Releo, y casi copio, hoy para "acento" una reflexión sobre la Navidad que escribí hace ya tres años y que, al desempolvarla en estos días, me parece que mantienen vigencia los planteamientos que expongo en sus líneas

Decía que navidades hay dos refiriéndome a que son dos las formas de celebrar esta fiesta a la que todos, creyentes o increyentes, nos sumamos. Algunas cosas, no parecen cambiar en dos milenios.

Dos fiestas muy distintas hubo también en aquella primera navidad, la histórica, la de Belén. Ocurrieron así los acontecimientos por obra y gracia del emperador romano que estaba urgido por conocer el número de súbditos que tenía en sus dominios para calcular los ingresos para las arcas del imperio y las suyas propias con los impuestos que cargaría a los ciudadanos.

Creía Augusto que el planeta era suyo, o que no había más mundo que el de su imperio, y ordenó, según nos cuenta el evangelista San Lucas, que este censo se hiciera en el mundo entero.

Fue esto lo que obligó a José y a María, que ya estaba en avanzado estado de gestación, a montar su burro y coger para Belén donde tenían que empadronarse.

Debió ser mucha la gente que había en esos días en esa pequeña aldea. Para dar cumplimiento a la orden imperial y seguro fue esta la razón por la que José no encontró un lugar más adecuado para que su esposa diera a luz. A falta de una casa por rentar su escuálida cartera no le permitió otro escenario que  una cueva donde los pastores cobijaban a sus animales y se guarecían del frío en el severo invierno palestino.

Nos sigue diciendo Lucas que esta fiesta del nacimiento de Dios en el mundo, fue discreta y sencilla. Apenas unos pastores, gentes consideradas de baja condición social, se enteraron del anuncio del ángel que les dio la noticia de que "en la ciudad de David os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor". Y la señal de que no estaban viendo visiones sería un pequeño niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.

Sólo ellos. Los demás que abarrotaban las callejuelas de Belén estaban en otra fiesta, en otro jolgorio pues aquellos eran ya los tiempos del pan y circo. Compensaba así el emperador con fiesta popular el enojo de la mayoría de la población por la obligada y forzosa movilización para empadronarse.

Esta muchedumbre estaba ajena a la otra Navidad; a la del misterio de la Encarnación. No cabía esperar otra cosa. ¿Cómo creer que Dios se humaniza cuando se estaban acostumbrando a las permanente divinización de un emperador tan humano como ellos.

Hoy pasa exactamente igual. Unos, no sé si los menos, intentan celebrar el misterio de la Encarnación haciendo nuevo en su corazón el acontecimiento histórico de Belén, dejando al Dios que se humaniza habitar su corazón para renacer con él a una vida nueva. Otros muchos, la mayoría, acuden, sumisos y obedientes, al llamado del "emperador consumo" a empadronase en un masivo peregrinaje en las oficialías del lugar y pagar por adelantado sus impuestos.

También esta otra navidad, como la de aquel tiempo, está edulcorada con pan y circo. El pan y el circo lo pone el nuevo emperador y nosotros con el doble sueldo pagamos el impuesto.

Feliz Navidad