Es un común denominador entre los economistas y otras ramas de las ciencias sociales, de que existe un divorcio pronunciado entre el crecimiento del PIB y la reducción de la pobreza en Republica Dominicana.
No vamos a relacionar ese crecimiento con otras variables con las que tampoco existe correlación alguna, contradiciendo los principios elementales de la economía. Para mencionar 3 ejemplos, solo esta isla del Caribe se da el fenómeno de que cuando el PIB crece las recaudaciones tributarias se caen, el aumento en el empleo apenas se siente y el salario real se reduce.
Pero volviendo a lo esencial de este análisis, hay un consenso bastante generalizado de que el modelo que ha dominado el escenario económico de los últimos 12 años, ha descansado básicamente en el control cambiario y el endeudamiento.
Sin importar los efectos destructivos de estas políticas, la valoración que se tiene de ellas entre la población es alta ya que se ha vendido muy bien la idea de que en el país prevalece una solida estabilidad macroeconómica. Como diría Leonel Fernández, estamos blindados ante las crisis externas, cuando realmente y como se demostró tiempo después, somos altamente vulnerable a cualquier crisis, por insignificante que sea.
Porque la verdad es que esa estabilidad es básicamente cambiaria pero no macroeconómica. Para eso se necesita mucho más que un anclaje en el tipo de cambio, como es un déficit fiscal consolidado mucho menor al que registra la economía dominicana (sobre 4% del PIB), una deuda por debajo del 40% del PIB (esta sobre el 50%), reservas muchos mayores a las existentes (3 meses de importaciones cuando deberían ser al menos 6) y un balance comercial menos deficitario (sobre los US$4 mil millones).
Además, nuestra economía es demasiado dependiente del financiamiento externo para cubrir el presupuesto, donde el pago de intereses y capital de los préstamos supera el 42% de las recaudaciones.
El gasto público es tremendista, donde el despilfarro y la corrupción se unen para dar paso al clientelismo y el continuismo del partido en el poder, debilitando con ello la eficiente asignación de los recursos públicos y la calidad del gasto. No puede haber estabilidad macroeconómica donde el quehacer institucional y los órganos estatales actúan con frecuencia al margen de la ley y con muy poca transparencia, afectando la confianza de los inversionistas y aumentando el riesgo país en los mercados financieros internacionales.
En fin, nos sostenemos económicamente sobre una base muy grande de gente que vive en la pobreza y la informalidad ya que más de la mitad de los empleos son generados en el sector informal.
Para corroborar esa realidad se han publicado recientemente sendos informes donde la Republica Dominicana es presentada como un país donde el PIB crece muy alto mientras la pobreza aumenta. Un caso inédito, que nos ubica entre los países con mayor pobreza en América Latina.
Uno de esos informes es del Banco Mundial, donde dice lo siguiente, citamos “En los últimos veinte años la República Dominicana (RD) ha sido una de las economías de más alto crecimiento en Latinoamérica, con un crecimiento promedio del PIB en torno al 5,5 por ciento entre 1991 y 2013. A pesar de este fenomenal desempeño económico, la pobreza hoy en día es más alta que en el 2000”
Esta situación contracta con aquellos países donde un crecimiento del PIB de un 3% o 4% impacta de manera significativa en el bienestar de la gente. Aquí crecemos al 7.1% y apenas se siente.
La CEPAL, por su parte acaba de publicar su informe 2014, Panorama Social de América Latina, sobre el tema de la pobreza. Según este organismo, la pobreza en el país está entre las más altas de la región (40.7%) y a pesar del alto crecimiento, el numero de indigente aumentó en el 2013, alcanzado la asombrosa cifra de 20%.
¿Se imaginan a 2 millones de personas viviendo en la indigencia y otros 2 millones y medio en la pobreza cercados en una isla de apenas 50 mil kilómetros cuadrado y con 10 millones de habitantes
Si eso no basta para que el gobierno cambie su política económica y haga las reformas estructurales que las circunstancias exigen, entonces seguiremos creciendo y endeudándonos para aumentar el número de pobres y de ricos. La pregunta es ¿quién pagará esa deuda? Obviamente, no serán los ricos.