En el Nuevo Testamento, según Mateo, Jesús aparece en una ocasión indicando a los discípulos: "No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman, ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque dónde está tu tesoro, allí está tu corazón".

Los tesoros, su uso y provecho en una sociedad que se sustenta en los valores del bien común y la virtud cívica (como sucede con el ideal de democracia) es siempre un asunto que mueve la preocupación y atención de los mortales. La corrupción pública es uno de los peores "boquetes", por tratarse de que el poder, delegado para proteger el interés de la sociedad, es usado no para abusar de derechos –como sucede en las tiranías- sino para obtener riqueza privada.

Pero aunque no exista corrupción y el tesoro público no sufra la espoliación de quienes juran preservarlo, la conducta personal de los funcionarios y funcionarias no puede apartarse nunca del juicio colectivo. El parámetro por el que se les mide se parece más al de los apóstoles de Jesús que a los funcionarios de Roma. Esto tiene razones elementales, que nadie debe ni puede eludir.

Cuando son electas o designadas, se espera que las personas adopten como medida de su corrección el cumplimiento fiel del "deber público". Este principio, inseparable del surgimiento del Estado moderno, consiste en que se renuncia a los gustos, intereses y redes de relaciones particulares para entregarse por completo a satisfacer el cumplimiento del papel del Estado. Se deja de ser "individuo" y se pasa a ser "funcionario". El salario público es la figura por excelencia, a través de la cual la sociedad de asegura de cortar todo vínculo privado de las personas con su pasado, y que su actuación no tenga otro patrocinio que desvíe su atención. El funcionario público es, pues, 24 horas, 365 días al año; renuncia a la separación entre vida pública y vida privada en cuanto a fidelidad a la comunidad se refiere.

Pero -igual o más importante que esto- existe también un factor moral. Las personas en general buscamos tejer lazos de confianza. En esa confianza está la fuente de la autoridad legítima. La comunidad aspira a que quienes tienen el poder de tomar decisiones públicas adopten su vida real y sus problemas concretos como la norma moral de sus obligaciones. Esperan que exista correspondencia lo más exacta posible entre sus tormentos y las preocupaciones diarias de sus dirigentes.

Cientos de millones de pesos perdidos en exenciones fiscales que no se ajustan al espíritu de la ley sino al exceso y el lujo; viajes y estancias de "primera" en el cumplimiento de los deberes; asignaciones de casas y propiedades concebidas para fines no privados; compras exuberantes de bienes de élite. Esas han sido las noticias de los últimos días que provocan escozor entre la opinión pública y entre los funcionarios presentes y pasados, trenzados en un aparente diálogo de sordos.

Si el caso fuera de corrupción, bastaría con demostrar de manera oportuna y suficiente por los mecanismos institucionales que se está satisfaciendo o no, y en qué gravedad, el deber público, y se haría un gran favor a la ciudadanía que se evita malos dirigentes, y a los buenos funcionarios que actúan sin violar la ley.

Pero aunque no hubiera casos de corrupción sobre el tesoro de todos, de aprovechamiento del poder para asegurar riqueza privada, hay algo ineludible en el escrutinio público y el cultivo de la confianza.

En un país empobrecido y vejado por el saqueo centenario, donde la mitad de la población vive presa de carencias en las necesidades más elementales y el 85% de los trabajadores no reciben lo suficiente para vivir con dignidad, la vida de la mayoría está muy lejana de la felicidad de los cielos. Atesorar su bienestar sería lo más cercano al paraíso social. 

Son los dirigentes, como todos los que pisamos esta tierra, los que día a día, en las cosas más simples o complejas evitan o no la decepción, mostrado con sus decisiones y prioridades dónde está y cuál es su "tesoro" y -como dijo Jesús según la fuente bíblica- esa es la manera más sencilla pero también poderosa de decir "dónde está su corazón".