Cuando vacaciono en la España continental y visito sus dos grandes capitales – Madrid y Barcelona – acostumbro leer la publicidad que en el Metro, autobuses, revistas y vallas urbanas promocionan las diversas actividades culturales que tienen lugar en los espacios destinados a su realización – Museos, Salas, Galerías, Teatros – tales como conciertos, exposiciones itinerantes de pintura, fotografías, piezas dramáticas y conferencias sobre ciencias y tecnologías.

A finales del pasado siglo conocí la denominada “Guía del ocio” un pequeño manual donde están sintetizadas todas las representaciones artísticas que semanalmente tienen como asiento ambas ciudades, la cual resulta muy práctica para quienes son aficionados al arte.  En los últimos años y debido a la deriva independentista de Cataluña, en Barcelona la mencionada guía es editada en catalán para desconcierto y disgusto de los visitantes latinoamericanos.

En los últimos días del 2016 se efectuó en el Thyssen – Bornemisza una pequeña exposición titulada  “Francisco Bores: Gouaches para El Cuervo de Poe"  con los cuales este pintor español (1892 – 1972) ilustró el célebre cuento de Poe.  Se trataba de doce láminas a todo color y de carácter simbolista que tenían al cuervo como motivo principal, y que en honor a la verdad, no me impresionaron como esperaba.

Lo que en realidad me entusiasmó para visitarla fue el hecho de que el artista – Bores – al término de su lectura se inspiró en su texto  para proceder a su ilustración, y ése tránsito de la Literatura a la Pintura ó de esta a la Danza como en la obra titulada “Defilló” puesta en escena recientemente en Bellas Artes de Santo Domingo, siempre ha espoleado mi imaginación pues a mi juicio requiere un poder de inspiración sólo posible en artistas geniales.

Con el propósito de leer este afamado cuento, al día siguiente me dirigí al FNAC de la calle Preciados, Madrid, para en su bien surtida librería comprar los cuentos completos de Poe que correspondieron a los editados por Penguin Clasicos en 2016 que incluía alrededor de unos 70 en unas 1260 páginas.  Al revisar los títulos contenidos en el Índice con asombro descubro que el cuento de marras no estaba entre ellos, suponiendo entonces tratarse de un posible lapsus de los editores.

Minutos más tarde el vendedor y yo nos apercibimos que el referido cuento no está escrito en prosa – como casi todos los cuentos literarios – sino en verso, y a causa de ello no estaba incluido.  A continuación adquirimos la citada pieza que de forma individual estaba editada por ABADA Editores 2016, que no sólo era bilingüe – inglés/español- sino que contenía además su traducción en francés y portugués realizadas nada más y nada menos que por Baudelaire, Mallarmé y Pessoa con ilustraciones de Bores.  Toda una joya.

Antes de abordar el tema que intentaremos desarrollar debo confesar con pena y vergüenza que en mis primeros 70 años de existencia – toda una vida – nunca había leído nada de Poe, aunque sí tenía algunos conocimientos de su biografía, indiferencia que obedecía talvez a que mi interés literario se polariza más bien en la lectura de biografías, episodios históricos, ensayos filosóficos y en particular las extensas novelas de los clásicos del género.

Este afamado escritor nacido en Boston en 1809 y fallecido en Baltimore luego de una borrachera en 1849 – sólo vivió 40 años – a los dos años perdió a su madre antes de ser ella abandonada por su padre,  siendo entonces adoptado por John Allan un comerciante de Richmond  del que tomó su apellido.  Su desdichada existencia estuvo jalonada por el vicio de la drogadicción, crisis económica y de salud, así como intentos de suicidio.

Por sus infortunios muchos de los analistas de su obra que incluye cuentos, versos, novelas y conferencias, estiman que en ellas la materia creativa no es más que la dramatización de su desventurada vida, una traducción por escrito de su infierno interior.  Otros proclaman que ha sido el precursor del relato detectivesco, de las novelas  negras o policiales caracterizadas por el suspenso y la tensión que mantienen hasta el final de las mismas.

Esto es verdad pero lamentablemente no toda la verdad pues si un lector acucioso o mejor aún, alguien con pujos de escritor, analiza con detenimiento la narrativa del llamado escritor de Boston, notará con regocijo que el autor es también un maestro consumado del arte que maneja, que sus escritos exhiben una calidad literaria evidente, palmaria, y que sus obras son el fruto de una larga y reflexiva ponderación.  Nada deja al azar.   Se toma muy pocas licencias.

En apoyo a lo mencionado en el párrafo anterior, citemos su opinión sobre lo que debe ser un cuentista.  Dice así: “Un buen cuentista, si es juicioso, no ajusta sus pensamientos a los incidentes, sino que, tras haber concebido con pausa y cuidado cierto efecto único o singular que desea lograr, inventará entonces tales incidentes para que contribuyan de la mejor manera posible a establecer ese efecto preconcebido.  Si la frase inicial no tiende a manifestar ese efecto, habrá fracasado en el primer paso”.

Y a continuación subraya: No debe haber una sola palabra en toda la composición cuya tendencia, directa o indirecta, no sea hacia el fin establecido.  Y con tales medios, con cuidados y destreza tales, se pinta un cuadro que deja en la mente de quien lo contempla un arte de naturaleza afin, una sensación de satisfacción plena.  La idea del cuento así escrito se presenta sin tacha porque no se ha alterado, y es este un fin que no se logra mediante la novela”. 

Sólo quien conoce su oficio o el género literario que utiliza profesionalmente, puede expresarse con la rotundidad que lo hace  Poe.  Alice Munro, Anton Chéjov, Alvaro Mutis, Julio Ramón Ribeyra, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Oscar Wilde y Julio Cortázar entre otros han procedido en la concepción de su narrativa breve conforme a lo sugerido anteriormente por el autor de “Bon-bon, “Los crímenes de la rue Morgue” “El gato negro” “El misterio de Marie Rogêt” y “El cuento mil y dos de Scheherazade”.

Quien se inicie en la cuentística de Poe resultará gratamente impresionado con la lectura de los párrafos  introductorios de todos sus trabajos, ya que en ellos utilizando las palabras apropiadas, gran economía de recursos y la extensión requerida, conduce al lector al meollo del asunto, al argumento medular del relato narrativo, notando además  que todo lo descrito con posteridad se circunscribe, adecúa, a lo avanzado en los detalles y observaciones iníciales.

Por más breves que sean sus cuentos en casi todos ellos encontramos una extraordinaria performance literaria – resultado de una vasta cultura -; un original y novedoso enfoque; un vuelo filosófico pocas veces registrado en cuentistas menores de 40 años; una profundidad psíquica propia de un veterano psicólogo, así como una jerarquía, una prelación de los elementos constitutivos de la narración que recuerda el montaje de un film de Truffaut, Kubrick o Scorsese.

Es obvio que en sus trabajos hay muchos aspectos de sus circunstancias personales tales como su adicción al alcohol y las drogas, advirtiendo sus lectores una  insistente tendencia en  poner de manifiesto las  banalidades externas .  Así notamos por ejemplo que el temblor de una hoja adquiere en su mente características insólitas; el color de una brizna de hierba por igual; el zumbido de una abeja alcanza las proporciones de un vendaval.  Esta desmesura era provocada por el consumo de la morfina y otros opiáceos.

Por todo ello nos decía Baudelaire que una buena parte de las delicias y placeres generados  por la lectura de este cuentista proceden de aquello que lo mató, asegurando que este escritor  bebía  para escapar de su realidad, para olvidar rencores literarios, dolores hogareños, los insultos de la miseria y los vértigos del infinito.  Señalaba también que poseía una fisonomía un poco distraída.

El procedimiento de redacción, la forma en que este genial escritor desarrolla un tema puede ser conocido si leemos lo que él denomina la “filosofía de la composición”  la cual asumió para escribir su célebre cuento en verso titulado” “El cuervo” – The raven en inglés–,  demostrativa de la gran destreza que manifestaba en la concepción de su arte narrativo, ponderando y estudiando los efectos de cada uno de sus elementos constitutivos.

A diferencia de muchos autores que dicen escribir en virtud de una especie de rapto, de frenesí o como resultado de un éxtasis, su modus operandi era otro no dejando al azar o a la casualidad los pormenores de sus trabajos, y en “El cuervo” un lector paciente observará que este bostoniano procedía con la precisión y el rigor de un cirujano, con la exactitud de un físico-matemático.

Primeramente examinaba todo lo concerniente al tamaño de la obra, su extensión.  A continuación el efecto o impresión a causar en el público.  El tono que debería adoptar para su expresión más elevada.  Logradas estas metas se dedicaba a la búsqueda de una curiosidad artística, un estribillo, para luego evaluar la naturaleza de este último y su carácter.  En el caso específico de “El cuervo”  fue nevermore.  En esta ocasión,  dijo,  pensó primero en un loro pero se decidió más tarde por un cuervo.

En cuanto a este tema consideró que el suceso más melancólico para la humanidad es la muerte,  y el más poético del mundo era el fallecimiento de una mujer hermosa.  Debía por consiguiente combinar dos ideas: un amante que llora la pérdida de su amada y un cuervo que constantemente repite la frase nevermore.   El siguiente paso era el modo de establecer la comunicación entre el amante y el cuervo.

Determinó finalmente que para que un acontecimiento ejerza un buen efecto es completamente necesario contar con un espacio restringido,  y por ello se decidió colocar el amante en una habitación.  Hizo que la noche fuese tempestuosa para que el cuervo buscara cobijo y para crear un contraste con la serenidad que reinaba en el interior de la casa,  haciéndole que finalmente se posará sobre un busto de Palas para acentuar una oposición entre su plumaje y el mármol.

Tomando en cuenta éstos y otros detalles para la concepción de su más famoso cuento como son los materiales y las técnicas, influencias externas, personajes, revisiones posteriores y el uso de la alegoría  entre otros, debemos por obligación concluir que Poe era un artista profesional, un escritor con pleno dominio del oficio que no dejaba nada al azar.  Esta escrupulosidad en la composición era extensiva a toda su producción literaria,  siendo un vivo ejemplo de aquel que pondera con antelación todos los factores que incidirán en la estructuración de sus obras.  Esto  explica  desde luego su imperecedera y encantadora vigencia.