¡Ese no es mi presidente! Era la consigna que se escuchaba a unanimidad en muchas localidades de los EEUU desde que fuera confirmado el triunfo de Donald Trump como el 45 presidente de una de las potencias más poderosas del mundo. Sin dudas, ningún presidente despertó tanto descontento en la historia de los Estados Unidos como lo ha hecho Trump antes y después de haber tomado posesión de su investidura presidencial. Las protestas Anti-Trump han sido las principales noticias de algunos diarios de importancia internacional; noticias que curiosamente rivalizan con la de que un multimillonario audaz ha alcanzado la presidencia contra todos los pronósticos vertidos por expertos de alta credibilidad. Solo en los Ángeles, New York, Washington, Filadelfia y Portland han salido cientos de personas a protestar contra lo que parece ser las elecciones que puso en cuestionamiento uno de los sistemas democráticos más consolidados del mundo.
Ciertamente, Donald Trump no es la expresión de la voluntad popular en los EEUU, no porque su triunfo haya provocado malestar en aquel país, sino porque su victoria se debe al sistema de elección indirecta que prima en el país norteamericano. Hillary Clinton ganó con el voto popular, o sea, con la mayoría de los sufragios, pero perdió con los Colegios Electorales, hecho que se repite injustamente en la historia de aquella nación. Aquel triunfo, antes que unir al pueblo estadounidense en un solo objetivo como habría pasado con cualquier otro personaje que surgiera electo al cargo de Jefe de Estado, ha divido a los norteamericanos como preludio profético de lo que ha de suceder en los próximos 4 años.
Las medidas prometidas por Trump pueden traer consecuencias funestas no solo para la región, sino para todo el mundo; y es que su accionar como gobernante va a depender casi por entero de su psicología personal la cual apunta al desconocimiento de las instituciones democráticas que actualmente están regidas por el partido del cual emerge. El control es casi absoluto, y el peligro es inminente, y el mundo asiste dormido a lo que parece ser un posible apocalipsis.
Donald Trump es un personaje con un pensamiento algo retorcido, cuyo comportamiento personal deja mucho de qué hablar y sus criterios rayan casi en lo simple. El accionar de un hombre público usualmente es proporcional a su formación humana, cosa de lo que parece carecer Trump. Durante la campaña electoral, más de una decena de mujeres, entre ellas su ex esposa Ivana Trump, declararon haber sido ofendidas o abusadas sexualmente por el ahora presidente de los EEUU, acusaciones que coinciden con un video del año 2005 donde el señor Trump se ufana de asaltar sexualmente a las mujeres sin su consentimiento. La inmoralidad, el aparente desprecio por la clase trabajadora, y la evasión “inteligente” de impuestos hacen gala de su conducta y adornan su personalidad; y hoy, un hombre de semejante estirpe ocupa la presidencia del país más influyente del mundo.
Naturalmente, juzgar a un hombre público por sus características personales puede resultar impropio al análisis imparcial ante lo que sería sus funciones, pero, medios de difusión como BBC Mundo han publicaron los objetivos iniciales por los que trabajaría el presidente de los EEUU. Uno de esos objetivos es, por ejemplo, prohibir la entrada al país de seres humanos que busquen protección ante los ataques terroristas del Estado Islámico, y que provengan especialmente de Siria. Cancelar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica es otra de las prioridades del señor Trump, lo que demuestra su desconocimiento a los efectos de dicho tratado; medida por la que trabajó el presidente Obama y que su exclusión provocaría que EEUU quede fuera del nuevo mercado internacional en caso de que los países signatarios decidan continuar con el acuerdo.
El Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica no solo resulta prioritario en un mundo que se globaliza cada día más, sino que el mismo se concibe como un contrapeso a la economía emergente de China, de la cual los EEUU no puede mantenerse al margen. Trump, sorprendiendo una vez más con su estrepitosa personalidad, firmó el pasado lunes la resolución ejecutiva que excluye a su país de dicho acuerdo, demostrando con ello que los criterios esgrimidos durante su campaña electoral no fueron promesas abstractas para satisfacer a una parte selecta de la población, sino avisos concretos de lo que haría una vez llegara a la presidencia.
Por otro lado, para el nuevo gobierno estadunidense las alteraciones medioambientales que preocupan a la comunidad científica de todo el mundo no es más que un invento de China para perjudicar las manufacturas de los EEUU, por lo que el “cientista” Donald Trump se propone cancelar las aportaciones económicas de su país al combate del fenómeno, ya que a su juicio los científicos están equivocados y él, como hombre de ciencias, está en lo correcto. Pero China no puede quedar desmentida por Trump, sino que el magnate se propone otras acciones contra aquella economía emergente; como la de estigmatizarla de “manipuladora de divisas”, lo que implicaría sanciones para el país oriental. Todo lo dicho coincide con intercambios no muy esperanzadores entre los EEUU y Corea del Norte, donde este último advierte al nuevo gobierno que renuncie a la “idea obsoleta” de tratar de desnuclearizar el Estado asiático, y que por consiguiente el nuevo gobierno de los EEUU tendrá que lidiar con un Estado Nuclear.
Como hemos visto, es muy confusa la situación en la que ha caído EEUU y toda la región, y los analistas no hacen más que sorprenderse por el inesperado resultado de las pasadas elecciones en la nación norteamericana. Pareciera que El Apocalipsis llegó, y que ha de durar 4 años cuando no sufra una dilación de un cuatrienio más. Por el momento, esperemos que todo sea distinto y que el señor Trump se constituya en un fenómeno tan raro que la trayectoria de su paso sea totalmente inverso a lo que ha marcado en sus inicios.