Dos célebres asesinas dominicanas guardan prisión en cárceles extranjeras: una, por su monstrosidad, inspiró la premiada novela “Chanson Douce”, de Leila Slimani; la otra, estremeció a toda España. Aunque esbozaré aspectos psicosociales de los asesinatos, considero de mayor importancia denunciar las complicidades. Sus cómplices siguen sueltos y fomentando la proclividad delictiva de la población.
Esas dos compatriotas sufren de trastornos psicológicos diferentes: Yoselyn Ortega, probablemente es una enferma esquizofrénica, y Ana Julia Quezada una personalidad antisocial. Pero en común tienen su cultura, precariedades económicas, emigración, abandono de familia, y desgarros sentimentales desde la infancia. Provienen del subdesarrollo. Ambas configuraron sus emociones y aprendieron sobre los demás en el hábitat desposeído de una “república bananera”. En las tragedias que ocasionaron, lleva culpa nuestra anomia social.
Ana Julia, sin concluir la adolescencia, ya con una hija gateando, emigra a España. Allí, una tía le aconseja prostituirse. Se instala en un prostíbulo durante tres años, alquilando su cuerpo noche tras noche mientras aprendía el arte de sacar provecho a los hombres. El éxito la acompaña. Logra, entre favores de maridos y amantes, ser propietaria de un bar, traer su hija desde La Vega, y vivir confortablemente como española. Estaba maltrecha emocionalmente, y se servía del otro como se sirvieron de ella, ciega al dolor ajeno. Es una psicópata.
Proveniente de familia numerosa, probablemente con una estructura disfuncional, fue criada “a la buena de Dios”. Su maternidad adolescente pudo ser el resultado de una violación – nada raro en el “tercer mundo”. Puedo afirmar, sin temor a equivocarme – son fatalidades de la marginalidad – que fue abusada emocional, física, y sexualmente. Mujer objeto, siguió siéndolo en el “puticlub” hasta alcanzar la mayoría de edad.
El esfuerzo de transformación psicológica necesario para intentar neutralizar esa sucesión de traumas emocionales es ingente. Se lleva de encuentro noblezas, empatía, y lo mejor del ser humano. Ana Julia quedo convertida en loba. Lo mejor de ella fue derrotado en esa lucha peculiar del individuo que, con genialidad literaria, describe Herman Hess en “El lobo Estepario”. Con esta campesina, las complicidades fueron mayores.
La santiaguera Yoselin Ortega trabajó desde la edad de siete años en el colmado de su padre, compartió hacinamiento con cinco hermanos. Emigra adulta. Deja detrás a un hijo al cuidado de una hermana. Comienza vida en Nueva York arrimada a familiares, trabajando duro y honrado. Sin embargo, mostraba desde hacía un tiempo, cuentan parientes y la psiquiatra forense que la examinó, comportamientos peculiares, depresiones, estados paranoicos, periodos de exagerado aislamiento, y alucinaciones. La vida no transcurría fácil, y anhela estar junto al hijo. Nunca había hecho daño a nadie. La excesiva lucha cotidiana y el resentimiento acumulado atizaron la enfermedad mental hasta que ejecutó a dos niños a quien pocos días antes cuidaba con esmero ejerciendo de niñera (“The killer nanny”).
Ambas llevaron la psiquis deformada de manera diferente a la escena del crimen, teniendo en común el impacto negativo de la sociedad en que nacieron. Mataron con esa ferocidad animal que despliega nuestra especie en las guerras, el fanatismo, y en luchas por el poder.
Estas dos asesinas se criaron en el desamparo de nuestra cincuentona y renqueante democracia, que hoy sigue manteniéndonos en el subdesarrollo. Sufrieron abusos sociales, igual que millones de ciudadanos de países tercermundistas. Si bien es verdad que la mayoría ni está loco ni delinque, llevan a cuesta una peligrosa carga de resentimiento, carencia de educación, e ignorancia cívica; masas que exhiben espeluznantes índices de embarazos adolescentes, madres solteras, violencias domésticas, mortalidad infantil, alcoholismo, drogadicción, y tienden a irrespetar las leyes. Pueblos abandonados institucionalmente, gobernados por pillos incompetentes, al margen de sus deberes sociales.
El resentimiento y la rabia acechan en las calles criando delincuentes y desenterrando enfermedades mentales. Es en quienes dirigen estos países y sus organizaciones políticas donde se encuentran los cómplices de estas dos asesinas, y de otros crímenes desastrosos en contra de la ciudadanía.