Dado el enorme ejército de creyentes cautivos que tenia la religión oficial, ésta no necesitaba excomulgar al patricio Juan Pablo Duarte.

Bastaba un gesto, una insinuación, como era la costumbre, para que la víctima propicia quedara desprovista del bautismo, que era la condena más grave que, como arma política, sostenía el clero en los días en que era su arzobispo monseñor Portes en la República Dominicana, gestor de la medida contra el padre de la patria.

Su posición era la de apoyar al dictador del momento, Santana o quien fuera, de naturaleza conservadora y adicto a los intereses de Roma y de España.

El anexionista y hatero Santana era hispanófilo y respondía por tantos a sus intereses.

Duarte era el patriota “renegado” que anhelaba la independencia total del territorio nacional lo cual lo hacía respetable y popular.

Además, era masón, lo que ya lo ponía a chocar contra un muro pesado.

No había la necesidad-y no era táctico- condenar explícitamente a un hombre así a la excomunión mayor, como fue promovida contra quien se pronunciara condenando a Santana. Iba dirigida, sin dudas, contra él y contra quienes lo apoyaran.

De modo que se prefirió una imagen parabólica a fin de mantener la “fe” de los creyentes en su religión.

No hubo juicio, no hubo condena, no hubo un pronunciamiento oficial sino una advertencia admonitoria pre condenatoria.

Debe recordarse que la Iglesia tampoco divorcia oficialmente.

Pero no deja de hacerlo. Usa una imagen alegórica, tomando en cuenta que hay separaciones que ocurren en lo sentimental y físico entre las parejas casadas y unidas “mientras vida tengan”, como si en la práctica esto fuera posible siempre.

Lo que dice en esos casos, para oficializar un divorcio que no recibe ese nombre, es que “nunca hubo matrimonio” aunque, de hecho, sí lo hubo y también hubo unión y en muchos casos, hijos, el producto natural de la unión.

El dualismo eclesiástico permitió al arzobispo, que vio el peso y la estatura moral que tenía Duarte y que no lo ignoraba, recibirlo a su llegada del exilio con la frase “salve, padre de la patria!”.