Hace poco asistí a una conferencia sobre desarrollo económico en el Instituto Adam Smith en Londres, Inglaterra. Allí el economista Steven Horwitz disertó sobre la naturaleza del sistema de libre empresa y cómo el mismo ha sido adulterado por la implementación de políticas sintéticas que contrarrestan las capacidades de competencia y crecimiento sostenible. Según Horwitz el desarrollo de un sistema  económico es similar a la de un cuerpo orgánico que tiene vida propia y opera en función de los factores endógenos y exógenos que conforman su cuadro existencial.

Muchas de las políticas económicas adoptadas por Estados Unidos y Europa para hacerle frente a la crisis financiera global han ignorado la naturaleza orgánica del sistema al tratar de resolver los problemas de desempleo y poco flujo de capital de manera mecánica. La implementación de políticas monetarias de carácter expansivo acompañada de una serie de políticas fiscales keynesianas y asistencialistas han retardado el crecimiento económico y relegado al sector privado a un segundo plano.

Sin embargo la inyección de capital como modo de reactivar la economía es una medida popular entre los miembros de la clase política por varias razones. Por un lado el incremento del gasto público le permite al político de turno consolidar su poder por medio de programas estatales que representan un beneficio directo para importantes grupos sociales y magnates empresariales.

En Estados Unidos, por ejemplo, el número de personas que reciben cheques del llamado Estado Benefactor ha incrementado  de 26 millones en 2008 a 46 millones al día de hoy. Pero a pesar de estos “regalos”, la economía no ha mejorado en términos agregados. En comparación con 2008 el PIB de Estados Unidos ha bajado US$803 por cabeza, el desempleo se mantiene tres puntos porcentuales por encima de su promedio histórico y la deuda pública acumulada supera la riqueza devengada anualmente por el aparato productivo de ese país norteño.

En lo que tiene que ver con política monetaria, la Reserva Federal ha aplicado por segunda vez consecutiva la herramienta de flexibilización cuantitativa para aumentar la oferta de dinero y disminuir las tasas de interés a largo plazo. Esto, a su vez, ha exacerbado el problema de la deuda ya que el acceso al crédito a bajo costo incentiva y facilita el endeudamiento por parte del gobierno. Por otra lado, un incremento no-modulado en la oferta de dinero es la receta clásica para el desorden inflacionario emparejado por una depreciación significativa en el poder de compra del circulante.

En cuanto al sector privado en el renglón de pequeñas y medianas empresas, el acceso a mercados de capitales no ha sido facilitado significativamente a pesar de las bajas tasas de interés existentes actualmente. No obstante, grandes empresas como General Motors, Solyndra y un gran número de instituciones financieras han recibido miles de millones de dólares en préstamos e incentivos fiscales. Si bien una intervención fiscal era necesaria para evitar (o por lo menos apaciguar) lo primero, al gobierno, como siempre, se le ha ido la mano no solo con el gasto, sino también con la implementación de nuevas regulaciones comerciales que incrementan el costo de hacer negocios y erosionan ventajas competitivas.

Como queda demostrado en el cuarto párrafo de este artículo, la inyección de capital a modo discrecional en compañías grandes ha fracasado en su intento por reactivar la economía. En el caso específico de Solyndra – compañía dedicada a la investigación y desarrollo de fuentes de energía alternativa –  el gobierno estadounidense le prestó cerca de US$527 millones en 2009 solo para ver a la empresa quebrar dos años después en agosto de 2011. Similarmente, el “rescate” de General Motors fue manejado con una muy pobre disciplina fiscal y costó al erario más de US$20 mil millones.

A la luz de los resultados de la política fiscal keynesiana que se viene aplicando desde 2008, Estados Unidos necesita un cambio de dirección urgentemente. El sector privado debe nueva vez ocupar el primer plano y el empresario pequeño y mediano merece ser empoderado y no castigado por regímenes impositivos implementados por políticos que desconocen la fuerza sine qua non que genera empleos y crecimiento económico real y sostenible.

Los que generamos riquezas con el sudor de nuestras frentes sabemos que la economía es, en esencia,  un ser vivo conformado por un sin número de unidades inteligentes que interactúan dentro de un cosmos preñado de complejidades en su mayoría resolubles a través de la fiel aplicación de la ley de oferta y demanda. Lamentable es el hecho que dicha ley es frecuentemente quebrantada por supra-unidades políticas analfabetas en economía e inexperimentadas en el arte de competir y hacer negocios de manera honrada y esforzada.

Pero sepa el que busca quebrantar la ley y el que apoya al que busca quebrantarla, que la ley de oferta y demanda es en sí misma inquebrantable y que, a final de cuentas, solo se quebranta el que busca quebrantarla.