y enfermizos, donde la persona es simplemente un objeto que luego ser disfrutado se descarta.

La gran pregunta es: ¿por qué sucede esto? ¿Por qué tantas personas carecen de un mínimo de empatía, amor y respeto por los demás? ¿No deberíamos preocuparnos también por las razones por las que estas personas hacen tanto daño a los otros?

Las políticas públicas que buscan minimizar la ocurrencia de delitos como la trata de personas generalmente se enfocan en sus consecuencias, es decir, en lo que sucede después de la comisión del delito. Invierte en la Policía, el Ministerio Público, el Poder Judicial, el CONANI para rescatar a las víctimas, castigar a los delincuentes e intentar restaurar a las víctimas por el trauma sufrido. Todas estas medidas son fundamentales y hemos estado luchando como sociedad civil para que tales organizaciones cuenten con los recursos necesarios para hacer su trabajo. Pero debe haber otra capa de acción estatal dirigida a la prevención real del crimen de una manera más integral. En general, incluso cuando los recursos se invierten en prevención, tienen los mismos defectos originales: automáticamente pensamos en la formación de los servidores públicos y en la ampliación de las estructuras estatales. Esto también es necesario, pero no suficiente. Necesitamos ampliar esfuerzos para llegar a toda la sociedad, especialmente a aquellos que insisten en actuar de manera criminal.

Y es necesario que esos esfuerzos de prevención comiencen en la escuela. Nuestros hijos necesitan conocer una realidad que se les oculta, por temor a que los padres o maestros aborden temas considerados sensibles, como los delitos sexuales o porque la propia familia desconoce por completo la realidad criminal y las herramientas a su alcance para combatir el crimen y el criminal. Y, por supuesto, hay aspectos culturales que también deben abordarse. Por lo tanto, la escuela es el princip lugar donde tal conocimiento puede cambiar la forma en que las generaciones futuras piensan sobre el tema.

Necesitamos un cambio de cultura y un sistema educativo que transversalmente incorpore soluciones que humanicen la educación y minimicen la ocurrencia de hechos tan lamentables que involucran a algunos de nuestros compatriotas. Necesitamos educadores que sepan identificar signos de posible violencia familiar o sexual. Necesitamos familias que conozcan las consecuencias de entregar a una hija en el comercio sexual. Ha llegado el momento de pensar en acciones de largo plazo que busquen visualizar el país que queremos ser en 20 o 50 años. Es posible realizar tales cambios, pero para ello es necesario que la sociedad y sus gobiernos estén conscientes y comprometidos con la adopción de tales acciones. Estos son compromisos que la sociedad asume en beneficio de su futuro, y si esto es más que necesario cuando pensamos en la calidad de la educación pública dominicana, más aún si reflexionamos sobre la violencia que se podría evitar con acciones educativas que desnaturalicen el comportamiento delictivo disfrazado de rasgo cultural. La escuela no es la solución para todo, pero es el único espacio social donde ese cambio es posible.

También debemos reflexionar sobre el sufrimiento causado por los delincuentes sexuales contra adolescentes vulnerables o sobre la vida que llevan las mujeres dominicanas, sometidas al comercio sexual en el exterior. No estoy hablando de teorías al respecto. Esto está sucediendo ahora mismo mientras usted lee este texto.

El desafío es que cada vez más personas se preocupen por la vida de quienes viven en tal vulnerabilidad económica y social, que este interés se convierta en una voz activa a favor de estas personas. Solo cuando esta percepción sea común se podrá incluir en la agenda nacional la necesidad de transformar la educación dominicana, para que se convierta en la herramienta que nos mejorará como pueblo y que servirá de guía para una nueva generación, basada en principios verdaderamente humanistas. Esta es la forma de construir una sociedad justa y próspera, y debemos avanzar en esa dirección.

Tales palabras pueden parecer utópicas, imposibles de ejecutar. Resulta que esta es la única forma de lograr el desarrollo que queremos, y por abrumador que parezca, es factible si las voces que piden justicia son suficientes para hacerse oír. Incluso es vergonzoso que a estas alturas de la historia humana estemos discutiendo cosas tan básicas desde el punto de vista moral y justo, pero esto se debe a que el país no ha podido ofrecer las condiciones mínimas para el desarrollo intelectual y moral de los hijos e hijas de nuestra tierra. El factor que puede nivelar oportunidades y mejorarnos como sociedad es la educación pública, gratuita y de calidad. Ésta siempre ha sido y sigue siendo la llave que abre la puerta al desarrollo de civilizaciones.

Te invito a ser una voz activa en la búsqueda de una sociedad más justa, a usar tu influencia y tus redes sociales a favor de la justicia. Pero también te invito a pensar en medidas que no solo reduzcan el sufrimiento de la víctima, sino que eviten que ese sufrimiento ocurra. Y considerando que el delito lo comete más a menudo un dominicano, ante la mirada de una sociedad anestesiada es necesario que reflexionemos sobre medidas que busquen incidir en las causas de esta falta de empatía. La educación en este contexto debe transformarse y solo nosotros podemos ser los vectores que catalicen la voluntad de nuestros gobiernos para que prioricen la educación y adopten todas las medidas necesarias para su reforma fundamental, aunque tardía.

*José Monteiro es director de Misión Internacional de Justicia en República Dominicana y coordinador general de la Coalición de ONGs contra la Trata de Personas.