Con más de una década de un crecimiento económico promedio alrededor del 6 por ciento, sin duda entre los más altos del mundo, pocos pueden entender que la República Dominicana siga resultando quemada en casi todas las evaluaciones internacionales, como se ha repetido recientemente con el Indice de Competitividad Global (ICG) del Foro Económico Mundial, y en informes del Banco Interamericano de Desarrollo, del Banco Mundial y de la revista The Economist.
La incidencia ha sido tan reiterada que ya se acabaron las impugnaciones basadas en una supuesta campaña internacional de descrédito o en manipulaciones de los competidores. Los defensores del “enorme progreso” nacional han tenido que apelar a manipulaciones, ignorando hasta cambios de metodologías, para argumentar avances significativos. Los más profesionales reconocen que tenemos rémoras institucionales y retrasos tan arraigados que requieren mucho tiempo para ser superados.
En el caso del ICG 2018-19 queda de manifiesto que el fardo más pesado se encuentra en los indicadores de institucionalidad, donde quedamos ahora en el escalón 97, con puntuación de 48.5, aunque en el índice global estamos en la 82 con puntuación de 57.4, entre 140 países evaluados, con apenas mínimos avances `sobre los anteriores.
Cuando se busca por renglones, se encuentran explicaciones, por ejemplo en “incidencia de la corrupción”, posición 113, lo que implica que apenas hay 27 peores en todo el mundo. Como la corrupción tiende a carcomerlo todo, se explica que en confianza en la policía tengamos la posición 131, en tasa de homicidios la 127, en independencia judicial 125, y en otros ocho renglones sobre el escalón 100.
Que el crecimiento económico no se traduce en desarrollo y eficiencia es la mayor contradicción y remite a la calidad del gasto, a la malversación y la ineficiencia, que en reciente estudio publicado por el BID se calcula en el equivalente al 3.8 por ciento del PIB, es decir unos 163 mil millones de pesos anuales. En gasto de inversión y desarrollo el ICG nos deja en el escalón 138, con 0.3, es decir en el antepenúltimo lugar.
También la semana pasada se publicó el Indice de Capital Humano del Banco Mundial, en el cual la RD ocupa el mismo antepenúltimo lugar, junto a Honduras, y apenas por encima de Guatemala y Haití entre los países latinoamericanos. En el contexto mundial se nos otorga el escalón 101 de 157 naciones evaluadas. Ese pobre resultado se relaciona con la pobre inversión en salud y todavía en educación, y la enorme desigualdad salarial.
El BID diagnostica que seguimos el patrón predominante en la región de una alta brecha en los salarios del sector público, con funcionarios que reciben hasta 20 mil dólares mensuales. Contrasta con el salario mínimo que prevalece en el Estado de 5 mil 117 pesos, misma suma que recibe más del 80 por ciento de sus cien mil pensionados.
Por su parte, el prestigioso grupo The Economist coloca al país en la posición 71 de 84 evaluados en su reciente Indice del Entorno Global del Comercio Ilícito, señalando un incremento del comercio ilícito impulsado por una “deficiente gobernanza e instituciones débiles”, con altos niveles de informalidad y corrupción en las fuerzas militares y de seguridad.
Estas recientes evaluaciones son una reiteración de las múltiples de los últimos años, donde nos queman en calidad de la educación, en los servicios sanitarios, en feminicidios, embarazos de adolescentes, en muertes por accidentes de tránsito y materno-infantiles, y trabajo infantil, en apatridia, descrédito del Congreso y los partidos, en transparencia, ética empresarial y en déficit democrático.
No se trata de ninguna conspiración, sino de evidencias contundentes de que la mayor pobreza de la nación es la calidad de su gestión, que durante gran parte de nuestra historia hemos malversado un fuerte potencial, muy mal administrado por el predominio del más salvaje pragmatismo político.-