Parecería que Franklin Mieses Burgos (1906-1976) en vez de  referirse a la rosa: “Cuando la rosa muere / deja un hueco en el aire/ que no lo llena nada,” lo hubiera escrito para el gran amigo y escritor que fuera Edgar Valdemar Reyes Tejeda (11 de octubre 1964-29 de julio 2020), un patrimonio intangible de la cultura nacional.

Vino al mundo en Monte Plata capital provincial que mantenía ese sabor a pueblo todavía, donde todos se conocían y eran más o menos parientes. Hijo de Enfre Reyes, profesor durante 13 años y de la señora Silvia Tejeda, empleada pública. Perdió a su padre cuando apenas tenía 5 años y la visión totalmente a los ocho. Sin embargo, tanto su madre soltera, como sus familiares cercanos, lo apoyaron al ver su inteligencia natural y su don de gentes. A pesar de su ceguera y de su timidez innata, lo que pudo hacer en sus 56 años queda resumido en el siguiente currículum vitae que no cubre todo su historial, pero justifica nuestras palabras iniciales.

Le conocí en uno de mis viajes frecuentes a su ciudad natal visitando queridos amigos y lo admiré y lo quise desde que nos conocimos, manteniendo una fraternal amistad literaria. En 1986 lo presentamos en la prensa y enviamos sus primeros escritos a la revista “Yelidá” que dirigían Víctor Villegas (1924-2011) y Antonio Fernández Spencer (1922-1995), y este escribió una pequeña nota, que lamentablemente no tenemos para reproducirla. Con tal padrinazgo surgió a la literatura el modesto muchacho de Monte Plata.

Cursó sus estudios primarios en la escuela Nacional de Ciegos,  los secundarios en el Liceo Dr. Julio Abreu Cuello de su pueblo; se graduó de licenciado en Ciencias de la Comunicación Social, Cum Laude, 1990, Universidad O&M.

Participó como redactor, reportero, libretista y articulista en diversos medios de comunicación escritos, televisivos y radiales. Actualmente era articulista en el Periódico Prensa 2000 de Monte Plata; fundador de periódicos provinciales El Faro, Veritas Odium Part y El Medio.

Artículos de él aparecen en la revista internacional de la Federación Mundial de Sordociegos " WFDB" sobre su trabajo y su labor como profesor.

Dirigió la Unidad de Servicios Culturales para Ciegos de la Biblioteca Nacional, donde creó la Revista especializada para personas Ciegas "Fono Revista Cultual Contacto". Fundó la Asociación Dominicana de Sordociegos, entidad que trabaja por la educación e inclusión social y laboral de las personas que padecen sordoceguera. Fue Vicepresidente de la Federación Latinoamericana de Sordosciegos FLASC en 2001-2006. Presidente de la Federación Nacional de Discapacitados Dominicana. Representó a República Dominicana en diversos eventos sobre Servicios Bibliotecarios Para Ciegos y eventos relativos a la Sordoceguera en América Latina, Europa y Oceanía.

Fue Director Provincial del Consejo Presidencial de Cultura en 1996-2000

Actualmente se desempeñaba como profesor de Lengua y Literatura en el Liceo Madre Ascensión Nicol de Monte Plata.

Recibió los premios: "Supremo de Plata" de la Institución Jayces 72 (1991). Fue declarado por el Senado de la República Dominicana "Joven Sobresaliente" en 1995. Fue declarado por el Concejo de Regidores del  Ayuntamiento de Monte Plata como "Hijo Meritorio de Monte Plata" 1995.

Publicó los libros: “Monte Plata, Notas Sobre su Patrimonio Cultural”, Editora Búho 1998. Coautor de la antología "Narrativa Contemporánea de Monte Plata", Cocolo Editorial 1999. “En Clave de Fábulas”. Editora Búho 2006. Poemario "La otra luz, la de la noche", editorial Santuario, 2018.

Casó con la Profesora Altagracia Fanith, actualmente Técnico Regional de educación en la Regional 17 de Monte Plata, con quien procreó sus hijos Alanna Camila Reyes Fanith, 17 años, que acaba de iniciar la Universidad en la carrera de Psicología Clínica, gracias a que obtuvo el 100% de la beca PIES de la Universidad INTEC y Edgar Alejandro Reyes Fanith, 14 años, pasó a cuarto de bachillerato, estudia en el mismo Liceo que laboraba su padre.

Edgar Reyes con su esposa Altagracia Fanith y sus hijos Alanna a la izquierda y Edgar hijo (Manito), al fondo.

Edgar el literato.

Marivel Conteras, su compañera de afanes literarios desde sus años juveniles,  en su artículo del 5 en el periódico Hoy habla de sus relaciones, pero es en el prólogo de su último libro, donde aclara algunas cosas: “Edgar Reyes es uno de los escritores más sólidos que tiene la provincia Monte Plata. Su recia formación profesional aunada a un amor desbordante por la literatura y la humanística, destella en cada una de sus acciones personales y creativas”.

Autor del estudio cultural más serio que ha tenido nuestra provincia, su libro “Monte Plata: Notas sobre su Patrimonio Cultural”, (editora Búho 1998).

“En el caso de “La otra luz, la de la noche”, que, es el primer poemario de Edgar Reyes, estamos ante una redención del prurito, pues es conocido en el círculo estrecho de sus relaciones, de su marcada timidez y su muy arraigada forma de no airear su vida personal ni sus sentimientos, ni en la vida diaria, ni en la literatura.

Sin embargo, estamos ante un libro, en el que el alma sensible de Edgar deja volar su imaginación y deja al alcance de sus lectores, las preocupaciones más íntimas de su ser”.

Para nosotros, sus dos preocupaciones principales, la alta literatura y el folclore regional convivieron en él perfectamente, como en un Leopoldo Lugones (1874-1938) cualquiera. Independientemente de sus investigaciones, de sus décimas y sus fábulas, de su labor incansable a favor de los invidentes, como se detallan en su currículo vitae, por lo que más que otra cosa dijimos que era un patrimonio intangible de la cultura nacional, en ese poema, la “otra luz” es “la noche interior” es su verdadero mundo, donde habitaba interiormente por su pérdida de la visión. Él era un interiorista vital.

Dejaremos solo a Edgar con su poesía, para que aquilatemos lo tanto que perdimos también en este renglón maravilloso, con la muestra de dos de sus sonetos modernos, en el sentido de libertad, a pesar de su Venus y su Marte, sujeto solo a los clásicos 14 versos y al ritmo prosódico, que analizamos en la presentación de la Feria del libro  el 30 de abril del pasado año:

 

Búsqueda 

Con esta mano en sombras, que en nada imita al ojo,

he tocado la luz honda y cósmica del arte,

la bella piel de Venus y las armas de Marte

el esplendor del tiempo y también sus despojos.

Esta mi mano sabia con que aparto y escojo,

que no es dueña del todo, tan sólo de las partes

transita los espacios soñados, sin hallarte,

ni ante el hondo concepto, rindiéndome de hinojos.

Mi mano te busca palpando el universo

con obsesión a veces y siempre con esfuerzo,

no descifra tu esencia, no penetra tu imperio.

Oh!  alta creación de la luz, magia inasible

será negada siempre a mi mano la imposible…

la verdadera revelación de tu misterio.

 

El retrato a oscuras

Presumo que tu voz es azul cielo,

tu orgasmo de encendido colorado,

tu aliento de violeta está pintado

y de un intenso gris tu desconsuelo.

Intuyo que son verdes tus anhelos,

amarillo tus sueños más soñados

tu pena de un traslucido morado

y muy negras, tus horas de desvelo.

De un tibio color miel es tu ternura,

tu llanto silencioso es ambarino,

tu insondable gemir, materia oscura.

El temblor de tus senos cristalino,

incolora de tu vientre, la tersura

y el sabor de tu sexo azul marino.

 

Para que se vea que el soneto ha evolucionado en la modernidad, reproducimos ese de Pablo Neruda (1904-1973) de sus Cien Sonetos de Amor, dedicados a Matilde Urrutia, la hermosa mujer  que amó, que si bien tiene los 14 versos, no tiene rimas. Si eso lo hizo uno de los íconos de la poesía hispanoamericana, ¿qué no podía innovar el poeta de Monte Plata? Y eso va para que no j… los puristas del soneto clásico.

Soneto II

¡Amor, cuántos caminos hasta llegar a un beso,

qué soledad errante hasta tu compañía!

Siguen los trenes solos rodando con la lluvia.

En Taltal no amanece aún la primavera.

Pero tú y yo, amor mío, estamos juntos,

juntos desde la ropa a las raíces,

juntos de otoño, de agua, de caderas,

hasta ser sólo tú, sólo yo juntos.

Pensar que costó tantas piedras que lleva el río,

la desembocadura del agua de Boroa,

pensar que separados por trenes y naciones

tú y yo teníamos que simplemente amarnos,

con todos confundidos, con hombres y mujeres,

con la tierra que implanta y educa los claveles.

Sin hacer comparaciones, siempre enojosas, pero leyendo a Edgar, nos damos cuenta de que realmente era un poeta, y sus sonetos, eran más sonetos a lo clásico, que este y los 99 restantes de Neruda en ese libro.