Ahora que se cumple medio siglo de la lucha del pueblo dominicano contra el invasor militar de Estados Unidos de América y ahora que Eduardo Galeano se nos adelantó en el viaje que todos haremos, quiero recordar algo de lo que el amigo uruguayo escribió hace ya mucho tiempo.
En su obra “El Siglo del Viento”, tercer tomo del libro “Memoria del Fuego”, Eduardo Galeano dedica varios segmentos al patriotismo de nuestro pueblo que tanto lo quiso y admiró.
En la página 229, Galeano escribe:
1965
Santo Domingo
Caamaño
A la tremolina acuden estudiantes y soldados y mujeres con ruleros. Barricadas de toneles y camiones volcados impiden el paso de los tanques. Vuelan piedras y botellas. De las alas de los aviones que bajan en picada, llueve metralla sobre el puente del río Ozama y las calles repletas de multitud. Sube la marea popular y subiendo hace el aparte entre los militares que habían servido a Trujillo: a un lado deja a los que están baleando pueblo, dirigidos por Imbert y Wessin y Wessin, y al otro a los dirigidos por Francisco Caamaño, que abren los arsenales y reparten fusiles.
El coronel Caamaño que en la mañana desencadenó el alzamiento por el regreso del presidente Juan Bosch, había creído que sería cosa de minutos. Al mediodía comprendió que iba para largo y supo que tendría que enfrentar a sus compañeros de armas. Vio que corría la sangre y presintió, espantado, una tragedia nacional. Al anochecer, pidió asilo en la embajada de El Salvador.
Tumbado en un sillón de la embajada, Caamaño quiere dormir. Toma sedantes, las píldora de costumbre y más, pero no hay caso. El insomnio, la crujidera de dientes y el hambre de uñas le vienen de los tiempos de Trujillo, cuando él era oficial del ejército de la dictadura y cumplía o veía cumplir tareas sombrías, a veces atroces.
Pero esta noche está peor que nunca. En la duermevela, no bien consigue pegar los ojos, sueña. Cuando sueña es sincero: despierta temblando, llorando, rabiando por la vergüenza de su pavor.
Acaba la noche y acaba el exilio, que una sola noche ha durado. El coronel Caamaño se moja la cara y sale de la embajada. Camina mirando al suelo. Atraviesa el humo de los incendios, humo espeso, que hace sombra, y se mete en el aire alegre del día y vuelve a su puesto al frente de la rebelión.
En la siguiente página 230, Eduardo Galeano continúa con la epopeya dominicana:
1965
Santo Domingo
La invasión
Ni por aire ni por tierra, ni por mar. Ni los aviones del general Wessin y Wessin, ni los tanques del general Imbert son capaces de apagar la bronca de la ciudad que arde. Tampoco los barcos; disparan cañonazos contra el Palacio de Gobierno, ocupado por Caamaño, pero matan amas de casa.
La embajada de Estados Unidos, que llama a los rebeldes escoria comunista y pandilla de hampones, informa que no hay modo de parar el alboroto y pide ayuda urgente a Washington. Desembarcan, entonces, los marines.
Al día siguiente muere el primer invasor. Es un muchacho de las montañas del norte de Nueva York. Cae tiroteado desde alguna azotea, en una callecita de esta ciudad que nunca en su vida había oído nombrar. La primera víctima dominicana es un niño de cinco años. Muere de granada, en un balcón. Los invasores lo confunden con un francotirador. El presidente Lyndon Johnson advierte que no tolerará otra Cuba en el Caribe. Y más soldados desembarcan. Y más. Veinte mil, treinta y cinco mil, cuarenta y dos mil. Mientras los soldados norteamericanos destripan dominicanos, los voluntarios norteamericanos los remiendan en los hospitales. Johnson exhorta a sus aliados a que acompañen esta Cruzada de Occidente. La dictadura militar de Brasil, la dictadura militar del Paraguay, la dictadura militar de Honduras y la dictadura militar de Nicaragua envían tropas a la República Dominicana para salvar a la Democracia amenazada por el pueblo.
Acorralado entre el río y la mar, en el barrio viejo de Santo Domingo, el pueblo resiste.
José Mora Otero, Secretario General de la OEA, se reúne, a solas, con el coronel Caamaño. Le ofrece seis millones de dólares si abandona el país. Es enviado a la mierda.
A seguidas, en la página 231, el escritor uruguayo comenta:
1965
Santo Domingo
132 noches
132 noches ha durado esta guerra de palos y cuchillos y carabinas contra morteros y ametralladoras. La ciudad huele a pólvora y a basura y a muerto.
Incapaces de arrancar la rendición, los invasores, los del todo poder, no tienen más remedio que aceptar un acuerdo. Los ningunos, los ninguneados, no se han dejado atropellar. No han aceptado traición ni consuelo. Pelearon de noche, cada noche, toda la noche, feroces batallas casa por casa, cuerpo a cuerpo, metro a metro, hasta que desde el fondo de la mar alzaba el sol sus flameantes banderas y entonces se agazapaban hasta la noche siguiente. Y al cabo de tanta noche de horror y de gloria, las tropas invasoras no consiguen instalar en el poder al general Imbert, ni al general Wessin y Wessin, ni a ningún otro General.
Eduardo Galeano
Memoria del Fuego (III)
El Siglo del Viento
Editora Siglo XXI
1986