La experiencia, como la imaginaba, el siglo XX, era realización plenitud, rotundidad, sistema hecho realidad. La posexperiencia, por el contrario, es arrebato, exploración, pérdida de control , dispersión”. (Baricco, The Game, p173).
Quien dice ser dominicano cabalga con una palabra que por mucho tiempo estaba en desuso en el discurso de la modernidad y postmodernidad; que se pensaba que estaba lejos de la modernización y posmodernización, de lo cibernético y virtual, y de la que no escapa la nación dominicana. Esta palabra es lo transido, la cual, no invoca al pesimismo u optimismo o a un derrotero sin más.
Esto de lo transido, que en el tomo II, a sus 50 años de publicación, María Moliner recoge como parte de la nueva edición actualizada de su “Diccionario de usos del español” (2016), he definido en dos acepciones: en una lo transido es el participio de transir, como acción de transitar, no detenerse, lo cual puede ser transido, tránsito, como son sociedades moderna y postmoderna (Estados Unidos, Europa), no lo hipertransido en sociedades como Haití. En la segunda acepción del diccionario, lo transido se define como “afectado por un dolor físico o moral intensísimo, transido de pena, angustia, de dolor, de frio, hambre”… (p. 2554). Esta última acepción corresponde a sociedades como la nuestra, lo cual he explicado en mi último libro La dominicanidad transida entre lo virtual y lo real (2017) dentro de una conceptualización que tiene que ver con mi enfoque filosófico cibernético e innovador, articulado al sujeto-lenguaje-lengua-cultura- sociedad en el mundo-cibermundo.
Nuestros tiempos cibernéticos se caracterizan por lo transido, hipertransido y transido transitorio, lo cual, de una u otra manera, colinda con la incertidumbre y lo perplejo. En el caso nuestro, desde la cultura-lengua-sociedad, somos transidos, que en mi condición de sujeto dominicano, al igual que otros tantos, intento vivir, impermeable al aire de las zonas grises, que se caracterizan por narcotráfico, actos delictivos, negocios ilícitos, corrupción, hipercorrupción e impunidad.
Seguimos en condición de dominicanos cabalgando lo transido en un ir y venir, en un girar atrás y hacia adelante, volver o voltearse y por qué no, en un revolotearse que a veces ocultarnos entre susurros de palabras (manifestado en diálogos imbuidos de un sorbo de café o una copa de alcohol, entre un logro alcanzado o el recuerdo de una poesía transida en los ochenta, como la de José Mármol). A veces los dominicanos se cubren con rostros de alegría, sin ser felices y que se han de utilizar estrategias de indagación para poder exorcizar los rostros y la mirada de los dominicanos que viven en la pos-experiencia de los excesos de lo virtual, en el cibermundo (Merejo, 2015a, 2015b). Sin embargo, el susurro de lo transido pasó a más personas y hoy pasó a ser tema de opinión pública en el espacio y el ciberespacio social dominicano, envuelto en redes sociales reales y virtuales.