Es innegable el avance de la educación dominicana. Destinar más del 20% del Presupuesto Nacional representa la coronación de  una etapa de madurez en cuanto al compromiso del Estado. Llegar ahí ha sido concomitantemente el resultado de una gran conciencia nacional; pero la importante inversión en educación es sólo un aspecto de muchos otros condicionantes en relación a los cuales se ha progresado.

Una ley de educación avanzada que aún con sus 22 años cumplidos y la necesidad de su actualización ha sido una importante plataforma. Se tiene además un currículo- hoy actualizado- que en cuanto a contenido representa también un gran progreso. El mejoramiento de las condiciones de vida y trabajo de las y los docentes es también una de las acciones de mayor importancia. A lo que se suma que a diferencia de otros países la propia formación y la capacitación magisterial la financia el Estado. Los estudiantes tienen asegurada la alimentación en la jornada escolar extendida, se les provee además los útiles escolares.

Hay que entender que lo comentado es lo que ha de cumplir en lo esencial un sistema educativo. No tenemos nombre para llamarle a lo que teníamos antes, pero es difícil considerar un sistema educativo en este siglo sin el cumplimiento de esas precondiciones. Y como es de entender no había lugar para magia y lo cual explica la baja en  la calidad de la educación, resultado de haber estado al margen de tales precondiciones. 

Aún con las precondiciones un sistema educativo es tan complejo que pueden pasar años sin trocar tales condiciones en los resultados que se aspiran. Y eso es lo que hasta ahora ha sucedido.

Los resultados de las evaluaciones de los docentes y estudiantes están dando una señal de que no se trata de los ingredientes,  los cuales son necesariamente imprescindibles. Es además de cómo se combinan o han de combinarse para alcanzar el resultado esperado que no es otro que el aprendizaje efectivo y significativo. A 6 años de aplicar el 4% del PIB como inversión en la educación preuniversitaria, ese es el desafío que sintetiza cualquier otro.

Para no perderse en esa gran madeja de la complejidad de un sistema educativo hay que entender que después del cumplimiento de las precondiciones referidas, se requiere de otro paso: una radical transformación de lo que se hace en el aula. Con la ventaja de que el gran avance de las Tecnologías de Información y Comunicación así como la promoción del gusto por aprender y la autonomía del aprendizaje pueden marcar el camino de lo auspicioso. Es el gran desafío.