La vida está compuesta de una sucesión, en suma y resta, de cosas grandes y pequeñas, las grandes suelen pocas, salvo que sean malas –entonces, como dice el dicho, no viene solas sino que vienen por legiones- y las pequeñas suelen ser cosas de todas los días, y por ello a muchas de ellas apenas les hacemos caso. Hoy, nos referimos a la pequeña historia de unos hilos dentales, y más en concreto de esos que vienen en una oferta de dos cajitas juntas, teóricamente a un mejor precio que una sola. Pues bien, una de las cajitas dobles las mandé a comprar en una farmacia, de cuyo nombre no quiero acordarme, ni me acordaré más, y me costaron RD$ 183. Al ver después la factura, me pareció que esa cantidad era excesiva para dos tristes hilos destinados a ser pasados entre dientes y babas quitando restos de comida y, miren por dónde, me quedé con la duda de haber sido abusado, o algo por el estilo. Al día siguiente, acompañé a mi esposa a hacer las compras en un supermercado y me fijé en el precio de los benditos hilos, la misma marca, la misma oferta de caja doble, valían RD$ 135, si las matemáticas no han cambiado, constaté una diferencia de RD$ 48 más, por el mismo producto vendido en aquella farmacia, y me pareció que esta diferencia era excesiva cualesquiera que fuesen las diferencias de categoría de los establecimientos que los vendían. Tal vez ustedes dirán que estos RD$ 48 pesos no ameritan este escrito, porque ahora las sobrevaluaciones son astronómicas, de cientos y miles de millones, pero en nuestro diario rol de consumidores normales, de 48 pesos más en esto y 48 pesos más en aquello, se reduce notoriamente la limitada capacidad de nuestros bolsillos, a la vez que se amplía, también notoriamente, la voracidad comercial al poder duplicar, triplicar o cuadruplicar los beneficios a costa de ingenuos compradores. Además, independientemente de la cantidad está el hecho, el abuso es el abuso, se trate de millones o centavos. Pero como decíamos al principio, a estas pequeñas cosas no solemos darle demasiada atención, y por eso apenas comparamos, ni nos quejamos, porque, además, sabemos que ir al establecimiento a reclamar es gastar los benditos 48 pesos en combustible, perder una hora entre tapones y volver con el cuerpo enfadado por no haber resuelto nada ante la respuesta categórica más frecuente: “este es nuestro precio, y nadie le obligó a comprarlo”. Y como nuestras autoridades están enfrascadas en cosas grandes como la reforma de la Constitución para seguir subidos en el palo –¡ma’ bueno que e’ eso!- no puede preocuparse en controlar los innumerables abusos que se comenten en las pequeñas, medianas o grandes transacciones comerciales. Así que pongamos más atención a las cosas de todos los días, y más en cuanto a precios se refieren. Ah, la farmacia de marras se quedó sin un cliente, aunque sé que a ellos no les importa en lo más mínimo porque compradores ingenuos es lo que más abunda. Lástima que una golondrina sola no hace verano.
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