Un nuevo ¡25 de enero! Y no   lo pasé por alto. Transcurridos 59 años, aún me resulta inolvidable aquel   25 de enero del año 1960. Igualmente imborrable, el antiquísimo e inmutable reloj de pared de nuestro hogar, colgado en una de las paredes del comedor, que con sus roncas y pesadas campanadas, marcaban las dos de la tarde,  las 2:00 pm. ¡Las dos de aquella tarde!

Eugenio Perdomo Ramirez

Habíamos terminado de almorzar. Mi padre, Eugenio Perdomo Ramírez, como de costumbre, se recostó sobre  su muy cómodo sillón, el que le brindaba óptimas facilidades para lograr una más cómoda posición, que le permitiera manejar los botones de la radio, y escuchar a “Ondas del Yaque” HI2K-HI3K – radiodifusora de Santiago de los Caballeros, en la cual laboraba como Director-Administrador.

Mientras él “echaba, una pavita”, Quisqueya, su esposa, mi madre, se le acercó y muy quedo le murmuró: “Euge – muy a menudo así le nombraba- unos señores te buscan, no les conozco, dicen que quieren hablarte sobre la emisora, no se qué de la sintonía, etc., etc.

Escuché todo cuanto mi mamá decía, y a pesar de que  “mi papá dormía”, yo le hablaba y pedía dinero para esa misma tarde ir al cine y ver una película  de mi interés, cuyo título no recuerdo. Quizás alguna de Rock Hudson o Robert Wagner, dos muñecos de mis actores de cine favoritos.

El  comentario de su amante y fiel compañera, le hizo  levantarse. Antes de salir del área le escuché decirme: “Gian, sobre el cine, después hablamos”. Se inclinó hacia mí, me dio un beso en la frente y se marchó con los señores que le buscaban.

El atardecer moría y nos extrañó que Eugenio  no llegaba a nuestra vivienda. Muy raro en él, ¡esa no era la  costumbre de mi papá!

Ya muy entrada la noche, doña “Cuca” (qepd), una amiga  entrañable de mis padres, – esposa del matrimonio Borrell – Bentz- llevó la terrible noticia: “Eugenio fue conducido a la fortaleza  “San Luis”.

-Doña Cuca continuó- “Agustín lo vio, montado en un carrito “cepillo”, los célebres vehículos utilizado por los miembros  del siniestro Servicio de Inteligencia Militar, comúnmente nombrados como  los agentes del SIM.

“Eugenio, con  un movimiento de  cabeza, de abajo para  arriba y hacia su hombro izquierdo, le indicó que se lo llevaban ¡para arriba! Queriendo señalar hacia el interior de la “San Luis”.

Ignorando sobre qué hablaban, vi a  Quisqueya palidecer, el relato de su apreciada amiga la dejaba de piedra.

Doña Cuca se despidió. Mami nos llamó a mi hermano Virgilio Eugenio y a mi. Elia Celeste, nuestra hermana menor,  era muy pequeña para escuchar y poder asimilar tal situación.

Concluido el monólogo de nuestra madre, comprendí porque mientras conversó con su amiga, a corta distancia me pareció una estatua marmórea, altiva, sin resquebrajarse, ¡romana!

El 29 de enero del año 1960, en  “La 40”, los verdugos de turno celebraron una de sus grandes orgías, orgías de sangre, de muerte. Bajo el sonar del uso del tortol, descargas de la silla eléctrica, muchos desafectos del régimen dictatorial de Rafael Leonidas Trujillo Molina, previo a innumerables torturas, fueron exterminados, sus cadáveres jamás entregados a los familiares. ¿Desaparecidos de la faz de la tierra? ¿Dónde reposan -entre tantos otros”- los cuerpos de Los Panfleteros de Santiago?

En Santiago de los Caballeros, don Agustín Borrell (qepd) esposo de doña Cuca, fue el último en ver con vida a Eugenio Perdomo Ramírez.

En la sala de torturas de  “La 40”, por su participación en el Movimiento Clandestino 14 de junio, antes y durante la ejecución por estrangulamiento, utilizando “el tortol”, sentado y atado de pies y manos a la silla eléctrica, el 29 de enero del año 1960,  Leandro Guzmán, esposo de María Teresa Mirabal, – nuestros vecinos por varios meses – como sádica tortura, fue obligado a presenciar esas acciones, además de horrendos episodios. Consecuentemente, resultó el testigo final de los últimos minutos de la vida de Eugenio Perdomo Ramírez, además de  ver su cadáver depositado dentro del baúl de un vehículo utilizado por quienes ejecutaban tales asesinatos.

Luego de estas "estampas” mi pregunta no muere, mi adolescencia aún lo extraña. Adulta, rodeada de nietos, continúo preguntándome ¡¡¿dónde están los restos de mi padre!!? Cuán miserables resultan cómplices y verdugos.

Eugenio, mi padre bello, no me importan los años, ¡continúo extrañándote, recordándote, y sobre todo, ¡amándote!