Dedicado a Tomás Rafael

Ariza Alemany (Fanfo)

Durante los tenebrosos años de la dictadura Trujillista la construcción de inmuebles públicos o privados experimentó un auge considerable, y en diferentes sectores de la capital dominicana un importante número de edificios de apartamentos para uso familiar fueron erigidos, lo cual era un tipo de vivienda, de alojamiento colectivo, no muy corriente en otras ciudades del país como Santiago, La Vega, La Romana, San Juan de la Maguana o San Francisco de Macorís.

Entre éstas edificaciones podemos citar el “Gautier” en la calle Rosa Duarte con César Nicolás Penson; el “Buenaventura” en la Ave. Independencia con Doctor Delgado; el “Jaragüita” en el malecón, el “González” en Pasteur con Casimiro de Moya, que era el más elevado de todos; el “C.H.M” en el Conde esquina Sánchez; el “Ricart” en la Nouel con 19 de Marzo y el “Ferrúa” frente al antiguo parque Ramfis entre otros.

Algunos de ellos se caracterizan por su diseño vanguardista; otros por el status social de sus inquilinos; no pocos por los amplios y espaciosos apartamentos que poseían, y casi todos por su estratégica ubicación con relación a las distancias a recorrer en la reducida área metropolitana del Santo Domingo de entonces. La mayoría de los citados exhiben hoy día diversas modificaciones en su estructura y distintos niveles de deterioro, pero aún prestan sus servicios a la población.

Por intermediación de mi tía María Rojas de Dalmasí, cuando vine a estudiar a la Universidad de Santo Domingo en enero del año 1962 mi primer albergue por espacio de varios años fue un apartamento ocupado por Don Oscar Ariza –primo de Rubirosa– y Doña Tomasina Alemany –Doña Machina– situado  en un edificio de la calle Julio Ortega Frier N°8 entre Benigno Filomeno Rojas y la Doctor Piñeyro en la llamada Zona Universitaria.

El edificio que no tenía nombre propio y su planta describe la forma de una ele, tiene tres niveles con habitaciones individuales en la azotea para uso del personal de servicios. Este inmueble propiedad de Máximo Bernal tuvo en los años 60 del siglo pasado un inquilinato sui generis identificado por un militante compromiso político con la agitación social prevaleciente en estos convulsos tiempos que precedieron la revuelta militar de 1965 de notable repercusión en Norte, Centro y Suramérica.

En el tomo I de sus Memorias, el actual diputado Fidelio Despradel menciona esta edificación por la particularidad de que a su constructor, el Ing. Leonte Bernal, se le olvidó diseñar sus escaleras interiores viéndose precisado a concebir una exterior sin tejado. Por la vocación subversiva de sus inquilinos, a mi hermana Maritza que convivía conmigo y trabajaba en la Cancillería, le advirtió el Sr. Marullo Amiama Tió del Ministerio de Relaciones y Exteriores la conveniencia de desocuparle como medida saludable de prevención. Tal era su siniestra celebridad.

Los inquilinos que citaré en este artículo no necesariamente coincidieron en el tiempo; unos serán reseñados por sus nombres, sus apellidos, sus apodos u ocupación. Salvo que residieran por largo tiempo, en muchos casos no puedo precisar el piso en que vivían al ser común que algunos del tercer nivel permutaran al primero, o del segundo al fondo o viceversa. Tampoco puedo asegurar en muchos casos si eran arrendatarios, si estaban en régimen de pensión o sub-alquilados o vivían en calidad de refugiados, en clandestinidad, en tránsito o en arrimo. Su denominador común era un extremado interés por los acontecimientos políticos cotidianos.

Comenzaré señalando que como un indicador, una cabeza de puente de la preferencia política de los residentes, existía en la planta baja con fachada a la Ortega Frier un activo sub-comité de la agrupación 14 de Junio siendo por consiguiente un punto de encuentro de los jóvenes revolucionarios de toda la capital, avistando en ocasiones entre sus asistentes a su máximo dirigente Manolo Tavárez Justo que vestido de verde olivo y portando unas gafas de sol Rayban parecía más bien un joven piloto de la escuadra de Ramfis en San Isidro.

Fue en este edificio donde conocí por primera vez en mi vida a una rusa llamada Irene casada con un periodista de formación marxista de nombre Richard, quien tenía uno de sus brazos atrofiado, inutilizado. Por su exótica nacionalidad y ser excepcionales los nativos de ese país en el nuestro, esta señora era observada con persistente curiosidad y recelo por los inquilinos, al creer muchos que se trataba de una agente al servicio de Moscú o del comunismo internacional como enantes se designaba a estos ciudadanos.

Don Hostos Guaroa Feliz Pepín estaba domiciliado en el tercer nivel al fondo junto a su esposa Doña Silvina y a sus hijos Bayoán, Mayobanex  y Guarocuya, constituyendo el nombre de sus descendientes un testimonio de sus patrióticas inclinaciones. Durante la dictadura fue un perseguido por el régimen a causa de su oposición al mismo, y durante los años que a diario le veía, su reservada y discreta personalidad escamoteaban muy bien las preocupaciones políticas y las actividades conspirativas que en él se aposentaban.

El dueño del inmueble estaba instalado en uno de los apartamentos junto a su esposa Lilian y sus hijos, entre los que recuerdo a Maximito y Grecia. Durante todo el tiempo que allí residí jamás saludé al Sr. Bernal y además nunca le vi sonreír y mucho menos reír, contrariamente a su consorte que siempre nos agasajaba con una festiva y aniñada expresión facial. Una prima de esta última que con frecuencia la visitaba llamada Celeste Nadal, tenía el empaque de una estrella de cine aguardando con delectación su entrada o salida del edificio para observar su altiva forma de caminar.

Américo Monegro era un activo dirigente gremial de aquellos tiempos que moraba en el segundo piso junto a su esposa Adalgisa, una hija llamada Tanya y sus suegros Doña Nitín y Don Isidro. Este último poseía un vehículo de motor de tres ruedas que era una curiosidad, una atracción incluso para cualquier ciudadano metropolitano. De éstos personajes oriundos creo de Romana, jamás he tenido noticia alguna, y como me ocurre con quienes tengo muchos años fuera del radar, mucho me placería –caso de ser posible– verles nuevamente.

Por provenir de dos familias perseguidas por la tiranía mi compueblano Miguel Ángel Velázquez Mainardi vivió desde pequeño e hizo sus estudios en Cuba, México, Puerto Rico, Venezuela y otros países del área caribeña. Le recuerdo cuando residiendo en el edificio hacía un corro con otras personas hablando sobre Radio Caribe y el periódico La Nación. Tenía la costumbre de escuchar atentamente a sus contertulios cruzando siempre sus brazos sobre el pecho con el recogimiento propio de un ministro eclesial. Luego del derrocamiento de Bosch le perdí de visita y con posteridad le avistaba como productor de programas televisivos.

El doctor Abel Rodríguez del Orbe luego de especializarse en Europa vivió en este inmueble casado con una francesa. En los gobiernos del PLD ocupó luego altos cargos como Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo y Procurador General de la República Dominicana entre otros. De su paso por el edificio recuerdo el trato familiar que nos dispensaba a todos, sus implacables críticas a la situación política imperante y un andar nonchalant –indolente– presidido por una pícara sonrisa que intrigaban a las mujeres residentes. A pesar del tiempo transcurrido, al vernos nos reconocemos y saludamos.

El profesor Carlos Curiel muy conocido por los bachilleres egresados del Liceo Presidente Trujillo en Santo Domingo por ser durante años enseñante en el mismo, era un respetado intelectual que habitaba en solitario en la cuarta planta, teniendo por costumbre los fines de semana, e in situ, tomarse unos tragos escuchando a la vez música culta a considerable volumen. A veces le visitaban amistades en el arte como el arquitecto Gay Vega y renombrados docentes universitarios, y aunque algunos inquilinos se molestaban esas noches al no poder conciliar el sueño, a mí en cambio me complacía oír sus preferencias liricas. Al margen de este musical percance, Don Carlos era un afable vecino.

Muy al principio de los 60 en uno de los apartamentos del fondo vivía junto a su familia un profesor universitario apodado Reyito que impartía Física en la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la UASD. Quizá por la complejidad de lo que enseñaba o ser muy estricto en los exámenes muchos de sus estudiantes se reprobaban, y a veces algunos de éstos al pasar frente al edificio en guagua proclamaban verbalmente su enojo. Su esposa Francia y su cuñada Zenobia eran muy amables, ignorando en ese entonces el autor de este trabajo que una suerte parecida –panfletos, volantes– le depararía su magisterio en la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Engombe. Paradójicamente, éste riguroso docente era también violinista de la Sinfónica Nacional.

Como si la UASD hubiese suscrito un contrato de alojamiento con el propietario del inmueble el Sr. Bernal, en años posteriores tres profesores de la Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias sentaron sus reales en esta emblemática edificación. Fueron ellos el peruano Eugenio Valle Espejo y los dominicanos Eugenio Rafael Sánchez Consuegra y Luis Santos Candelario. Como era de esperar, jóvenes estudiantes en su gran mayoría simpatizantes de los grupos de izquierda dominantes en Engombe así como pedagogos de aquella unidad académica, eran reiterados visitantes de los tres catedráticos antes mencionados.

Nidia Peralta y su esposo Henry eran unos exaltados partidiarios de la revolución dominicana que residían en los bajos con su entonces pequeña hija Rita. Para quienes quisieran escucharles era inminente, estaba a la vuelta de la esquina el establecimiento del Socialismo en la República. Siempre recuerdo que años más tarde y domiciliada en solitario en los altos de la Casa Velázquez en la calle Isabel La Católica de la ciudad colonial, Nidia se complacía cuando señalando un sofá de su sala les decía a sus visitantes: en ése sofá se han sentado cuatro rectores de la UASD.

Deseoso quizá por tener una quinta columna dentro del inquilinato en este falansterio de la sedición criolla, el Partido Reformista Social Cristiano tenía dos memorables representantes: el Lic. Luis H. Suárez que vivía con su esposa, una señora de La Romana apellido Camasta, y por otra parte Doña Ana Virginia Zeller de Puig una ilustre dama puertoplateña casada con un tío de Max Puig acompañada de sus hijos Sandra y Cunquito. Me parece que ambos cónyuges fallecieron al igual que el Sr. Suárez ex-director de la CORDE.

Habían otros inquilinos que desafortunadamente hoy no recuerdo agradeciendo que posibles lectores de este trabajo conocedores del edificio en cuestión me lo participaran llamándome al 829-986-0628. No debo omitir que el ingeniero eléctrico Jimmy Fernández Mirabal hermano del ex-vicepresidente de la República también residió en uno de los apartamentos de la Ortega Frier N°8. Tampoco debo silencia que la lectura de la obra “El Edificio Yacobian” de Alaa-al-Aswany, el mejor novelista egipcio de la actualidad, contribuyó en buena medida a la redacción de este artículo aunque sus motivaciones fueran otras.

No resultaría nada ocioso mencionar algunas de las personas que visitaban tanto a los inquilinos como al local del Sub-comité del 14 de Junio en los bajos del inmueble. Recuerdo de momento a Baby Mejía quien era muy asiduo llegando hasta intercambiar saludos cuando nos veíamos, Rafael Báez Pérez –Cocuyo–, Rafael Martínez Richiez, Raúl Pérez Peña –Bacho–, Asdrúbal Domínguez, Mameyón, Fidelio Despradel, Elsa Peña, Monchín Pineda, Miguel Santamaría, Piquitina Lora, Pití Houellemont, Bosco Guerrero, Oscar Santana y una heteróclita mixtura de jóvenes de aquella romántica y convulsa etapa de nuestra política reciente.

Señores, fotografiaron los misiles rusos en Cuba y el mundo se prepara para una guerra nuclear; quemaron el Olimpia en Ciudad Nueva; tumbaron a Juan Bosch; una turba asaltó el local de la UCN en el Ensanche Ozama; los tanques y la Policía tienen rodeada la UASD; Belisario Peguero acabó en Borojol y debajo del puente, o explotó el polvorín de Villa Duarte, eran noticias que exaltaban los ánimos de los ocupantes del edificio, cuyas conjeturas y suposiciones generaban sombríos vaticinios sobre el incierto devenir de nuestro desventurado país.

Si por el elevado número de izquierdistas esta colectiva vivienda daba la impresión de ser como esas cosas que el gobierno cubano pone a disposición de sus invitados oficiales, el autor de este trabajo lo consideraría incompleto si no citara, aunque no de forma resumida, algunos de los residentes de su entorno para que las futuras generaciones se enteren de esa especie de interfase, interludio, que identificó a ciertos barrios de la capital durante los años que precedieron el estallido popular de 1965 iniciado por jóvenes militares defensores de la Constitución de 1963.

Frente a frente vivía un exiliado antitrujillista de nombre Miguel Ángel Ramírez Alcántara que siempre tenía avecindada en su rostro una expresión de infinita melancolía, y según Toni Raful en su obra “La rapsodia del crimen” el había sido asesor militar del gobierno del presidente guatemalteco Jacobo Arabenz, un hombre clave en la Legión del Caribe y un héroe de la revolución que llevó a Pepe Figueres al poder en Costa Rica. Por contradecir a Fidel Castro fue acusado por éste de colaborar con grupos anticastristas y condenado a cumplir en Cuba una larga condena. A petición de Arbenz, durante la celebración del primer aniversario de la Revolución en 1960, Ramírez fue liberado convirtiéndose desde entonces en un frenético anticomunista.

Al lado de éste vivían los Heredia Bonetti, destacados profesionales en diversas áreas del conocimiento. Un poco más allá un añoso odontólogo de apellido Santamaría de quien se decía que era el dentista de Trujillo. Los Quiñones Pellerano habitaban una estilizada  mansión en la esquina con la Doctor Piñeyro. Al doblar estaban Los Rozas, Pancholín y un hermano ya fallecido que con el tiempo ocupó cargos de relevancia en la UASD y en la dirigencia política de partidos o movimientos alentadores de la insurrección, la revuelta social.

Apenas a una cuadra del histórico edificio, en la Ortega Frier con Ave. Independencia, existía una antigua y solariega vivienda alquilada por unas parientes –las Contreras Pérez– por ser su madre Mercedes Pérez –Chechele– prima hermana de mi madre. Una de sus hijas, Lulú, se casó con Narciso Isa Conde; Hilda con el camarada Diómedes Mercedes y Diana con Miguel Ángel Decamps, hermano de Hatuey. No era entonces exagerado que alguien un día me dijera que en este vecindario los relojes de las casas y los portados en las muñecas tenían la hora de Moscú, y que Radio Habana Cuba, se sintonizara como emisora local al lado de Radio Guarachita. La canción “Natalie” cantada por los hermanos Arriagada era el himno barrial.

No debo dejar de citar entre los vecinos al gran caricaturista cibaeño Príamo Morel; a la mocana Olga Rojas que junto a su madre, su hija Marilyn y un hijo llamado Junior se domiciliaban en las proximidades. Ahora bien, la vecina más folclórica y controversial era Doña Marina Richiez Vda. Betances cuñada del alto funcionario balaguerista Lic. José Quezada, la cual aunque estuviera sentada alrededor de una mesa redonda por su volcánico temperamento, su dominante voluntad, su voz de mando y sabio manejo de las reticencias, la convertían en la cabeza, la líder de los de allí reunidos. Era imponente.

Por todo lo antes referido y por mucho más que de seguro podrán agregar los que de una u otra forma estuvieron vinculados a los arrendatarios de este extraordinario espacio habitacional, el edificio ubicado en la Ortega Frier N°8 de la Zona Universitaria debería figurar dentro del padrón de domicilios cuyos techos, pisos y paredes fueron testigos de las quijotescas y utópicas ensoñaciones de sus legendarios residentes, la generalidad de los cuales son en la actualidad envejecientes y no pocos han emprendido el viaje del cual no tenemos conciencia y del que jamás regresaremos.