El embajador de Estados Unidos, James Brewster, ha dicho que República Dominicana es un país donde hay hechos de corrupción que frenan el desarrollo y alejan a inversionistas, y lo ha señalado como un “puente” para el narcotráfico.
¿De dónde saca fuerzas míster Brewster? ¿Cómo se le contesta y se le quita autoridad para hablar así?
Vale la pena revisar un poco de historia reciente.
El actual embajador de Estados Unidos llegó a República Dominicana a fines de 2013 y en enero de 2014 ya tenía sentado a su lado al ministro de Economía, Planificación y Desarrollo firmando un “acuerdo de colaboración” por US$184.9 Millones. En esos días nos recordó que en 53 años la USAID, por sí solita, ya nos ha donado más de 1000 millones de dólares.
El Comando Sur y el Ministerio de Defensa organizaron una conferencia de seguridad caribeña. No fue en vano: los Estados Unidos desde 2010 a 2014 ya habían gastado 263 millones de dólares para la “seguridad en la Cuenca del Caribe”. Poquitos días después andaba en Punta Cana, en una conferencia antinarcóticos. Allí nos recordó que su “programa de apoyo al cumplimiento de la ley” comprende unos “US$8 millones por año y se centra en la construcción de la capacidad institucional de los organismos dominicanos encargados de hacer cumplir la ley con el fin de aumentar la seguridad ciudadana en general”.
No se quedó ahí, porque Brewster -según él a petición del presidente Danilo Medina- dedicó 7 millones de dólares adicionales al sistema de atención a emergencias 911 en Santo Domingo, cuando estaba en sus inicios. A eso, súmele su “apoyo” con instructores de la Policía Nacional de Colombia para “capacitar anualmente a más de 1,000 agentes de la Policía Nacional dominicana, en más de veinte cursos diferentes que van desde las habilidades básicas de patrullaje hasta técnicas avanzadas de investigación y planificación estratégica”. Según las notas de prensa que la sede diplomática emite, “la Embajada” también aportó a renovar el Centro de Entrenamiento de la Policía Nacional.
Y sigamos contando: Su ejercicio “Promesa Continua” con el buque hospital COMFORT y su operativo “Más allá del horizonte”, que tan solo en 2014 incluyó donar útiles escolares, suministros médicos y mobiliario por un valor de USD$4 millones de dólares para escuelas y clínicas… Anotemos aquel acuerdo de cooperación con la Cancillería por US$10 millones que ser destinados en ampliar las acciones contra el narcotráfico… Regalar desde una lancha interceptora en 2014 (modelo Boston Whaler de 33 pies con un valor de 250 mil dólares) al obsequio de 1.1 millón de dólares “para contrarrestar el tráfico de drogas, con la donación de diversos equipos e infraestructura”.
Recordemos al Comando Sur donando a la DNCD “modernas edificaciones” para que funcione “un gran Centro Regional de Entrenamiento Canino para la detección de sustancias narcóticas, explosivos, dinero y otras evidencias delictivas del crimen organizado”. Recordemos aquel medio millón de dólares que Brewster donó -otra vez- a la DNCD, en especies tan importantes, espectaculares y milagrosas como computadoras, monitores, discos duros, impresoras y UPS. Recordemos los otros 300 mil dólares que obsequió en vehículos, computadoras, artículos de oficina, bombas hidráulicas y motosierras para operativos de extracción en emergencias, y hasta perros de búsqueda y rescate…
En fin, Brewster lo ha dado todo, desde lanchas, hasta computadoras, UPS y perritos amaestrados. De un Convenio de Cooperación Interinstitucional con la Policía Nacional para “abordar eficazmente al crimen organizado” a la implementación del Sistema Automatizado de Identificación de Huellas Digitales (AFIS, por sus siglas en inglés), en el cual -nos recuerda- EE.UU. han invertido 10 millones de dólares en 12 países.
Míster embajador ha hecho posible desde la donación de otra nueva lancha interceptora que vale 800 mil dólares, hace poquito, el 30 de septiembre, cuando nos recordaba que las donaciones en camiones, embarcaciones y equipos de apoyo ya van por 10 millones de los verdes, hasta la visita al presidente de la República junto a emisarios de la DEA en pleno Palacio Nacional.
Y cómo no anotar el glorioso acuerdo sobre el Estado del Personal de los Estados Unidos en la República Dominicana, firmando en conjunto por míster Brewster, el excanciller Navarro, el General John Kelly, Jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, y el Ministro de Defensa de la República Dominicana, Teniente General Máximo William Muñoz Delgado. Recordemos que ese acuerdo le permitiría a Estados Unidos usar nuestro espacio radioeléctrico libremente, disponer de armas para su personal en terreno, y que hasta sus contratistas sean tratados como personal diplomático acogido a la Convención de Viena, con total protección e impunidad.
De hecho, en la misma entrevista en que el señor Brewster hizo las acusaciones que tanto han molestado, recordó que acaban de donar más de un millón de dólares a la Procuraduría General para una unidad especial de persecución al crimen organizado.
En definitiva, más allá de si el embajador tiene o no tiene razón en sus acusaciones (hasta el día de hoy nadie le ha podido o sabido negar que en el país exista la corrupción como un grave mal ni que sea un puente del narcotráfico regional), lo duro es ver que la autoridad para hablar así se la ha dado una institucionalidad que lo reconoce y admite como un factor con voz y voto en la política de defensa y seguridad del país, tanto a él como embajador de Estados Unidos, como a la DEA y al Comando Sur.
Podríamos afirmar, en base a décadas de hechos como estos, de largas listas de obsequios, donaciones, decisiones y agendas, que así como la “visa americana” se transformó en el galardón moral de nuestros funcionarios y el Departamento de Estado se convirtió en nuestro Tribunal de Ética, los embajadores de Estados Unidos han sido los ministros sin cartera de obsequio y financiamiento de la soberanía estatal en materia de seguridad y defensa. Difícil no tener que rendir cuentas a quien se encarga en los hechos de que un Estado funcione en aquello básico que alguna vez apuntó Weber: “mantener el monopolio de la violencia legítima”. Difícil reclamar respeto y discreción a quien te da de comer porque tú te dedicas a no cumplir tu deber primario.
Un extinto pensador y dirigente político dominicano afirmó una vez que Estados Unidos había ocupado esta media isla en 1965 no para impedir que los revolucionarios triunfaran, sino más que eso: hacerse de la Cuba que habían perdido cuando Fidel Castro sacó a Batista del poder. Decir esa Cuba es decir una piñata, una playa de una república bananera donde mandar y gozar, una neocolonia pero con su bandera y su escudo.
En base a eso, me atrevo a pensar que, si quisiéramos no ser tratados como una colonia ni aceptar injerencias, si quisiéramos callar las palabras incómodas de míster Brewster habría que demostrar la capacidad para vivir y sostener instituciones claves de la soberanía estatal sin su programa de acción, sin su “mano amiga” y su billetera poderosa.
Y, sin duda, podríamos convenir en que, si el poder de hablar, acusar y juzgar se compra en un país, quien ocupe la posición de embajador yanqui en República Dominicana tiene ante sí la feria abierta y llena de manos desesperadas empujándose por recibir sus papeletas. Luego de eso, decir “cállate” es un poco (a lo menos) ingrato e incongruente.