Una premonición fatal pende sobre la cabeza del profesor de la UASD Julio Cuevas y, en la casa de Natacha Sánchez, un pelotón espera estas tres palabras: ¡Preparen! ¡Apunten! ¡Fuego”. Hay una pregunta obligada: ¿Quién caerá primero?

 

“Le propusimos a Doña Natacha Sánchez que tú dieras una charla en su tertulia”, me dijo Miguel Ángel Martínez. Estaba junto a su amiga, María Eugenia Quidiello, “y ella ha estado de acuerdo” me recalcó.

Julio Cuevas

La información me dejó perplejo. Igual que cuando me encontré con Julio Cuevas por primera vez en el autobús que nos conducía al centro regional de la UASD en Mao y, cuando él se sentaba junto a mí, fue llamado de urgencia para ser amonestado por unos profesores que estaban en la parte de atrás del autobús.

Natacha Sánchez, fotografía del diario Hoy

Miguel Ángel era uno de mis actores favoritos. Me había acompañado en la mayoría de las cosas que había hecho en teatro, cine y televisión. María Eugenia era sobrina de Doña Carmen Quidiello, la esposa de Juan Bosch.

Me perdonan por esto, pero temo que algunos de los que citaré en esta historia no se sentirán bien con lo que diga, pero estoy obligado a contarlo todo. Aunque les duela y, como dice Don Álvaro, se enojen al punto de “enseñar el refajo”. Pero, la verdad ha de ser dicha, porque aunque he amenazado varias veces con terminar este ciclo, la idea fundamental no estaría completa si omito este relato, tomando en cuenta que, cuando Julio Cuevas volvió a sentarse a mi lado los profesores que estaban al fondo volvieron a llamarlo, de manera imponente.  Cuevas era miembro de la sección de literatura del MCU. En la actualidad es director de publicaciones de la  UASD.

La idea de Miguel Ángel de que fuera a la tertulia de Doña Natacha, que era un feudo de los más encumbrados dirigentes del PLD y quienes me habían declarado “enemigo público número uno del partido” me dio un escalofrío.

Debo decir que, luego del fraude de 1990 de que fue víctima esa organización, sus miembros y dirigentes cayeron en una etapa de depresión política, similar a la que viven desde el 2004 los perredeistas (los verdaderos, que hoy se llaman perremeistas). Todos los jueves, las tertulias de Natacha Sánchez se convirtieron en un remanso de confraternidad, paz y camaradería, que los llenaba de una satisfacción tan grande, como la que me dio aquella mañana cuando el chofer del autobús que iba hacia Mao, detuvo el vehículo donde “Don Raspadura” y salió tranquilamente del mismo para ir a la “fritanga” mientras detrás, para mi sorpresa, los profesores salieran ordenados, disciplinados, parsimoniosos, dando preferencia a las damas, con elegancia y, en lugar de ir a la “fritanga”, torcieron a la izquierda, donde había un puesto de sofisticación y elegancia, comenzando una frugal degustación de piña, guineo, mango, níspero, naranja y otras frutas de estación. ¿Cómo es posible, pensaba yo, que estos profesores, en lugar de ir a los puestos de fritura ¿de basura?, fueran a desayudar con frutas?

María Eugenia Quidiello

Frutas como esas fueron lo primero que vi al llegar aquel jueves terrible a la casa de Natacha Sánchez, cuando me ofrecieron la silla de honor. Ella, una verdadera dama que, al parecer, no sabía que preparaba el escenario para lo que se convertiría, en minutos, en un fusilamiento, cuyo pelotón comenzó a entrar en total silencio: E.G.F, A.G, F.J y los demás. Fueron tomando sus asientos, sin saludarme, pues con toda seguridad, era la víctima que iban a fusilar, preparando sus armas, pues al fin tenían contra la pared a aquel que le ordenó a Roberto Marcallé Abreu lanzar los “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, sin haberle pedido permiso a Bosch. El mismo que tratado de rendirle un homenaje al profesor al adaptar para el cine “Luís Pie”, uno de los cuentos estelares de Bosch, sin habérselo hecho saber. Aquel que se unió a Antonio Lockward para hacer que se llenara de cólera en la casa de Milagros Ortiz Bosch cuando, en presencia de toda la intelectualidad progresista del país, no estuvieron de acuerdo con él.

Ahora había llegado el momento de la venganza. Del ajuste de cuentas. De ridiculizar de la manera más humillante a ese pretencioso, petulante y pinchaúvas. Por eso estaban allí los inflexibles: el historiador más cáustico, el sociólogo más incisivo y el polemista más punzante. Estaban los dogmáticos y los impenetrables, los absolutistas y los autócratas, los sabonarolas y los torquemadas. Todos listos para las tres palabras que oiría el condenado a muerte: ¡Preparen, apunten…”. Precisamente, la palabra omitida aquí fue la que quise lanzar el jueves siguiente cuando los profesores de la UASD íbamos hacia Mao y llegamos donde “Don Raspadura”. Pero, antes de decirles el porqué, quisiera insistir en que estoy terminando este ciclo de artículos. Y que estos son los últimos que escriba. Aunque sé que ya hay algunos que dirán a mi espalda: “Ahora el teórico está haciendo como aquellos artistas que anuncian una y otra vez su retiro, para luego seguir, y seguir  y seguir…”. No es así, mis amigos. Es más, les aseguro que me faltan sólo tres. Pero, ahora les cuento que, en la mañana de aquel día, cuando el autobús se aproximaba a la parada, luego de que durante el trayecto los de atrás le habían halado varias veces las orejas a Julio Cuevas, los profesores lucían tan nerviosos como los caballos, antes de salir de la “gatera”. Y, cuando el autobús se detuvo, el chofer fue echado a un lado, las damas tuvieron que esperar pues, un tropel de profesores se abalanzó hacia afuera y, sin mirar para la frutas, corrieron a pedir chicharron, bofe, tripitas, longaniza, pico y pala, morcilla, espaguetis, torrejas… todo aquello acompañado con mangú, guineítos verdes, fritos de plátanos, yuca, fritos de batata.. Yo estaba estupefacto al ver aquella furia brava futbolera. ¿Dónde había quedado el garbo? ¿Las buenas costumbres? ¿El glamour?

Miguel Angel Martínez

¡Ay, mis amigos! Los ídolos, los santos se habían caído de los altares. Después de aquella pequeña guerrita no hablaron. Todo quedó en silencio. Incluso, los que lo habían molestado tanto, dejaron en paz a Julio Cuevas.

En eso, en la radio del autobús sonaba Johnny Ventura con esto:

https://www.youtube.com/watch?v=t9UO7jY0bcs

El espacio no me alcanza para contarles lo que pasó después donde Natacha Sánchez. Lo haré mañana. Ahora, debo terminar aquí diciéndoles que al volver al autobús, completamente intrigado pregunté al amigo Julio Cuevas, antes de que los profesores de la “cocina” volvieran a reprimirlo, el porqué de ese cambio tan radical. Y él, cabizbajo, sin mirarme, me respondió: “Es que ayer pagaron en la UASD”.

Venta de fritanga

Las cosas han cambiado mucho en nuestra universidad. Algunas para bien. Otras para mal. Los profesores viajeros viven hoy condiciones muy buenas. Pero estoy obligado a relatar revelar mañana los inesperados desenlaces de aquellos dos jueves terribles, uno en la casa de Natacha Sánchez, y el otro, en el autobús de la vergüenza, donde el profesor Julio Cuevas luchaba desesperadamente por su vida.

Y todo lo que diga pueden repetirlo sin temor a desmentidos. Pueden creerme.

Yo estaba allí.