Conocí al Dr. Erasmo Vásquez Henríquez, por medio de una entrañable amistad personal y fructífera relación profesional con mi hermano médico, el Dr. José Luis Pichardo Muñiz. En La Vega, la tierra que le acogió por tantos años y que en 1977 le declarara hijo adoptivo y distinguido, compartimos amenas y enriquecedoras conversaciones. Especialmente, cuando me correspondió el honor de compilar y editar el libro “Adeliquín 60 años con Down. Una larga vida de calidad y felicidad”. Una preciada oportunidad para entrar en una comunicación más directa y personal con sus saberes y su extraordinario “don de gente”.

Un conmovedor relato de una amistad sin fin, como él mismo lo llama: “de un amigo de siempre y por siempre”. De esa ocasión guardo gratos recuerdos en mi memoria. Entre ellos, como médico, su afán por velar que se siguiera al pie de la letra el protocolo de la firma del consentimiento informado. De igual forma, como maestro, su magistral explicación de las razones por las cuales dicha patología prenatal debería denominarse genoma, ya que síndrome hace referencia a síntomas característicos de una enfermedad.

Sin duda, el mejor de los recuerdos, fue cuando él mismo escribió su presentación para el libro, y con su sello característico de sencillez y humildad, pidió colocar la siguiente inscripción “amigo personal del protagonista de 60 años con Down”, a quien presenta como un referente obligado en su cátedra sobre cromosomopatías de la Universidad Católica Tecnológica del Cibao (Ucateci) en la Vega.

En ese transcurrir me enteré de su transitar profesional como Maestro nacional de la Medicina Dominicana, que la prensa en general ha hecho eco en los últimos días, incluyendo sus vínculos familiares y políticos. Ministro de Salud Pública, y en el ejercicio de esa función Presidente de la Mesa Directiva del Consejo Directivo y de la Comisión General de la Organización Panamericana de la Salud (OPS); y dos veces Presidente del Colegio Médico Dominicano (CMD), entidad donde cuyos colegas le reconocen y recuerdan por sus afanes en procura de conquistas de derechos laborales y sociales.

Desde ayer, y aun antes que el Ayuntamiento de La Vega declarara dos días de duelo, por las redes sociales y otros medios, circulan una multitud de testimonios de sus clases extraordinarias, que despertaban singular atención y de las bondades en su ejercicio de la medicina, por la confianza que generaba en las madres de sus pacientes como pediatría tanto en hospitales públicos como en su consulta privada, donde el profesional competente y el ser humano con vocación de servicio, se conjugaban –como tiene que ser– en un solo.

Sus capacidades gerenciales y de liderazgo traslucen en el merecido homenaje, con lágrimas en los ojos y la hermosa simbología de dejarle ir soltando globos azules, del Policlínico La Vega, entidad de que la fue socio-fundador y a la hora de su muerte fungía como Presidente del Consejo Directivo.

Mi sobrino mayor, el Dr. Luis Pichardo Longo, quien también es su sobrino, porque mi hermano ha sido y seguirá siendo su hermano, le describe como: “un ser excepcional con la capacidad única y la habilidad innata de en una conversación sacar lo mejor de cada persona y guiarte hacia tus mejores metas, así lo hizo con tantas otras personas”.

Sus colegas de trabajo le recuerdan como una persona disciplinada y metódica. Terminaba su consulta a eso de las 6 de la tarde y se quedaba en su oficina hasta las 8 o 9 de la noche, escribiendo y trabajando en otras tareas. Sus planes eran siempre de largo alcance, no se detenía en pequeñeces. Perdonaba a todo el mundo, su mayor legado.

Murió tal como vivió, luchando hasta el último momento. Su muerte es un llamado a redoblar esfuerzos en la investigación en salud, a invertir recursos en ciencia y tecnológica para tal fin, a difundir en forma amplia y transparente los resultados de los estudios clínicos y a evaluar en forma metódica y sistemática su incidencia, más allá de la intuición pragmática, en el contexto del denominado movimiento de política pública basada en evidencia.

Y, sobre todo y ante todo, a escuchar voces críticas y cuestionadoras en el estudio de la pandemia que azota al mundo, el coronavirus (covid-19, por sus siglas en inglés). Una enfermedad que es más que lo que no se conoce, que lo que se conoce.

Como todas las personas pudo haber cometido errores, pero como en pocas el balance de sus luces es mayor y opaca alguna sombra, si es que la tuvo. Así se le tiene que recordar y consagrar su compromiso ético en la memoria cotidiana de quienes tuvimos el privilegio de conocerle.