La tribuna del País Vasco publicó, hace unos meses, (1-10-2019), una breve entrevista con el matemático y ensayista español Ricardo Moreno Castillo, en torno a su nuevo libro titulado Los griegos y nosotros: De cómo el desprecio por la Antigüedad destruye la educación.

Moreno Castillo no es uno de esos matemáticos que, competente en su especialidad, se enorgulle de despreciar, por superfluo o inútil, el saber humanístico. Por el contrario, entiende la importancia de las humanidades y la tragedia de un sistema educativo que las margina.

Moreno Castillo nos habla desde la experiencia de la educación española, cada vez más generalizada en toda Europa. La misma ha experimentado una sistemática reducción de las horas dedicadas al estudio de las lenguas clásicas, así como del resto de las disciplinas humanísticas.

En muchos países de Latinoamérica la experiencia ha sido peor, con pocas horas de griego clásico y latín, básicamente para aprender declinaciones y etimologías.

El giro neoliberal de la educación actual ha acentuado el desprecio por el estudio de todo lo clásico, optando de manera exclusiva por la educación tecnológica, más acorde, se dice, con los tiempos que transcurren.

Pero, como señala Moreno Castillo, el abandono de los estudios clásicos nos lleva al “olvido del pasado”. Esta expresión puede interpretarse de una manera simplista, referida a un mero dejar de registrar algún dato en el momento actual, sea una anécdota o un suceso ocurrido en una época y escenario lejanos, sin conexión alguna con nuestro mundo. Este no es el auténtico significado de la expresión.

Cuando hablamos de un “olvido del pasado”, nos referimos a un problema más acuciante: El descuido de unas experiencias pre-comprensivas sin las cuales toda nuestra comprensión de la actualidad queda oculta, parcial, o perdida.

Pongamos el caso de la Revolución francesa. Una de las implicaciones de la misma fue la conformación de la Asamblea Nacional Constituyente que proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. A su vez, dicha declaración influyó en declaraciones posteriores reflejadas en las constituciones de las sociedades modernas. En ellas, se expresan las transformaciones ideológicas que experimentó Europa Occidental y que marcó el cambio de mentalidades en nuestras sociedades actuales.

Pero dicha declaración, depositaria del reconocimiento de unos derechos universales vinculados a la persona, no dejó de excluir en base al género o a la etnia, porque conservaba unos supuestos antropológicos heredados del pasado. La emergencia de nuevas sensibilidades permitió el cuestionamiento de dichos supuestos, en base al análisis de los contextos sociales e históricos que los generaron, así como el reeplanteamiento en el modo de concebir a las personas, sus derechos y sus relaciones civiles.

Por consiguiente, la historia no es un divertimento de intelectuales, sino una actividad necesaria para el proceso de comprensión de lo que somos. Del mismo modo, cada uno de los estudios humanísticos son indispensables para dicha comprensión, como la filosofía, ineludible para entender los principios que han guiado nuestras prácticas históricas; o el estudio de las lenguas antiguas, indispensable para accesar a conceptos inconmensurables con los términos de las lenguas modernas, y necesarios para lograr una comprensión integral de nuestro mundo.

Así, una educación que excluye las humanidades es una apuesta por la ignorancia, en vez de un acicate para el futuro.