Las inquietudes que preocuparon al ser occidental primigenio han reaparecido hoy en medio de la sacudida sufrida por el pensar posmoderno –época ésta que Jean-François Lyotard definió como la incredulidad del hombre contemporáneo frente a los metarrelatos; así, filósofos, poetas y artistas regresan a viejas temáticas y re-exploran la tristeza, la angustia y la melancolía. Uno de ellos, el antropólogo mexicano Roger Bartra, ha dicho que aquello que definimos como “la condición posmoderna” es justamente la tercera resurrección de la melancolía, sin que olvidemos las anteriores: el Renacimiento y el romanticismo. “¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz…” Es este el Borges de El Aleph quien en 1949, al sentar precedente en la narrativa y prosa latinoamericana del siglo XX es víctima y victimario de la melancolía; la que enfrenta en aquel sótano mágico en pos del universo, de su universo, incluida la figura de Beatriz; tal cual Cervantes y el Quijote, melancólicos premodernos que inventaron el amor a Dulcinea, el desamor y la tristeza de haberla perdido antes de que ella existiese.

Como poeta y pensador, Basilio Belliard (Moca, 1966) explora también el sentimiento de la melancolía junto a un sinnúmero de tópicos en los exquisitos y enjundiosos textos que conforman su dos obras más recientes: Soberanía de la pasión (SANTUARIO, 2011) y El imperio de la intuición (Colección del Banco Central de la República Dominicana, 2013), libros en los que cavilaciones, entrevistas y comentarios revelan la característica esencial de un escritor que conversa y provoca al lector reconociéndose él atrapado por las imágenes poéticas. Las “situadas, no entre las cosas, sino en lo que está más allá de las palabras”. Por eso Belliard enfatiza en el introito de Soberanía de la pasión la estrategia de su trabajo escritural: sin abandonar la poesía, armarse de la pasión crítica; en contraposición al predominio de la pasión sobre la razón que se vivió durante el romanticismo, consumir el ejercicio del pensar y hacerlo texto.

En una de las múltiples entrevistas aparecidas en El imperio de la intuición el reconocido escritor colombiano William Ospina afirma que en el ensayo se necesitan por igual la memoria y el pensamiento, la emoción y la sensibilidad, la imaginación y el ritmo, todos reunidos bajo el comando de la reflexión; son éstos a mi parecer, algunos de los rasgos definitorios del trabajo belliardiano donde autor y lector comparecen ante una portentosa y a su vez cándida conversación sobre las letras y los hombres de éste y aquél lado de nuestra orilla (Enriquillo Sánchez, Fernando Valerio Holguín, Miriam Ventura, Plinio Chahín, Ligia Minaya, Pedro Henríquez Ureña, Mir, Cabral, y el propio Bosch entre otros); a una retórica de la visión pictórica dominicana representada en Dionisio Blanco, Diógenes Santana y Juan Mayí, por sólo mencionar algunos; al intimismo del quehacer teórico-literario y al encuentro con plumas de otros lares donde Belliard comparte sus propias visiones y lecturas de Paz, Pessoa, Barthes, Flaubert, Onetti, Pacheco, Canetti, Huidobro y un largo etcétera. ¡Vaya caleidoscópica afrenta y vaya placer nos regalan estos libros al permitirnos ‘vagabundear’ de página a página entre tema y tema!

Durante el año 2013, víspera del centenario de Julio Cortázar, críticos y escritores se ocupan, embarcados en un retorno casi febril al ideario cortazariano, escudriñando el paralelo que su mundo literario trazó desde el imaginario hasta la cotidianidad a través de la conformación de una revolución de la prosa que Belliard certeramente comenta en el texto titulado Julio Cortázar: una mirada al vacío. Disiento, sin embargo con la afirmación de que existe en el desaparecido autor una axiología de la literatura revelada en su obsesión estilística donde a propósito de lo dicho sobre Flaubert, sus temas están “al servicio del estilo”. Donde presuntamente su pasión por el lenguaje se traduce en una visión en la que “la forma aparentemente se sobrepone al tema”. Difiero porque es justamente esa pasión por el lenguaje lo que le induce a intentar reconstruirle. A su modo de ver, el lenguaje es una herencia sobre la que el escritor no ha tenido ninguna intervención, por ello lucha contra él ‘armado de lenguaje’.

He afirmado que los textos de Cortázar, y en particular Rayuela, atrapan con su nueva visión de la sintaxis y de los recursos escriturales el valor heterotélico de la palabra, similar a la poesía –donde ella cobra sentido por sí misma allende la intención del autor. Es decir, el supuesto servilismo al estilo aludido por Belliard es precisamente el intento cortazariano (cierto, a veces obsesivo) de querer romper con lo que según él representaba el nudo impuesto por el diccionario y la gramática; y esta nueva ‘forma’ es justamente el ‘tema’. La ‘deconstrucción’ de una manera de escribir y pensar; el acto de desmontar el mundo real, aún dichas hazañas proviniesen de los meandros de la imaginación.

Si cuestionásemos cuáles son y dónde yacen los vasos comunicantes en los ricos textos de Basilio Belliard contenidos en Soberanía de la pasión y en El imperio de la intuición cabrían dos aseveraciones: la primera, surgida a partir de las consideraciones de Adorno, nos remonta al hecho de que el ensayo es capaz de representar no sólo cuestiones del mundo sino el propio acto de pensar; en nuestro caso el pensar a través de la intuición. La que Belliard emplea en la disección de las ideas, sean éstas la amistad, el amor y la muerte; la metafísica de un poema de Cayo Claudio Espinal o la vida de las abejas. La segunda es el convencimiento de que este autor, más allá de opinar y emitir juicios expone, y sobre todo comparte con el lector experiencias y vivencias obligándole de tal forma a aprehender lo leído.

Parafraseando los comentarios expresados en El ensayo como poética del pensar de la crítica mexicana Liliana Weinberg, a mi juicio, los textos de Basilio Belliard “…miran, dicen, evalúan; enuncian en el acto mismo de entender y entienden en el acto mismo de enunciar.” Porque lo que decide el valor de un ensayo no es la sentencia, su juicio, sino el proceso mismo de juzgar tal como afirmaba George Lukács; lo que equivale a decir que estos libros se engrandecen gracias a un autor que no cesa de observar ni externar lo pensado para suerte del lector, su último protagonista.