Cuando se anunció la candidatura de Donald Trump muchos pensaron que sólo la excentridad y el protagonismo motivaban a uno de los más famosos billonarios de Norteamérica. Para ellos se trataba de algo cómico, ridículo o folclórico que duraría unos días, provocando risas y burlas del electorado. Pero si sólo lo hizo por entretenerse o divertirse, lo cual dudamos, ya entró por la puerta ancha en la historia electoral de su país. No se podrá escribir acerca de esta campaña sin mencionarlo abundantemente.
Cualquier candidato con ilimitados recursos económicos y algún carisma, puede atraer mucha atención, aunque no necesariamente. Donald Trump ha logrado situarse, por lo menos en la etapa inicial de la competencia por la nominación presidencial republicana. En algunos casos ha logrado cuatro veces más apoyo en los sondeos preliminares que un ex gobernador que muchos consideraban el favorito y todavía encabeza las recaudaciones de campañas, entre otras razones, por ser hijo y hermano de ex Presidentes.
Alguien pudiera exagerar al decir que está terminando el período de los “candidatos ideales”, los “mirlos blancos”, el lenguaje “políticamente correcto”, los apellidos ilustres, etc. Tampoco eso es necesariamente exacto, pero pudiera haber algo de eso en el ambiente. El aspirante menos anticipado hace unos meses, y sin las calificaciones más mencionadas, no sólo ha logrado ser considerado el “puntero”, antes y después del primer debate, sino que se ha convertido en el candidato que con mayor rapidez ha logrado obtener una atención casi total de los medios de comunicación social. Ni el célebre actor de películas del Oeste, Ronald Reagan, como tampoco el carismático Bill Clinton o el sorpresivo triunfador sobre viejos prejuicios raciales, Barack Obama, consiguieron en cuestión de unos días capitalizar casi toda la atención de los noticieros nacionales de las 6.30 de la tarde y de los “talk shows” y comentaristas “estrella” de la televisión como lo ha logrado Trump. Ya era famoso al anunciar su postulación, pero también lo eran otras figuras nacionales en busca de reconocimiento de campaña.
Ningún otro candidato presidencial ha desechado tan abiertamente el lenguaje políticamente correcto. Las palabras más fuertes, irónicas y burlonas son utilizadas constantemente por el candidato, acompañadas de otros epítetos, como parte integral de un lenguaje que no deja de ser simpático en ocasiones. Exagerando un poco, pudiera hasta decirse que van convirtiéndose en obsoletas aquellas “distinguidas características” del pasado. Trump se ha atrevido a intentar ridiculizar a una presentadora del primer debate televisado y ha afirmado claramente que cierta aspirante presidencial republicana pudiera causarle un dolor de cabeza masivo a cualquiera que la escuche por más de unos minutos. En cuanto al ex gobernador Jeb Bush, Trump ha dicho que “carece de energía” y que “sus discursos causan somnolencia”.
Lo que más entristece no es necesariamente el mismo Trump, que tiene todo el derecho de la ley a aspirar al poder, sino que muchas de sus afirmaciones coincidan con las de un enorme sector popular. Además, estas clases de ideas están en las mentes y corazones de otros candidatos que no se atreven a afirmarlo con la claridad, y rudeza del gran personaje del momento. Pudieran señalársele a Trump muchas cosas, pero no acusarle de insinceridad. Y es precisamente en esa ausencia de lenguaje “políticamente correcto” que pudiera radicar su mayor fuerza.
Claro que es altamente probable que surja pronto una especie de “coalición anti Trump” que impida que este sea nominado. Pero su votación pudieran heredarla el Senador Ted Cruz o el doctor Ben Carson, cuyos programas y afirmaciones no son demasiado diferentes. Cruz está en segundo lugar en recaudaciones, superado solo por Bush porque Trump no necesita pedir dinero. Trump, Cruz y Carson se elogian mutuamente y entre los tres acaparan, hasta ahora, casi la mitad de los que opinan en las encuestas, lo que es altamente significativo ante las pobres cifras de otros candidatos. Sus adversarios son tantos que es imposible comentar sobre todos ellos en un solo artículo. Es probable que los delegados de Trump, Cruz y Carson formen un bloque en la próxima Convención Nacional Republicana. Es, pues, la hora de la extrema derecha y no una de la moderación en el Partido Republicano.
El tema antiinmigratorio prevalece en la campaña y ayuda a los candidatos en las primarias porque coincide con el sentimiento expreso u oculto de gran parte de la población. Ser pro inmigrante significa ahora una probable muerte política en el republicanismo. Sin embargo, la oratoria populista antiinmigratoria pudiera significar la derrota electoral del partido en elecciones nacionales.
Empero, el mayor temor de sus actuales correligionarios sería el siguiente. De ser derrotado en la contienda republicana, Trump pudiera decidir el futuro del país simplemente con presentar una candidatura independiente que divida el voto conservador. Si lo hace, las posibilidades republicanas en noviembre del 2016 se reducirían al mínimo.
Como dato curioso, por lo menos en un aspecto, Trump puede asociarse a candidatos del pasado. El gran billonario, maestro de los “shows” de televisión, pertenece a una iglesia tradicional, la Presbiteriana, sólo superada en el número de presidentes estadounidenses por la Episcopal (Anglicana). También asiste a una congregación reformada de teología calvinista, confesión en plena comunión con los presbiterianos, Marble Collegiate Church, “sancta sanctorum” del protestantismo histórico estadounidense, fundada en 1638 y dirigida hasta su muerte por el doctor Norman Vincent Peale, autor del best-seller “El poder del pensamiento positivo”. Sin embargo, la vida religiosa de Trump es, como la de muchos otros candidatos, un ejercicio bastante irregular. Sólo afirma asistir sin falta en Navidad y Semana Santa, aunque compensa lo compensa con el dato adicional de que “es un gran coleccionista de Biblias”.
En Estados Unidos muchos estamos cansados de políticos tradicionales. Es por eso que se le concede al menos una mirada a uno de los hombres con mayor éxito en la historia reciente del mundo de los negocios. Y recordemos la afirmación histórica del presidente Calvino Coolidge es autor de una famosa definición: “El negocio de América es el negocio.”
Todo lo que ha sido expuesto pudiera ser matizado o finiquitado. El cuadro sería quizás otro antes de terminar el año, pero Trump no está jugando. Existe una prueba casi definitiva. A principios del 2016, entre otras, se producirán competencias electorales internas del republicanismo en Iowa, New Hamsphire y Carolina del Sur. Si Trump logra triunfar específicamente en esas tres, podrán inventarse todas las coaliciones del mundo, pero sería entonces casi imposible negarle la postulación. Tal cosa no está escrita con tinta china. Pero Trump no está jugando.