Si algo positivo tiene la crisis producida por el coronavirus es que nos ha lanzado despiadadamente al futuro, obligándonos a sentar bases de golpe y porrazo en la virtualidad. Ahora vivimos, o contemplamos la vida, con temor y desconcierto, desde las paredes de los búnkeres en que se han convertido nuestros hogares. Drásticamente se han relegado todas las actividades existenciales y profesionales. Somos lo que podemos en la distancias física y social: un avatar, un ícono, una imagen audiovisual. La esperanza es que este confinamiento no será para siempre.
Escribo esta vez no para filosofar. El poeta en mí, cede el turno al ingeniero y al académico, motivado por la drástica suspensión de la actividad educativa como medida de control del virus, y la promesa bien intencionada del nuevo gobierno encabezado por el presidente Luis Abinader, y del ministro de educación Roberto Fulcar, de que el 2 de noviembre iniciará un año lectivo totalmente virtual.
Justiprecio esa decisión obligada por las circunstancias y el apremio de un país que demanda soluciones inmediatas. Me preocupa, no obstante, su viabilidad cuando son conocidas las fallas de origen del actual sistema educativo tradicional que obligó hace pocos años la asignación del 4% del PIB. La experiencia frustrante reciente, en cuanto a la poca mejora de la calidad de nuestra educación pública derivada del uso de eso recursos, nos hace poner los pies en tierra. Dos meses es poco tiempo para levantar un simple plantel físico, dotarlo de servicios básicos y trasladar un centro educativo ya en funcionamiento, con un sistema educativo presencial y materiales físicos ya conocidos. De ahí mi temor de que nuestras autoridades actuales pequen de ingenuidad y optimismo al planificar un proyecto que impactará la totalidad del sistema educativo en dimensiones apenas imaginadas.
A partir de mi experiencia de informático y docente (apresurado por la virtualidad en una de nuestras principales universidades), me luce encantadoramente utópica esta aspiración de convertir en virtual toda la educación pública dominicana en un santiamén. Recordemos que para el año escolar 2017-2018, “el país contaba con 2,173,509 estudiantes en el sector público, 668,481 en el sector privado y 62,716 en centros educativos semioficiales.” (De león, Viviana. Listín Diario, 21 de agosto de 2017, “Más de 1 millón de alumnos irá hoy a la tanda extendida”). Se trata, pues, de una meta retadora, la de pasar todo el sistema educativo desde la infraestructura física y la metodología conocida por décadas, a un ambiente virtual experimental, novedoso para el mundo y casi desconocido en el país.
El requerimiento mínimo del nuevo esquema educativo lo constituye la construcción o ampliación, en apenas dos meses, de la red informática del MINERD para dotarla de equipos computacionales y telemáticos suficientes para suplir la necesidad de la población estudiantil nacional. Esta red deberá operar bajo estrictas políticas y procedimientos de gestión, seguridad y contingencia que garanticen la continuidad del sistema educativo virtual. Asimismo, el MINERD deberá contar con personal técnico bien entrenado para ofrecer soporte a nivel de región, provincia, ciudad y cada plantel particular.
De igual modo, es imprescindible la adquisición de computadoras para profesores y estudiantes, con facilidades de cámaras, bocinas y micrófonos (pueden estar integrados), en cantidades que probablemente pocos suplidores podrían estar en capacidad de entregar en el plazo referido. Dado que se trata de una demanda de millones de computadoras, podría ser esta la oportunidad para que el Estado o el sector privado invierta en crear plantas de fabricación, o ensambladoras, para suplir la necesidad educativa, ahorrar divisas y, de paso, generar empleos especializados.
Para las clases virtuales se precisa de un sistema de energía eléctrica adecuado, estable, permanente y suficiente para todos los estudiantes y profesores. Con miras a suplir a los sectores clase baja y media que asisten a la educación pública, la mayoría de los cuales no cuentan con electricidad las 24 horas, se debe pensar, al menos, en sistemas de respaldo eléctrico (plantas de emergencia, UPS, inversores).
El Ministerio de Educación también debe garantizar un servicio de Internet con un ancho de banda adecuado, estable y suficiente para las clases virtuales. Es recomendable que, entre los costos operacionales se contemplen cuentas de Internet gratuito. Todos los profesores y estudiantes requerirán conexiones que ofrezcan tiempos de respuestas razonables para la dinámica de docencia. Conviene señalar que, en ciertos horarios, con las pocas universidades y colegios que asumieron en los últimos meses la educación virtual, las redes de Internet colapsaban frecuentemente. En ese sentido, conviene indagar a través de INDOTEL si las telefónicas nacionales cuentan con capacidad instalada para asimilar el incremento de uso que implicará la educación pública virtual.
Próximamente me referiré a la plataforma de aplicaciones (software) necesaria para la gestión de aulas virtuales y del desarrollo de las competencias de docentes y estudiantes.
Fernando Cabrera
Ser en vértigo de lenguajes (Literatura, música, pintura e informática).