El presidente francés invitó a su homologo norteamericano a comer en el Faro de Biarritz. Quería tenerlo cerca antes de que empezara la cumbre de los países más ricos del globo, conocida como el G7. ¿Cómo para qué?, ¿Para apapacharlo, consentirlo y tratar de convencerlo de que no peleara en los próximos días (y de que se alejara de su cuenta de twitter) ni dinamitara la reunión con sus frases fulminantes? Justo antes de subir al avión que lo llevaría a Francia, ya le había subido los aranceles a China…las preocupaciones de Monsieur Macron no eran en vano.

Biarritz, un balneario en la costa vasca, famoso por su casino; por los ricos que suelen ir a vacacionar; por los surfers que van en busca de olas intensas; estuvo prácticamente clausurado. La foto de la comida muestra una terraza vacía, que en esta época del año sería imposible. Sólo se ven dos tipos trajeados. Uno parece un niño que acabara de hacer su primera comunión; del otro sobresalen sus pelos alborotados y naranjas y unos ojillos que miran desconfiados.

Tuvieron que improvisar una cocina bajo esa torre luminosa de cuarenta y tantos metros de altura, más bien llevaron una, no era cosa de darle un par de hamburguesas al inquilino de la Casa Blanca, aunque hubiese quedado encantado de la vida, pues es conocida su afición por las big macs. En cambio, le prepararon una típica comida vascofrancesa:

Marmitako de atún rojo, que pese a que lo diga su nombre, no lleva tacos. Se trata de un guiso a base de papas y tomates con trozos de atún, acompañado de una piperrada “contemporánea”, un platillo parecido al ratatouille pero a base de pimientos (verdes y rojos). ¿Qué si le gustó?, ¿qué si se lo comió?  Eso no lo dijeron las crónicas, sí apuntaron que los responsables fueron el cocinero en jefe del Palacio del Eliseo, Guillaume Gómez y Cédric Béchade, chef del l’Auberge basque, éste último se promueve así en las redes: Una cocina natural, con colores y elaborada con productos del país vasco, una cocina vasca reinterpretada…

Trump no toma alcohol, prefiere las malteadas de chocolate, pero ni modo, le pusieron también vinos de la región, ¡faltaba más! Este era otro asunto espinoso que Macron abordó con pinzas (para las cejas), ya que flotaba la amenaza de gravarlo con más aranceles. Todo empezó cuando Francia decidió un “impuesto tecnológico” a empresas como Google o Amazon y Super Trump respingó alegando que qué tenían los vinos de Bordeaux que no tuvieran los de California y que si persistían en su intención de gravar empresas made in usa, él les aplicaría más impuestos al tan sobrevalorado elixir. No sabemos si el festín dio efecto, pero al final de la cumbre, Francia y Estados Unidos llegaron a un acuerdo sobre la llamada tasa Google.

Cabe destacar que Biarritz no es una ciudad improvisada en eso de recibir a “gentes importantes”. En el siglo XIX no hacía otra cosa, ya que a la emperatriz Eugenia de Montijo le fascinaba ir a veranear, en un intento de acercarse a la España de sus amores (a tan sólo 18 kilómetros de distancia). Por eso, cada agosto caminaba por sus playas, tomaba el té en sus terrazas… Así que su marido, el “buenazo” de Napoleón III, mandó al arquitecto Hippolyte Durand a que le construyera un palacete, que en un principio se llamó Villa Eugenie y que tiempo después, se convertiría en el Hotel du Palais. En esos suntuosos aposentos, se supone que se hospedaron los jefes de estado de los otros países miembros: Alemania, Italia, Reino Unido, Canadá y Japón. Trump estuvo renuente y se rumoraba que prefería dormir en un portaviones de la US Navy que de casualidad andaba por allí…

La cumbre, cuyos resultados a casi nadie interesan, tuvo muchos menos sobresaltos que la del año pasado en Canadá. La prensa “especializada” no escatimó en elogios para el mandatario francés, sobre todo por su habilidad para que don Donaldo se mantuviera tranquilo, a pesar de las diferencias que existen en torno a temas como el cambio climático, el comercio mundial, el papel de Rusia…

Los faros, lo sabemos, guían a las embarcaciones durante la penumbra, podría ser pretencioso ¿pero Macron quiso hacer lo mismo?, ¿sugerirles a los del G7 que la luz viene del faro de Saint-Martin de Biarritz, de Francia? Quizás simplemente aplicó ese proverbio que pregonan las abuelitas, que al hombre se le conquista por la panza y la gastronomía es, para los franceses, un asunto de estado.