Aunque el concepto imaginario posee varios sentidos, lo entendemos en este momento como las representaciones significativas que nos hacemos de las cosas, de los otros, de las acciones, los deseos y los afectos bien sea del individuo como del grupo social. En el concepto imaginario se destaca igualmente la potencialidad creadora de la imaginación, es decir, la capacidad creativa que tenemos para representarnos o crear “imágenes” de lo no visible o lo no presente.
En estos días de asueto navideño, he estado reflexionando sobre el significado de los imaginarios y las representaciones colectivas en nuestras vidas. En un artículo anterior, bajo la inocente forma de una narrativa que dependía de la memoria y que realizaba contraste con la situación actual, ya hablé sobre los cambios de sentidos y de representación de la navidad en nuestra colectividad urbana. La secularización de la vida social tiene como efecto el desplazamiento de las representaciones temporales, ligadas al cristianismo, por otros elementos que se apoderan del conjunto de significaciones y de sentido relevante para la comunidad.
Esto es lo que sucede con Santa Claus o Papá Noel. La comercialización del producto Navidad se hace bajo estos parámetros representativos a tal punto que nuestros niños asumen que la navidad es Santa. Lo digo por la experiencia de mi hija mayor, 6 años, que en una expresión cargada de su sabia inocencia me decía: “Papi, la navidad es blanca, la navidad es Santa Claus”. La expresión surgió mientras mirábamos luces por la ciudad, mirábamos tanto las fechadas de los edificios y plazas comerciales, como las avenidas del polígono central. Súmele a ello la cantidad de comerciales y propagandas visuales a la que de modo indirecto o no están expuestos de diferentes formas.
Lo cierto es que, como referí en artículo anterior, el imaginario de la navidad ya no es el episodio de Belén, sino la entrega de regalos de Papá Noel o la carta que hay que hacerle a Santa para que me deje mis “reyes”. Entre el rojo de la vestimenta y el blanco de la nieve que imaginamos caer en este trópico nuestro, nos perdemos de un valioso sentido de humanidad.
Cuando advertí a mi hija de que la navidad no es solo Santa Claus o Papá Noel, sino que lo importante es el niño Jesús que nació en Belén, ella pacientemente me dijo lo siguiente: “sí, Papi, me lo enseñaron en el colegio”. Por el tono y la palmadita en la espalda, me llené de preocupación en vista de que en su cabeza se van constituyendo dos imaginarios sobre el mismo hecho o marco temporal de fin de año: el de la gente normal común y corriente (en defintiva, el que nos han impuesto desde el mercado y el sistema mundo occidental blanco) y el que te instruyen en un colegio católico o en la religión católica. El primero triunfa por exceso de presencia sobre el segundo, aniquilando el sentido primigenio e histórico del marco temporal que se celebra. Una imagen de la navidad se impone sobre la otra y reutiliza las signifiaciones de la doblegada (si se permite el término) en provecho de la supremacía representativa de una navidad blanca.
En la anulación del significado de la navidad religiosa se impone subrepticiamente una cuestión problemática. La navidad blanca o la nortealización del sentido de las fiestas de navidad anula un bello gesto que nos acompaña en la iconografía sobre el nacimiento, al menos desde el siglo XV, y que tiene como motivo a la epifanía de los reyes: el rey Baltasar. Desde el siglo XV este rey ha sido representado con tez negra en las diversas imágenes creadas por el arte pictórica. El simbolismo de la universalidad de los pueblos que adoran el niño Jesús, auténtico rey de reyes, es lo que está detrás de la epifanía de los reyes magos, como acostumbramos a llamarlos.
La iconografía religiosa en torno a la epifanía de los reyes magos nos advierte sobre la importancia de las representaciones o de las imágenes que creamos para hacer visible el conjunto de deseos, sentidos, significados desde los cuales construimos realidades. Nada es inocente y todo puede ser conducido hacia propósitos no altruistas.