Cometería una grave equivocación quien por el título de este trabajo creyera que su autor estuvo inconforme con la madre que lo gestó, alumbró y crió, siendo entonces mi deber inicial consignar que nunca me ha visitado la insensata idea de negar la que en suerte me tocó, y mucho menos de referir por escrito el absurdo deseo de reemplazarla por otra.
La vulnerabilidad de la adolescencia es de tal magnitud, que en ocasiones y durante esa época uno resulta fácilmente seducido por lo desacostumbrado, lo no convencional, pensado que ciertas actitudes en el comportamiento doméstico de la señora mencionada en el encabezamiento de este artículo me conmovieron de tal manera que en secreto ansiaba fueran asumidas por mi madre.
Todo comenzó cuando en el año 1954 al ser trasladado desde Ciudad Trujillo a Santiago para presidir la representación que la Cervecería Nacional Dominicana (CND) tenía en esta ciudad, Luis Ernesto Rodríguez (Burrulote) y su familia se domiciliaron al lado de mi casa en la antigua avenida Generalísimo, constituyendo su capitaleña proveniencia, la onomástica de sus miembros y el reservado trato dispensado a los demás las coordenadas que más me impresionaron.
En aquellos lejanos tiempos todo lo concerniente a la ciudad de los Colones tenía para mí un prestigio, un valimento que superaba con creces lo cibaeño, lo local, adquiriendo el rango de maravilloso tanto su lambdacismo vocal –sustitución de la erre final o intermedia de las palabras por la ele- como el hecho insólito de poderse jugar beisbol de noche mediante el empleo de luces artificiales. En Santiago prevalecía el vocalismo oral y no existía el estadio Cibao.
Nadie en mi familia y tampoco los habitantes de la denominada ciudad corazón, portaban en ese entonces los nombres de Serbia, Rumanía, Cayetano, Piedad, Ofelia Margarita, Sócrates, Leovigildo y excepcionalmente el de Dolores, y este exotismo nominal en mis nuevos vecinos me invitaba a pensar que sus integrantes eran los heraldos de una innovación nunca antes registrada, haciéndoles objeto de una curiosidad que aumentaba con el paso de los días.
Mi gran asombro era ver a Rumanía, que junto a su hijo Ramón eran simpatizantes del Escogido, polemizar con Leo y su sobrino Luis Rafael partidarios furibundos del Licey, escuchando estupefacto cómo la primera repetía a menudo los nombres de algunos peloteros como Charles Kolakowsky, Willie Kirkland, Harry Chiti, Charles Neal y Johnny Blanchard entre otros, pormenores deportivos jamás evocados por las madres residentes en Santiago a mediados del pasado siglo.
Esta franca interactuación con sus hijos, sobrino y amigos de éstos, no era una postura estilada por las madres de entonces quienes se entregaban más bien atencionar a sus parejas, al discreto ejercicio del gobierno doméstico y al cauteloso inventario de las vidas ajenas, pareciéndome el alternar de tú a tú con sus hijos e involucrarse en sus aficiones, un testimonio de que el amor maternal debe también fomentar el surgimiento de una sólida amistad con sus vástagos.
Como Leovigildo era en la Escuela Normal uno de los estudiantes mas brillantes de su promoción, varios de sus compañeros de pupitre como Maximito Lovatón, Sergio Bisonó, Molinita y Tomás Mainardi entre otros acudían a menudo a la casa de aquel procurando un esclarecimiento o una puntualización, y con todos ellos compartía Rumanía haciendo suyos los problemas y desafíos de las nuevas generaciones.
Aunque a la hora actual Leo escribe en sábados alternativos en el periódico “Hoy”, creo oportuno señalar que en base a los artículos de CAIN (seudónimo del escritor Cabrera Infante) aparecidos semanalmente en la revista cubana “Carteles”, él preparaba las críticas de cine que en los años cincuenta publicaba el diario santiagués “La Información”, y en esos menesteres era alentado por su progenitora en su decidido rol de ser amiga y confidente de sus hijos.
En razón de que la música norteamericana y en especial el rock y el feeling irrumpieron en Santiago justamente cuando esta familia se avecindó junto a la mía (1954-1955), su gusto por ella me influenció hasta el día de hoy rememorando en estos instantes las canciones de los Everly brothers, Elvis Presley, The Platters, Pat Boone y en especial “Little darling” por los Diamonds que era particularmente apreciado por Rumanía.
A diferencia de los santiagueros de esa época, éstos originales y singulares inquilinos no acostumbraban visitar a nadie en el barrio salvo nuestra casa-mi padre gustaba celebrar fiestas en la amplia terraza que disponíamos- y con asiduidad Rumanía acudía a finales de la tarde o al filo de la noche para de una forma susurrante despotricar junto a mi padre sobre los horrores del régimen de Trujillo, al tener ella en Venezuela un hermano exiliado por la dictadura.
Siempre me regocijaba el amable trato que esta honorable familia le concedía en todo momento a Doña Consuelo su vecina inmediata por el lado Oeste, quien era una profesora retirada con gran experiencia magisterial, de vasta ilustración pero venida a menos, cuyos hijos apellidados Martínez Persia y bautizados con los heroicos y épicos nombres de Bolívar, Julio César y Plutarco, eran tratados por los Pérez Minaya si fueran los retoños de Salomé Ureña, Ercilia Pepín o Luisa Ozema Pellerano.
Constituyeron paréntesis de mi particular agrado cuando Rumanía y sus muchachos recibían visitas procedentes de Santo Domingo, en particular las de Leíto Ricart Sturla y la de su hiperactivo pariente José Nayib Chabebe Castillo, sosteniendo el primero largas pláticas con mi padre y el segundo era como una especie de archivo ambulante de conocimientos, representando para muchos su inesperada muerte el pasado año como una especie de amputación espiritual.
La magia de esta nostálgica vecindad desapareció poco después del año 1957 cuando al graduarse de bachiller los hijos de Ruma marcharon al extranjero a especializarse, y luego Luis Ernesto y demás se mudaron inicialmente frente a la sede local del Partido Dominicano, a continuación a Bella Vista recalando finalmente en la urbanización Esther Rosario de la capital ubicada entre la ave. Independencia y la Mirador Sur.
En este último sector visité por postrera vez a Rumanía en los años ochenta o no venta del pasado siglo, falleciendo hasta el pasado año Burrulote, Ofelia Margarita, Luis Rafael, Serbia, Dolores y Cayetano, sobreviviendo, además de Leo y Ramón, su tía Piedad y su madre que casi centenaria acaba de morir el pasado día 4 enero 2015 encontrándome de visita en España.
Su prolongada existencia estuvo dedicada al cuidado de su hija, a la camaradería con sus hijos, al cariño de su parentela así como a la benevolente condescendencia con los demás, pero de una manera involuntaria y durante un breve período de su santiaguera residencia, simbolizó un callado disfrute para un vecino adolescente que deslumbrado por facetas de su personalidad anhelaba que las mismas fueran también de mí progenitora.