• 1. En 1997-98, escribí para el Listín Diario una serie de artículos sobre la grandeza de Eduardo Brito (recogidos posteriormente en libro) y en el último dije lo siguiente: “Hay que transformar la idea estereotipada de un dualismo que separa al Brito histórico del Brito artista.” (Ensayos sobre lingüística, poética y cultura. Santo Domingo: UNAPEC/La Trinitaria, 2005, p. 358). Aunque esbocé el contexto político del horacismo de aquel grupo formidable de cantantes y compositores del cual formó parte Brito, no entré en el análisis detallado de las posiciones políticas de Brito, en particular, que es el objeto de la presente crónica, mantenido en suspenso desde aquel decenio. Cuando se evoca lo histórico en la poética, salta en seguida al oído su par inseparable: la política, y dentro de esta lo que es político en la política.
Eduardo Brito
  • 2. La obra biográfica de Wilson Roberts Hernández, Eduardo Brito. 1905-1946 (Santo Domingo: Taller, 1986), citada varias veces en mi serie de artículos para el Listín, trae varios pasajes sobre el tema político en Brito, algo que los cronistas e historiadores de farándula suelen evitar con el alegato de que un artista brinda su arte a todas las clases sociales y que fichar sus simpatías políticas le enajena una parte del público. Durante la dictadura de Trujillo, uniformidad de criterio, pero por lo bajo, sorda oposición de algunos artistas populares y locutores. Decapitada la dictadura, la premisa mayor se derrumba. En democracia, Johnny Ventura, Joseíto Mateo, Alex Bueno, Fernando Villalona, Víctor Víctor, los grupos musicales Convite, Nueva Forma, Expresión Joven, etc. etc. exhiben sus posiciones políticas y su caudal de popularidad no decrece, al contrario, aumenta cada día en el favor del público. Incluso casos de mesianismo religioso como el de Juan Luis Guerra y otros afamados artistas populares dominicanos no es tomado en cuenta a la hora de la valoración de artística por parte de los especialistas y del público aficionado. Se ha ganado en tolerancia y respeto a la alteridad en estos sesenta años de precariedad democrática.
  • 3. Voy al grano. Tema casi tabú el de la posición política de los artistas populares. No así el de poetas, escritores e intelectuales cuyas obras de ensayos y ficción dejan a cielo descubierto las posiciones políticas. Si se sigue el rastro de la obra de Roberts Hernández, la primera alusión a lo político dentro del grupo santiaguero de Brito es la siguiente referencia al autor de “Sueño azul”: “Las prácticas son interdiarias [previas al viaje del grupo a Nueva York] para aprovechar el día libre del teniente Pereyra. ‘Piro’ y Luciano (este último cantaría la segunda voz en las grabaciones) viajan de Santiago a Santo Domingo para practicar con el grupo y con ‘Chencho’, quien era teniente del ejército de Horacio Vásquez.” (P. 64). Pero antes de este año 1928-29 que marcará un giro de 180 grados en la vida del joven matrimonio Brito-Bobadilla, porque le permitirá permanecer en la urbe cosmopolita paradigma de la vida en libertad, Nueva York, y en 1932, luego de la gran depresión y el ascenso de Trujillo al poder a través del terror y la muerte, consecuencia del golpe de Estado contra Horacio Vásquez, marchar a la Barcelona de 1932 a 1937, foco del experimento republicano que convivió, en disputa continua, con comunistas, anarquistas y cuantas tendencias políticas en periódicos y libros sea uno capaz de imaginarse en aquella España de antes de estallar la guerra civil. Y salir de Barcelona hacia Francia, incautado sus bienes, dinero, joyas, para recomenzar de cero en París, y luego triunfar en la misma Francia, en Hungría, Checoeslovaquia, Bélgica, y cerrar el círculo con la vuelta a Nueva York y Santo Domingo en 1937-43, bautizada ahora la capital de la república con el nombre de Ciudad Trujillo. ¡Qué cambio en nueve años de ausencia! Aquel mundo que Brito y Rosa Elena dejaron atrás caracterizado por el proyecto patriarcal de Horacio y doña Trina se derrumbó. Es posible que ambos artistas compararan el horror de la guerra civil y el triunfo del franquismo con lo que debieron vivir y convivir al regresar a Ciudad Trujillo.
  • 4. El otrora bullicio del grupo horacista de “Los veinte”, bolero de Bienvenido Troncoso grabado por Brito en Nueva York el 26 de diciembre de 1929, pero sin duda escrito en plena intervención militar de los Estados Unidos en el país, es la primera clarinada política de Brito y de ese grupo santiaguero en contra de la ocupación yanqui, liderada desde el periódico La Información por los Tolentino, Estrella Ureña, Balaguer, Hernández Franco, Jafet Hernández y Francisco de la Mota. El crack del 29 y la crisis económica durante el gobierno de Horacio echó por la borda aquel edén de la bohemia santiaguera. La composición de Troncoso, al igual que “Protesta””, merengue de Nico Lora contra la ocupación yanqui, son de la época en que Francisco Henríquez y Carvajal estuvo en Santiago y que se cantaban por lo bajo, pese a la ley de censura, que se había atenuado un poco en el gobierno provisional de Vicini Burgos. (D. Céspedes: El impacto cultural de la primera ocupación militar norteamericana en la República Dominicana. Santo Domingo: Editora de la UASD, 2016, pp. 67-69). Arístides Incháustegui copió el texto de “Los veinte” en el fascículo que acompaña los cinco discos compactos producidos por el Archivo General de la Nación en 2018: “Ya está formado el grupo de Los Veinte/ Con espíritu, valor serenidad,/Para combatirles a esos colosos/Que oscurecen/El camino de la felicidad./Aunque presas nuestras manos laboriosas/cantemos con la mayor seguridad/De que muy pronto serán rotas las cadenas/Que nos aprisionan quitándonos la libertad./No me gustan los tiranos/No queremos verlos por aquí/[¿por qué, por qué?]/Pero dígame, por qué, por qué?/[Le diré y le diré, le diré y le diré]/[Porque acaban las riquezas/Que pueda producir el país].”
  • 5. Oigan ese verso cantado por Brito, asumido cabalmente por él, el discurso de Bienvenido Troncoso: “No me gustan los tiranos/No queremos verlos por aquí/Porque acaban las riquezas/Que pueda producir el país.” De seguro que Brito se planteó ese mismo dilema aplicado a Trujillo. Y este bolero contra los tiranos estaba reprimido en su inconsciente y la sífilis cerebral que segó su vida entre septiembre de 1945 y el 5 de enero de 1946, sacó a flote su oposición a la dictadura. Y el arte popular y el poema en algún momento histórico producen su encontronazo con el Poder y sus instancias. Brito lo tuvo en las entrevistas radiales que concedió mientras cantaba. Y Trujillo no toleraba disidencia alguna y menos de un loco, una de sus fobias junto a la de los perros. Y el general Miguel Ángel Paulino, su vecino en la Francisco Cerón esquina Duarte, envió a Brito al manicomio de Nigua. Se lo entregaron a la familia y reincidió. Le internaron de nuevo y regresó a su hogar, ya muerto. Decenas de leyendas se tejen en torno a esa muerte. Los biógrafos suyos y de Rosa Elena Bobadilla encontrarán, en un futuro, evidencias documentales que iluminen el misterio.
  • 6. Delirio de persecución aparte, lo cierto es que la sífilis cerebral, enfermedad rara en Santo Domingo para la época, según el siquiatra Zaglul (ob. citada, p. 163), sacó del inconsciente la enemistad de Brito con los tiranos. Roberts Hernández documenta los momentos en que Brito criticó la dictadura de Trujillo: “En plena interpretación por (…) HIZ, Eduardo para la orquesta y grita: ¡No! Porque esta situación está mala. Trujillo gobierna muy mal, la gente vive muy pobre’. Interrumpieron inmediatamente la programación.” (PP. 153-54). Y más adelante Roberts Hernández amplía: “Su manía estaba fundamentada en la realidad. Los poderosos Trujillo le habían usurpado parte de lo suyo; ellos hirieron a Brito en lo íntimo de su hombría. Sin embargo, concurren los informes de las personas entrevistadas: el fantasma de la persecución lo asediaba.” (P. 155). Un ejemplo claro: Brito creía que los comunistas querían matarle. Quizá sea una reminiscencia de su trauma de la guerra civil española en la que perdió todos sus bienes al escapar a Francia. No he encontrado en la obra citada cómo hirieron a Brito en lo íntimo de su hombría, salvo que no sea la frase que Roberts Hernández le atribuye a Brito cuando le informan que el artista está hablando mal del gobierno: “Algunos enfermeros comentaban de ¡una inyección de estricnina introducida a su organismo! Otros informantes mencionaban como causa de muerte, el pago a Brito por los insultos proferidos contra la esposa de Trujillo, y que tal vez algunos de los aduladores del dictador, para ganar méritos, lo liquidaron.” (P. 165). Pero el autor no aporta prueba documental de esto. Por tanto, es una conjetura. Aunque Brito reconoció en una entrevista con Paco Escribano que los Trujillo le habían ayudado a regresar al país (p. 165), sus diatribas contra la dictadura continuaron y Trujillo, cuando se lo informaron, dijo “que los locos debían estar en el manicomio y que, en vez de atacar a su gobierno, que averiguara por qué su esposa le estaba pegando cuernos”. Es como decía Foucault, los regímenes totalitarios no toleran la más mínima disidencia, y menos la de un loco, porque cada juicio adverso al dictador mina el fundamento en el que descansa su poder y la burla o la risa son un rebajamiento de la persona que encarna el sistema. De ahí el castigo.
  • 7. Algunas de las ideas de este artículo fueron discutidas con Darío Tejeda, quien próximamente publicará en el Archivo General de la Nación su obra La crueldad alegre. La música y el poder. Una historia sonora de la dictadura de Trujillo. Abordamos los celos que pudo albergar Trujillo de la fama internacional de Brito; los agentes de Trujillo le mantenían quizá informado de los movimientos del artista y posiblemente un cambio en el título del bolero de Juan Lockward, “Pueblito encantado” por “Pueblito enjaulado”, cantado en una actuación en Panamá, quizá figure en las fichas de los informes sobre los enemigos del gobierno en el extranjero. Tejeda prefiere hablar de interdicción política de Brito por parte de Trujillo y un aislamiento progresivo del artista por parte de familiares y amigos que no deseaban acompañar a un crítico del régimen, aunque se supiera que estaba loco. Sugiere Tejeda que el nacionalismo musical de Brito fue producto de su primer cultor dominicano, Esteban Peña Morell, quien formó parte, desde Nueva York, de la compañía de variedades de Eliseo Grenet que viajó con Brito y Rosa Elena a Barcelona para representar la zarzuela La virgen morena y otros espectáculos. Tejeda dice que el país no ha pagado todavía la deuda contraída con Peña Morell y que este fue director de la Banda Musical de la Brigada Internacional durante la guerra civil española. Resaltó el historiador musical la importancia de Brito como leyenda del imaginario popular que, para obviar la culpa de la muerte del artista a manos de la dictadura, tejió la leyenda de que Brito se ahogó en la playa de Nigua mientras caminaba entre las olas, tal como hizo Jesucristo.