Casos extremos, que lucen indefendibles, presentan oportunidades para probar que tan aferrados estamos a los principios. Es lo que exitosamente considero ha hecho Walter Block con “Defendiendo lo Indefendible”, libro con un ensayo que viene bien para analizar el cubo de aguas residuales con que un comunicador acaba de bañar a Duarte.
Desde la cabina de una emisora radial, en la que los dueños le permiten una absoluta libertad de expresión, obró sobre el Padre de la Patria hasta rebosar la letrina. Ningún decreto del gobierno obligó a las demás estaciones de radio a difundir de manera simultánea su mensaje. Todo ciudadano en poder de un radio estaba en libertad de permanecer o cambiar el dial durante esa transmisión, como hoy tiene también derecho para criticar o apoyar sus comentarios por cualquier medio que tenga disponible: su cuenta en redes sociales, comentarios al pie de noticias, blog personal, canal de Youtube, columna de opinión, grupo de Chat.
Otras acciones no violentas y que no vulneran derecho libertad de expresión bien entendido, están en la cancelación del comunicador y organizar un boicot a los anunciantes del programa. La primera es ejercer una opción de un contrato laboral, que sería un caso similar al que aquí expliqué sobre la tragicomedia de la alegada cruzada anti-Jarabe. La segunda, tan legítima como la publicidad con que empresas buscan impulsar sus ventas. Es común ver empresas importantes desvincularse por ese temor de atletas que se dopan o artistas que provocan escándalos.
Lo que no se puede es promover sanciones civiles o penales por acciones de esa naturaleza. Eso es abonar terreno para dictadores. Detractores de mal gusto y lisonjeros que dan nausea son los dos extremos de una opinión pública donde por evolución natural algún día serán minoría y no “Marca País”.
La tragedia de Las Vegas la provocó el ánimo de matar de un psicópata y, como señala un asociado del Instituto Mises, por la ciega fe de los promotores privados del evento en que fuerzas especiales de seguridad pública están para evitar ocurran esos casos. Con la decisión tomada, las armas aparecen aunque estén prohibidas, como ocurre en casi todos los países niegan a sus ciudadanos el derecho natural a tener armas para la defensa. En EUA, hay millones que valoran sus armas como el medio para protegerse de los delincuentes cuando el cuartel o las patrullas de la policía están distantes y de gobernantes que aspiren convertirse en tiranos. También están conscientes de que una condición para un genocidio exitoso es el desarme de la población, ideas éstas que les expone en forma brillante Andrew Napolitano. Nada ni nadie los va a desarmar.
El selfie de intelectuales que condena las intenciones de Cataluña de buscar la independencia de España, se tomó captando buena parte del Monumento a la Guerra de Restauración, en Santiago de Los Caballeros. El derecho a la libre asociación no es tal cosa si se limita seriamente o se prohíbe el derecho a romper el vínculo. Agredir a Estados por su intención de darle fin al acuerdo crea un Gobierno Federal es un abuso; mantener a la fuerza la unidad de un reino, otro. Mientras más pequeños los gobiernos, mayores son las posibilidades para enfrentar sus atropellos a las libertades individuales. Bienvenido cualquier proceso no violento y con apoyo mayoritario para escapar de gobiernos grandes sienten que los oprimen. Bien por Cataluña y ¿Punta Cana?