He visto grandes desfiles conmemorativos del patricio Juan P. Duarte. Militares cargando enormes y preciosos arreglos florales bajo un sol sofocante; pronunciamientos de discursos rimbombantes, laudatorios y exhortaciones a seguir su ejemplo. ¿Y eso qué? ¿Dónde están las acciones en la gestión pública que avalen el ideario de Duarte? Por ejemplo de esta sugerencia suya: Trabajemos por y para la Patria que es lo mismo que trabajar para nosotros mismos y para nuestros hijos.
Es fácil conmemorar su legado, pero meterlo en la acción política del día a día, es una tarea altruista de gallardía y de liderazgos visionarios. Por eso se prefiere imitar en la práctica a los enemigos de Duarte y de la Patria como Pedro Santana y otros tantos que deshonraron su legado y devoraron el país. Se inclinan más a la visión de Joaquín Balaguer. En su obra, El Cristo de la Libertad, elevó a Duarte a categoría divina al estilo de Jesús de Nazaret, desdeñando en el discurso a Pedro Santana, pero por abajo aplicando su estilo en su acción política y lucha por el poder.
Pedro Santana -ese bufante-, como lo denominó con toda razón Fray Ciprano de Utrera, forjó un liderazgo distinto al de Duarte. Creó un capital político, militar y económico desde que incursionó en la actividad política. Sabía que necesitaba saciar a sus seguidores y ganar en base a la venta del erario público entre los grupos conservadores y seguidores, e incluso, de adeptos al proyecto trinitario. Promulgó una Constitución a su medida para aumentar sus poderes dictatoriales. En su gobierno, la sangre trinitaria de hombres y mujeres humedecieron la tierra de nuestra Patria, los cementerios se poblaron y el pánico cundió entre los que quedaron vivos.
Duarte no quiso apretar el puño contra los enemigos de la Patria. El 9 de junio de 1844 dejó que se propagara una campaña sucia y de difamación orquestada por el grupo santanita, el cual destruyó su imagen y lo envió posteriormente al exilio, deshonrado en las calles de Puerto Plata con un vil asesino. Años más tarde, su figura y su proyecto se diluyeron a tal punto que Francisco Moscoso Puello nos recrea este pasaje de su novela Cañas y bueyes, (p.22):
—¿Cómo tiene usted ahí ese retrato? ¿Por qué usted no tiene el de Duarte?
—Bueno. Este es primo de mi padre y el que usted dice lo conozco. Ni sé nada de él. Ni nadie me ha contado nada de él, ni creo que tiene familia aquí. Quizás hablarán de él papeles. Pero a este lo conoció aquí todo el mundo (refiriéndose a Santana)Era dominicano por los cuatro costados, valiente, honrado y responsable. Yo creo que fue él quien hizo salir de aquí a los haitianos, si no me equivoco.
—¿Traidor? ¿De quién?…
Pienso que a Duarte le faltó mostrar esa gallardía necesaria para la arena política, como lo hizo el gallero, Manuel Jiménez. El 9 de mayo de 1849, Pedro Santana lo desafió. Armado hasta los dientes se presentó con tres divisiones del ejército demando su rendición a la Presidencia de la República. Pero el gallero respondió con un ataque de artillería que desató un incendio en San Carlos y el guapo seibano sintió miedo. Es triste saber que Ramón M. Mella acompañaba las tropas de Santana.
Quizás por eso, las pinturas y esculturas sobre Duarte no pueden esconder su mirada triste, melancólica y perdida en el tiempo, de un hombre desterrado de suelo natal. Vio la traición a su proyecto, no solo de los opositores, sino también de parte de sus seguidores, aquellos que por delante le mostraron una cara y después a su espalda negociaron con el enemigo. Ver a ese embajador francés de la época – E. J. de Saint-Denis- abortar su proyecto. Debió, cuando tuvo un poco de poder, haberlo montado en un barco con destino a su país o haber negociado con los afrancesados para fortalecer su proyecto. Pero no lo hizo. Muy tarde, sin energía se lamentó: Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones.
Por eso a Duarte se le quiere lejos de la política, como un mito heroico preñando de valores y espiritualidad, que solamente es útil para decorar oficinas, centros educativos, ocultar lo que hacemos contrario a él. O para decirnos a nosotros mismos que este país no lo arregla nadie, que tenemos que operar con las reglas del Príncipe de Maquiavelo. Pero se equivocan. Hay un despertar de muchos jóvenes y gente que quieren nuevos liderazgos. Que quieren recuperar la sustancia ética del Estado tal como lo planteó Hegel en la Filosofía del Derecho.
Necesitamos aprender que no nos hacemos duartianos por conmemorarlo, sino por concretar sus ideas en acciones que hagan la vida más feliz en esta tierra. Tenía razón el filósofo Aristóteles cuando planteaba en las obras de Ética a Nicómaco y Eudemo que el problema no era la falta de conocimiento de lo bueno y lo justo, sino de un modo de ser, una vida virtuosa que muestra la justicia por su práctica.
En suma, seamos más duartianos y menos santanistas. El ideario de Duarte y los trinitarios sigue ahí como propuesta. Empecemos por algo sencillo: ahorrar dinero de los actos conmemorativos de todas las instituciones públicas y privadas. Destinemos ese dinero a comprar medicinas para esos hijos e hijas de la Patria de Duarte que mueren en los hospitales por falta de medicamentos y atención médica. Así estará más contento el patricio.