Sin el mínimo animo de ser chauvinista o de exhibir en estas líneas un nacionalismo trasnochado, he de reconocer que cuando uno vive en su país, puede amarlo, pero, por esas ironías de la vida es justamente cuando se está "Del otro lado del charco" cuando más se ama la tierra que nos vio nacer, la cultura que tenemos y la nacionalidad que profesamos.
Se pone uno sensible: ¡Ay del que hable o critique nuestro pedacito de tierra! Independientemente de saber los defectos de nuestra cultura es bastante hiriente escuchar que alguien los resalte y más si es una persona de otro país.
También se asumen actitudes defensivas. Por más crítico que uno sea cuando se está en la tierra amada, ahora, del otro lado del charco y delante de los demás trata de explicar esos defectos nacionales (No hay que lavar nuestros trapos sucios delante de los demás, dice una vocecita interna).
¡Y se extraña! Una especie de melancolía nacional invade cada poro de tu piel, y se extraña el clima, la música, el sazón, el mar, la gente…
Pero no todo es dolor. ¿Qué produce alegría de este lado del charco? Conocer un europeo que se muere por vivir en nuestro país, un latino qu elogia nuestras playas, reconocer un compatriota en el Metro de Madrid y escuchar tu acento, ver ondear una bandera dominicana en la puerta de un consulado, ir a una disco latina en Europa y que de repente suene Juan Luis Guerra o Aventura y ver como un grupo de extranjeros que no hablan bien español comienzan a bailar y a tararear la canción. ¡Esto hace saltar el corazón!
Es así como aunque uno entienda y apoye la idea que predican algunos de "abrir las fronteras" y que los seres humanos puedan desplazarse libremente por las tierras de sus elecciones, mientras se logra esta utopía, creo importante, a propósito del recién pasado "Mes de la Patria" reafirmarnos como dominicanos.
Y esa reafirmación implica la redefinición de una identidad cultural dominicana, que renuncie ya al complejo de Guacanagarix, de sólo valorar las cosas foráneas, y al pesimismo social dominicano del siglo pasado, que nos cree incapaz de ser nación.
Implica también reencontrarse con los ideales de los forjadores de la patria dominicana, de los restauradores, de quienes la liberaron de la tiranía y combatieron las nuevas dictaduras.
Pero sobretodo conlleva situarnos en el contexto actual ¡Y actuar! No permitir que la desesperanza o la indiferencia nos arropen, sino más bien entender que si en estos días pudimos celebrar 167 años de independencia (aunque todavía somos una nación dependiente en muchos aspectos) fue porque hombres y mujeres actuaron frente a un contexto igual o más sombrío que éste.
Es menester sentirnos orgullosos de nuestra enseña tricolor, de nuestra tierra y de nuestra gente, para entonces estar dispuestos y dispuestas a forjarla libre, independiente, solidaria, igualitaria y justa para todos y todas.
También es útil embullirnos del pensamiento duartiano y tener presente frases como: "Nunca me fue tan necesario como hoy el tener salud, corazón y juicio; hoy que hombres sin juicio y sin corazón conspiran contra la salud de la Patria" y "Trabajemos por y para la patria, que es trabajar para nuestros hijos y para nosotros mismos".
Con sus virtudes y defectos, tenemos un gran país, y no debe hacer falta cruzar el charco o que llegue febrero para darnos cuenta.