Okey, crecemos económicamente (creámoslo, nos lo dicen muy seriamente semana tras semana), según parámetros de difícil comprensión y muy complejas explicaciones que chocan de frente con las complicaciones de lo cotidiano y real que se respira en las calles, esquinas, plazas, parques, colmados, supermercados, gasolineras, tiendas, bares, restaurantes, salones de belleza, consultorios médicos, clínicas, aposentos, terrazas, sanitarios públicos (¿?) y hasta bancas de apuestas. Técnicamente somos un país rico o que se está enriqueciendo, pero realmente somos un país pobre y nos estamos empobreciendo cada vez más. Potencialmente si lo somos, pero nuestros potentados del sector privado no llegan a comprender que deben invertir y solo lo exigen al Estado y los que hacen el Estado están en enriquecerse ellos, no que lo haga el país. Aquí también aplica el sofisma de que no es solo cuestión de dinero, y la economía dominicana carece también de calidad, de moral y de ética. Las ciudades lo evidencian muy claro y muy principalmente la capital dominicana con su opulento y ostentoso centro geográfico localizado en el Distrito Nacional.
Dentro de ese recortado municipio favorecido por la atomización de lo que ahora es la provincia Santo Domingo con su multiplicidad de municipios, que antes eran la capital dominicana en su totalidad, hay torrecitas tropicales por un lado (sin saber si están bien calculadas por aquello de los sismos y si son seguras contra incendios y vandalismos) y por otro, arrabales por doquier, muy mal ubicados, en barrios que salieron de su clandestinidad social permitidos por el populismo estatal y municipal. El DN está bellamente mantenido en su centro y asquerosamente abandonado en su periferia y no tan lejos de su centro…Una foto aparecida en Diario Libre, en su portada de segunda plana de fecha miércoles 5 de enero (víspera de los cada vez menos recordados Santos Reyes), así lo permitió constatar visualmente. Retrata un vertedero frente a un hospital en las lindes de los barrios María Auxiliadora, Mejoramiento Social, Luperón y Espaillat. Pero esa foto, es fácil comprender, que desde el mismo lugar, con el mismo enfoque, ese basural ya podría no estar, solo hay que cumplir con un deber laborar municipal que se evade…
Otras pobrezas no pueden ser fotografiadas. Siendo una isla no tenemos ni líneas aéreas ni navieras de pasajeros. Tuvimos ferrovías -rieles- para ferrocarriles -trenes-, pero los vendedores de autopistas (o más bien carreteras pavimentadas no del todo correcta ni adecuadamente) les hicieron comprar a los gobiernos posteriores a la guerra civil, la falacia de la transportación de superficie carretera que ha llevado a la tumba a más gentes que todos los conflictos armados sobre territorio nacional (que han sido muchos en la historia). Hasta hace quizás tres décadas tuvimos líneas aéreas de modestos alcances y muy reducidos equipos, fueron privadas y estatales, ya hoy no hay ni una cosa ni la otra. Tuvimos una línea mercante con dos o tres barquitos, quizás goletas y uno que otro de relativo calado; pero los submarinos alemanes, en la segunda guerra mundial, se encargaron de ellos… Del resto de las esperanzas se apropió el miedo, las dudas, la pobreza conceptual más que la material. Nos quedamos aislados ya no en sentido físico real, sino en términos operativos y funcionales. Y cómo es posible que ahora en el papel somos un país en crecimiento sostenido desde tal o cual año, con un porcentaje inverosímil que ni China (quizás los Emiratos Árabes Unidos), pero que sin embargo no haya "voluntad política", ni privada ni estatal, para recuperar fortunas extraditables, tiempo perdido, espacios robados, negocios deprimidos, oportunidades y prestigios escamoteados… Tenemos Metro con aportes económicos de préstamos extranjeros, colaboraciones dadivosas de empresariales transnacionales y locales, construido con una inversión que si se fuera a comprar con un alto porcentaje del PIB, quizás improbable de poder ser cuantificado, nos daríamos de bruces ante la realidad nacional, un espejismo de frágil cristalería que no obedece ni a los caprichos de una bruja de sortilegios y embrujos cinematográficos para niños ni a las nebulosas bolas de cristal de las pitonisas caseras…