Vivimos tiempos modernos, donde las mujeres hemos sido capaces de avanzar en casi todos los escenarios de la vida. Estamos empoderadas, somos productivas, cada día nos capacitamos más y está demostrada nuestra naturaleza multidisciplinaria que nos permite liderar y asumir el reto que decidamos.
Si bien hay grandes nombres de mujeres que a través de la historia se han destacado, y en la actualidad a nivel mundial existen rostros femeninos que sirven de ejemplo para nuestro género, todavía nos faltan muchas conquistas. Existen países y culturas donde la mujer lamentablemente sigue siendo vista como un objeto, como un ser destinado para atender a los demás y procrear, donde ni siquiera se puede mencionar su nombre o decirlo a un extraño fuera de su círculo íntimo familiar, donde son ciudadanas de segunda y sus derechos están limitados y sometidos a la voluntad del Estado y de los hombres de su familia, dígase su padre, esposo o hermano. Todavía existen mujeres que para tener cierto reconocimiento, deben llamarse ¨la hija de¨, ¨la esposa de¨, ¨la hermana de¨ o ¨la madre de¨, y eso va seguido obviamente de un nombre masculino.
He leído sobre la campaña ¨ ¿Dónde está mi nombre? ¨ impulsada desde hace 3 años por la afgana Laleh Osmany, quien busca reivindicar los derechos, la presencia y la autonomía de las mujeres en el mundo musulmán y que se extienda a cualquier parte del mundo donde las mujeres sean víctimas de marginación, exclusión o vejación de cualquier legitimidad. Si bien artículos diversos han salido en medios que se han hecho eco desde entonces, esta campaña sigue cobrando vigencia porque aún las mujeres precisan ser reconocidas, aceptar que tienen una voz y un espacio y ocuparlo en cualquier escenario de la sociedad, en cualquier parte del mundo.
En República Dominicana, si bien vamos avanzando con la participación femenina en el sector privado y en el público, aún no es suficiente. Son tantas las situaciones y las vulnerabilidades que sufre nuestro género: abuso sexual, niñas y adolescentes embarazadas, violencia familiar, violencia ciudadana, acoso, ausencia de empleo o rechazo en ventaja de los hombres, falta de recursos propios o bajos ingresos, carencia de autonomía por dependencia de familiares o de su pareja, embarazos no deseados y la obligación a parir sin límite o sin condiciones, y estigmas de todo tipo.
Es imperante seguir incorporando la perspectiva de género en la intervención por parte de las políticas públicas, trabajando en el empoderamiento de mujeres y la validación de estas en todos los sectores sociales. La identidad, la presencia y la capacidad de la mujer debe hacerse visible. Es por esto por lo que debemos preguntarnos, ¿Dónde está mi nombre? y también preguntarnos ¿Dónde está mi espacio?
Tenemos mujeres capaces, tenemos mujeres con ansias de una oportunidad, que quieren destacarse, abrirse camino, desde la profesional que no ha sido reconocida hasta la joven humilde de un barrio marginado que necesita educación y empleo.
La igualdad es un proceso colectivo, de derribar patrones de comportamiento, mentalidades arcaicas, debiendo adoptar un punto de vista inclusivo.
La democracia, el progreso, los valores y la disciplina tienen nombre de mujer.