Este año que conmemoramos el bicentenario del natalicio del más grande e ilustre de los dominicanos: Juan Pablo Duarte, conviene esbozar algunos aspectos relevantes en torno a su figura. Su carácter, visión, religiosidad, intelectualidad, moralidad, amistad y patriotismo le permitieron forjar un legado que caracteriza las doctas cualidades del ciudadano ejemplar y mantiene vivo el espíritu de nuestros principios republicanos.

Duarte se desenvolvió en un ambiente donde imperaba en América una gran influencia ideológica de progreso y libertad que afloraban del Viejo Continente. Cultivar la intelectualidad le permitió enfrentar el vorágine contexto que reinaba en la época y mantenerse firme cuando todo se profetizaba como irremediablemente perdido, haciéndolo colosal ante la adversidad. Sacrificó, lo que a mi juicio considero, la etapa más preciosa de cualquier persona: la juventud, para darnos la nacionalidad y el Estado independiente que hoy tenemos, aún sea con sus luces y sombras.

Los valores familiares le permitieron no torcer su curso, siquiera cuando parecía que las amazónicas corrientes del río arrastraban su cauce hacia el precipicio; la formación cristiana en su hogar le valió preparar su espíritu para los duros momentos en que le tocó vivir, en especial en el final de sus días. Bien había resaltado Schopenhauer la importancia de cultivar el espíritu (éste fue prácticamente su contemporáneo, aunque no tuvieron el placer de conocerse), en su ensayo “Aforismos sobre el arte de saber vivir”: (…) en la juventud todavía conservan estos señores la fuerza muscular y reproductiva, pero en la vejez solo les queda la fuerza del espíritu; si entonces ésta les falla o carecen de preparación intelectual y de materia almacenada para poder ejercitarlas, grande será su lamento”.

El hijo de doña Manuela había concebido la idea de que para redimir al pueblo del terrible yugo al que yacían mis antepasados, era necesario ilustrarlos. Y se dedicó a la noble y laudable tarea de enseñar, transmitiendo los conocimientos que había adquirido por el mundo (que en ese tiempo eran los más insignes de su época) a sus semejantes y más necesitados. Más que una concepción, era un deber, al que Hostos llamaría, en su obra “Moral Social”, el deber de la civilización. Ese corazón humanista era propio de los románticos y el joven Juan Pablo, al igual que muchos de su época también lo era. Y de hecho, ¿quién podría no serlo cuando los países europeos, y las ideas que venían de allí, se encontraban influenciados por Hernani, fantástica obra teatral romántica de Víctor Hugo? Solo quizás aquellos que seguían dormidos en las ideas del neoclasicismo se resistían a hacerlo, pero que terminarían, de alguna manera, siendo influenciados por el fervor romántico de la era.

Duarte fue excepcional, o mejor dicho, como dice el Dr. Euclides Gutiérrez Félix en su obra “Héroes y próceres dominicanos y americanos” era un hombre de cultura avanzada, esto último porque a pesar de todas sus cualidades era un humano de carne y hueso. Y me detengo en esta última línea para hacer énfasis en la simpleza, pero grandeza de la misma, la cual significa que era alguien igual que nosotros, condición que nos permite imitarlo.

A pesar de sus sacrificios murió enfermo, exiliado y traicionado, en la hondura y tristeza de la soledad. Sin embargo, su lucha no fue en vano, la historia le había guardado un sitial que trascendió la vida, un lugar que solo ostentan los héroes cuyas cualidades solo se asemejan a lo divino, los auténticos mártires: el lugar de los inmortales; bajo el título más preciado que cualquier ser humano pudiese llevar, el de “Padre de la Patria”. Al final triunfó porque su amor era mayor que el odio de sus detractores y porque tarde o temprano el mal no hace otra cosa que no sea destruirse a sí mismo.

Nuestra patria necesita más mujeres y hombres como Duarte, una generación de jóvenes que rescaten y pongan en práctica sus pensamientos e ideales a favor de nuestra amada República Dominicana. Que sean sus propias palabras las que nos indiquen el camino que debemos seguir los jóvenes:

“Seguid jóvenes amigos, dulce esperanza de la patria mía, seguid con tesón y ardor en la hermosa carrera que habéis emprendido y alcanzad la gloria de dar cima a la grandiosa obra de nuestra generación política, de nuestra independencia nacional, única garantía de las libertades patrias”. -Juan Pablo Duarte

¡Juventud, tenemos una deuda con Duarte y es hacer realidad la nación que él soñó y por la cual tantos han ofrendado su vida!