Oh, Virgen de las Mercedes… Para que no me malentiendas, empiezo por honrarte con las primeras estrofas de la oración final para todos los días, hecha en tu nombre:

“Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Hija del Eterno Padre y te consagro mi alma con todas sus potencias. Dios te salve, María…

Yo te venero con todo el corazón, Virgen Santísima de la Merced, sobre todos los Ángeles y Santos del Paraíso, como Esposa del Espíritu Santo y te consagro mi corazón con todos sus afectos… pidiéndote que me obtengas de la santísima trinidad todos los medios y gracias que necesito para mi salvación eterna…”

Habiendo dicho esto, di Virgen de las Mercedes…

¿Qué hacías aquel día infame y brutal de 1495 en que, según los conquistadores, tú te apareciste y les concediste la victoria abusiva con arcabuces y ballestas en contra de nuestros caciques y pobladores originarios, alzados en contra de la esclavitud? ¿Por qué se supone que en esa batalla desigual de Santo Cerro otorgaste la supremacía a los invasores, a los usurpadores, a los que mataron a Caonabó y Anacaona, aquellos que según Bartolomé de las Casas mataban sin miramientos y con cuchillo abrían el cuerpo de los hombres para aleccionar y aterrorizar a los que dudaban?

Voy a preguntarte también, y perdóname, oh Virgen de las Mercedes: ¿Dónde estabas aquella madrugada del 25 de septiembre de 1963, pocas horas después de honrarte en tu día, cuando bajo las órdenes del conquistador yanqui, los militares sumisos y corruptos y los políticos oportunistas de la derecha dieron el golpe de Estado que derrocó al gobierno democrático, al Congreso Nacional y la Constitución del 29 de abril? ¿Por qué no impediste el paso a los golpistas? ¿Por qué no evitaste que el presidente fuera hecho preso y luego sacado al destierro en la fragata Mella? ¿Dónde estabas Virgen adorada, acaso descansando luego de un día de fiesta, que dejaste convertir el país de nuevo en comarca del imperio, oligarcas y ladrones?

No te quiero molestar, pero no puedo dejar de seguir preguntando…

¿Acaso no te diste cuenta de que, en tu día, 24 de septiembre, ya en 1970, estaban matando en la escalera de su casa, frente a su mujer embarazada y su hijito de dos años, al noble mártir Amín Abel Hasbún?  ¿Acaso no podías darnos alguna señal e impedir que el poder de las "fuerzas incontrolables" de Joaquín Balaguer llegaran a su hogar? ¿No podías impedir el disparo de la calibre 45 en su cabeza? ¿Algo no te dejó desviar a la Policía Nacional, hacer que esa sangre no se derramara?

Virgen respetada…Virgen venerable… castígame si pregunto mucho:

¿Por qué el 23 de septiembre de 2013 no hiciste nada? A solo horas del día en tu homenaje, a la turba inhumana e ignominiosa llamada "Tribunal Constitucional" se le ocurrió emitir una sentencia en que casi 200 mil hermanos y hermanas de esta tierra fueron golpeados con la violación de sus derechos fundamentales, echados a gritos de su patria, diciéndoles que, por ser hijos de inmigrantes trabajadores, hombres y mujeres que sudaron el azúcar de los ricos y poderosos, ya no eran dominicanos. Oye bien: que teniendo sus papeles y habiendo nacido en esta tierra, no son dominicanos. Aunque la Constitución diga lo contrario. Y ahí están, maltratados, despojados, atropellados…vidas suspendidas por el abuso del poder, vidas a oscuras, en la penumbra de la negación. Vidas que siguen vivas porque siguen en pie de lucha, defendiendo la dignidad que les pertenece. 

Ya no más, Virgen…ya no te pregunto más. Tal vez y puedas tomar esto como un reproche, como una acusación. Una osadía. Y no es eso. Es que duele, Virgen de las Mercedes. Duele que oficialmente seas la patrona del genocidio, duele que en tu día se repita y repita el odio y la brutalidad… Duelen tantos septiembres de lágrimas, de abusos y de sangre. Que en tu día suceda, como dijo Carpentier, “ese eterno resurgir de cadenas”.

Déjame terminar estas palabras con tu oración al final del día, para que, en virtud de tantas ofrendas que te hemos hecho, alguna recompensa nos llegue, un bálsamo nos cure y se detenga este río de dolores, porque no puede ser que, para siempre, como diría Galeano, unos se especialicen en ganar y otros nos especialicemos en perder:

"Recibe nuestras ofrendas, accede a nuestras súplicas, disculpa nuestras faltas, pues eres la única esperanza de los pecadores. Por tu intercesión ante tu Hijo esperamos el perdón de nuestros pecados y en ti, oh Madre celestial, tenemos toda nuestra esperanza. Virgen excelsa de la Merced; socorre a los desgraciados, fortalece a los débiles, consuela a los tristes, ruega por nuestra Patria… Amén".