1. “Ansias locas”, criolla de Bienvenido Troncoso, interpretada por Antonio Mesa, y “Honorina”, bolero de Piro Valerio, interpretado por Eduardo Brito, dueños de aquella coetaneidad de 1928, aunque pertenecen a género musical distinto, es dable, sin embargo, intentar la comparación a través del discurso escrito y el ritmo vocálico que especifica a ambas piezas y no irse por el parangón del registro de voz atenorada y abaritonada de Brito y de “voz de tenor ligero, de bello timbre e infalible poder de comunicación” de Mesa, al decir de Arístides Incháustegui (Antonio Mesa. El jilguero de Quisqueya. Santo Domingo: Archivo General de la Nación, 2012, p. 13).

2. Cuando se examinan y comparan las letras de las piezas de los compositores de nuestro ayer musical son casi poemas breves de dos a tres minutos y a veces menos, tallados y metrificados por las reminiscencias del romanticismo y el modernismo rubendariano y contentivos casi siempre de los clichés de la ideología del amor pasional de los trovadores medievales. Pero comparadas aquellas letras breves, casi poemas, con las letras de nuestros compositores urbanos, reguetoneros y autores de dembous y demás piezas de los creadores de los géneros de música popular de la actualidad, la diferencia es del cielo a la tierra. Exceptuando las letras de la bachata tradicional y moderna y las de la salsa que siempre inscriben un discurso con una propuesta, el género urbano y sus fautores sucumben casi siempre al impudor del yo, la obscenidad y a la dictadura de los manejadores (managers) y estos claudican ante la dictadura del mercado, hijos de la demagogia populista del arte farandulero.

Antonio Mesa.

3. Nadie, en su sano juicio, podrá negar que en las letras de “Ansias locas” hay una propuesta discursiva sobre el amor de la amada interpelada por el sentido del texto, sea este romántico o modernista y que el ritmo vocálico [en oes acentuadas e inacentuadas] de la pieza y el uso del lenguaje común son los responsables de su perennidad en el tiempo: «No sé cómo expresar mis ansias locas/no sé cómo decirte mis antojos/que ensalce la belleza de tus ojos/o el color amapola de tu boca.//Decir que eres bonita/que eres hermosa/que de belleza ostentas un caudal/es querer obsequiar con brillo al oro/y color y perfume darles a las flores.//¡Salve! Oh, ejemplar de gentileza/reina de la belleza y la poesía/yo pongo a tus plantas la lira mía/como humilde tributo a tu belleza.» //

4. Esas letras son las que toda mujer del siglo XX, y me permito decir del siglo XXI cuando pase esta ola de impudor del yo y de obscenidad de la cultura light, le gustaría oír en noches de veladas o de serenatas que, en mala hora, el terror balaguerista, los moteles y el amor libre entre estudiantes vinieron a liquidar a finales de los años 1970. Letras que contrastan y sepultan la obscenidad de las letras de las piezas urbanas y merengues y hasta algunas bachatas con su “mami, te lo voy a partí” y otras sandeces de igual caletre. El arte culto y el popular buscan incansablemente la perfección musical y discursiva. La ambigüedad de ensalce, verbo que no sabemos si debe ir en plural para que concuerde con las dos frases antecedentes o si debe regirlo el pronombre yo, tácito o sobreentendido, aporta la delicia o placer del texto. Pero bonita como adjetivo degrada la belleza de la mujer a quien está dirigida la criolla “Ansias locas” para, enseguida, llevarla a la sublimación con el calificativo de hermosa y ese remate de que la amada es poseedora de un capital intangible: la belleza, refrendada por el sustantivo caudal, filológicamente remitente a la comparación con la riqueza ganadera, que del latín viene caudal, igual a cabeza, metafóricamente de ganado, que era moneda de intercambio y símbolo de estatus social en la Antigüedad y hasta hoy en el mundo del hato. Pero el supremo placer del texto de esta criolla de Troncoso está en la hipérbole, figura de la comunicación de sentidos, cuando dice:/ Decir que eres bonita/que eres hermosa/que de belleza ostentas un caudal/es querer obsequiar con brillo al oro/y color y perfume darles a las flores. // ¡Oh, paradoja!, esa mujer amada es más grande que el oro y las flores de la naturaleza de las cuales se extraen los finos y costosos perfumes. El texto explica, aunque recurra a la inefabilidad del lenguaje, lo imposible de la imposibilidad: obsequiar con brillo al oro, metal que es la perfección de la brillantez junto al diamante. Expresa el texto en gozoso semantismo popular lo imposible en la naturaleza: darles color y perfume a las flores, que, innatas, son eso mismo. En el original copiado por Incháustegui figura darle, en singular, lo que es un obvio error de concordancia del compositor o del copista, que eso no se sabe. Y fíjese el lector en el ritmo interno y de finales de palabras poéticas terminado en [oes acentuadas e inacentuadas] que se repercuten a través de todo el texto como memoria y sonoridad en cómo, locas, antojos, ojos, color, amapola, boca, bonita, hermosa, ostentas, como, obsequiar, brillo, oro, color, flores, tributo. Y el remate, al final, figura repetida en casi todas las composiciones de la época, al “poner la lira (guitarra) a los pies (plantas) de la amada, “como humilde tributo a su belleza”. ¡Qué placer al releer el texto de Troncoso y oír la voz de Mesa! Una notita sobre este mía en poner a tus plantas la lira mía: es un italianismo calco de expresiones como la mia mamma, il mio padre. Los italianismos no han cesado desde que Juan Boscán los introdujo en el idioma español. Pero aquí, en el caso de Troncoso, la tiranía de la rima exige ese mía para que rime con poesía. Las reglas de la versificación y la métrica repugnan los finales de versos con verbos y adjetivos posesivos, pero la canción popular y la poesía popular, e incluso la culta, se saltan estas reglas en nombre de las licencias poéticas, al igual que con los acentos métricos que deben caer en las vocales de determinadas sílabas dependiendo del número de sílabas que tenga el verso. Pero después de Baudelaire y el verso libre, estas reglas se fueron a la parte más alta del mástil. Pero la rima, y sobre todo la interna, siguen siendo una parte importante del ritmo. Y para Borges, nada más agradable que la rima. Pero es a veces un depósito de clichés y un empobrecimiento del idioma similar al de los verbos comodín.

5. Igual placer rítmico provoca el bolero de Piro Valerio titulado “Honorina” en la voz de Brito, rimas sonoras también [en oes acentuadas e inacentuadas] luego de un breve ataque anagramático en [íes acentuadas e inacentuadas] con el fin de realzar los atributos de Honorina, divina y jardín para alejarse rápidamente de esa figura y pasar de inmediato a encomiar los atributos de esta prostituta con el vocalismo en [oes acentuadas e inacentuadas, al modo de “Ansias locas”], atributos que jamás un amante osaría cantarle en una velada “lírica” a su amada y mucho menos ofrecerle una serenata en las altas horas de la madrugada: «Honorina, flor divina/de mi jardín pasional/en tu boca purpurina/un beso quiero estampar (bis).//Al placer me convida,/mujer, la hermosura/de tus senos redondos/y tu leve cintura. (bis)//Placer que me inspira/tu cuerpo de diosa/poner a tus plantas/mi lira armoniosa.» //

6. Honorina lleva dos oes inacentuadas que contrastan de inmediato con su parangón de “flor”, término vargasvilesco equivalente a la prostituta, pero si no fuera por los semantemas que a continuación ofrezco como prueba prostibularia, tales como “un beso quiero estampar”, hechizo de propiedad privada del hacendado con que se ficha el ganado, “Al placer me convida”, y “de tus senos redondos”, expresiones que ningún enamorado, por más loco que esté, es capaz de dirigírselos a la mujer decente que pretende sea su esposa, los demás semantemas no entran en conflicto con la estrategia de conquista de una señorita decente, tales como los de la última estrofa: “/«Placer que me inspira/tu cuerpo de diosa/poner a tus plantas/mi lira armoniosa», imitación, o viceversa, del remate de “Ansias locas” como lugar común entre trovadores populares de aquella época. Sonoridad interna y de versos finales en oes acentuadas e inacentuadas como en “Ansias locas” las encontramos en boca, beso, quiero, convida, hermosura, senos redondos, cuerpo, diosa, poner y armoniosa. En los trovadores del pasado hasta el encomio de la prostitución tenía cierto donaire que le impedía ser pornografía u obscenidad.

Eduardo Brito

§ 7. La obscenidad y el impudor del yo de la canción, algunas bachatas y merengues urbanos compuestos por autores sin cultura borran momentáneamente el valor del arte popular en esta era del vacío, de lo efímero y perecedero y de hegemonía de la cultura light en beneficio de una farándula insulsa, demagógica y populista hecha para la oferta mediática y mercadológica cuya mercancía es la vulgaridad como dinero fácil. Las artistas urbanas y las escritoras dominicanas que recurren a la violencia, el impudor y la obscenidad ven este procedimiento como su «modo de sobrevivir en una sociedad que no les permite ningún papel fuera del recinto doméstico, y al responsabilizarse de sus actos, aunque estos sean delictivos superan figurativamente su rol de víctimas del patriarcado”, según afirma Shelley Godsland al referirse a las novelistas argentinas que recurren al asesinato de los personajes masculinos en sus obras: “Verdugas, victimarias, viciosas: Angélica Gorodischer y la re-escritura de la criminalidad femenina”, en Mujeres y cambio desde la Letra. Santo Domingo: De Robiou, 2005, p. 145. Tokischa, Rita Indiana, otras y otros cultores del arte urbano y literario van por ese camino. (Continuará).