Cuando escribí en Twitter que Walt Disney y Branch Rickey eran dos de mis héroes favoritos, alguien me llamó para preguntarme si no  tenía otra cosa mejor que hacer. Lo compadecí. Disney con sus dibujos animados y su mundo de fantasía infantil hizo feliz a millones de niños en todo el mundo y sigue haciéndolo después de su muerte.  Resulta difícil creer que puedan existir padres que no  aspiren a hacer realidad el sueño de sus hijos de llevarlo a uno de sus parques.

Rickey fue el hombre que rompió la barrera racial en el béisbol de las Grandes Ligas, al contratar a Jackie Robinson, quien en 1946, a la edad de 26 años, fue subido al equipo de los Dodgers.  Ese es un legado que la humanidad le debe.  Rickey  lo prefirió sobre Don Newcombe, lanzador de 19 años, por considerarlo demasiado joven para ser el pionero y por tanto indefenso ante los abusos que encontraría el primer jugador negro en las mayores. Robinson era una estrella en cuatro deportes y había tenido una temporada asombrosa  en la liga de color. En una histórica reunión, Jackie le preguntó a Rickey si  al firmarlo sólo quería  un jugador “temeroso de devolver los golpes”. La respuesta fue “quiero a alguien con agallas para no pelear”.

La llegada Robinson a las Ligas Mayores fue y sigue siendo el momento más memorable de ese deporte. En conmemoración de ese hecho, en el aniversario de la fecha, todos los jugadores usan el número 42 que Robinson llevó en la espalda de su uniforme y que todos los equipos han retirado. Cuando su firma desafió la hasta entonces insuperable barrera racial, la segregación aún existía en las Fuerzas Armadas estadounidenses y en algunas partes del sur se linchaban a los negros por el simple color de la piel.

Rickey también firmó a muchos otros jugadores de color como Roy Campanella, el propio Newcombe, Junior Gilliam y otros en los años siguientes y a Roberto Clemente, para Pittsburg, lo que les abrió el camino a los jugadores latinos.