En Azua es asesinado un agricultor. Del hecho se responsabiliza a nacionales haitianos.  La comunidad, excitada por el extremismo racista, amenaza con tomar represalias contra los  haitianos que pueblan la zona.

En la comunidad francomacorisana de Los Montes, tiene lugar una situación similar por la muerte de un lugareño. Pese a que el señalado autor fue apresado por la Policía, no impidió que desconocidos prendieran fuego y redujeran a cenizas las viviendas de varias familias haitianas que tuvieron que huir de manera precipitada.

Es lo mismo que había ocurrido en Pedernales en semanas recientes por el brutal asesinato de un matrimonio de agricultores de edad avanzada, lo que originó un estado de verdadera insurgencia con un camión que recorrió la ciudad donde por altavoz se dio un plazo perentorio a todos los residentes haitianos para abandonar la misma, lo que provocó el cierre temporal de la zona franca afectando a más de 500 trabajadores, mantuvo suspendido el mercado binacional por varias semanas y  desplomó la ya de por si precaria economía local.

Parecen todos episodios redivivos de las persecuciones y linchamientos llevados a cabo por la tenebrosa secta racista del Ku-Klus-Klan, en el sur estadounidense, ahora trasladados a nuestro ámbito insular.

Pero no se trata solo de episodios racistas. Son muchos más.   Son expresiones de un estado generalizado de violencia, donde cada vez un mayor número de ciudadanos se muestran agresivos y apelan a la violencia, ya sea para dar rienda suelta a sus prejuicios,  imponer criterios,  vengar agravios, cobrar herencias, castigar traiciones, razones pasionales,  diferencias económicas, políticas y cualquier otro motivo por insignificante que resulte. 

El jueves pasado, en la ciudad de Santiago, la periodista Deyanira López, cubriendo una información para CDN donde labora,  fue víctima de un inesperado y brutal atropello por parte de familiares apandillados de un sometido a la justicia acusado de haber dado muerte a su propio padre. La reportera, impedida de defenderse, recibió  bofetadas, trompadas y arañazos cuando intentaba entrevistar al implicado, sufriendo lesiones graves que requirieron hospitalización.   No solo un atentado a la libertad de prensa, sino un cobarde acto incivil que merece la más fuerte sanción penal.

Pero también en Santiago, el mismo día, tuvo lugar otro reprobable hecho de violencia cuando el personal de emergencia del hospital infantil Arturo Grullón, se vio bajo la seria amenaza de agresión de una airada turba de acompañantes de un menor con un brazo fracturado, cuando se negaron a salir del área de atención a la sala de espera, ocasionando daños materiales y agrediendo a los agentes policiales y militares de guardia en el centro.  Un hecho, que lamentablemente se replica con frecuencia en las emergencias hospitalarias.

Sin embargo, lo más preocupante por su involucración colectiva es pretender aplicar justicia por propia mano, como en la época del salvaje oeste norteamericano, tantas veces reflejada en las pantallas de los cines que de simples espectadores nos ha convertido en protagonistas reales.

Son cada vez más frecuentes las ocasiones en que grupos de ciudadanos cegados por la ira y el deseo acumulado de castigar la criminalidad que estiman no es sancionada por la justicia con el rigor requerido, proceden a golpear, apalear, acuchillar, machetear  y balear a por lo general  delincuentes de poca monta cuando son sorprendidos tratando de arrebatar a la desprevenida víctima  un bolso de mujer o un celular, o intentando robar en una residencia o un negocio.  En los últimos años, se han registrado decenas de linchamientos, un delito tanto o más grave que el que se pretende castigar que por impunidad se ha convertido en viral.

Hora es de poner freno a esta ola de violencia ciudadana, que termina por convertirse en criminal, y que, las estadísticas lo prueban, supera a esta con creces.  Hay que hacer entender a todos que la libertad tiene sus límites, porque de lo contrario termina por degenerar en libertinaje. Tenemos que evitar convertirnos en un país de salvajes y en una sociedad invivible. Recordar que tenemos normas e instituciones.  Y al margen de sus defectos y errores, debemos ajustar nuestro comportamiento a unas y otras.   La autoridad tiene que dejarse sentir.  Sin atropellos pero como firmeza.  El finado presidente venezolano Rómulo Betancourt acuñó una norma de aplicación que no pierde vigencia, “Democracia con energía”. Significa, simple y sencillamente, ejercer la autoridad a través  del duro imperio de la ley.