En la parte primera de este artículo se precisó que ni el Dembow, ni “El Alfa”, ni su espectáculo en el Madison Square Garden representan en sí a los dominicanos o a su cultura. Se dijo concretamente que los vacuos pálpitos temáticos que animan la música de “El Alfa” y el género del Dembow –hasta ahora– son cuatro: la pornografía, el consumo vulgar de productos mercantiles, las drogas y la exaltación de una viveza ancestral casi obsoleta.
Debemos admitir, también, que ese empaque oscuro que ha permeado los ritmos del Dembow llega desde los Estados Unidos. El dominicano que emigra a EEUU generalmente llega a los ghettos de Nueva York y de la costa Este; es decir, llega a los lugares donde viven individuos marginados por las injustas condiciones sociales y económicas.
El Bronx, por ejemplo, donde residen casi 300,000 dominicanos, es la cuna del Rap, ritmo del que emanan el Reggaetón y el Dembow. Sin embargo, el rap nace como un movimiento de protesta, una hipérbole que señala –con lenguaje explícito– las situaciones inhumanas que viven los afroamericanos y latinos en esas trincheras de EEUU.
Pero algunos dominicanos han importado y reinventado las virutas más groseras de ese género socio-cultural del Rap y lo denominaron Dembow –extirparon las ideas e hicieron una caricatura musical de las miserias extravagantes que se viven en ghettos neoyorquinos. El consumo de marcas de ropa exclusivas que se exalta en el Dembow, por ejemplo, es un simulacro o un escape ilusorio que usa el individuo en los ghettos de EEUU para sentirse mejor que los otros miserables que están en su misma situación o condición. De hecho, en el concierto del Madison Square Garden, El Alfa le dedicó uno de sus temas a todos los padres que compran las marcas Louis Vuitton y Gucci para sus hijos.
Los enemigos más latentes que tiene la cultura dominicana, empero, no son los intérpretes del Dembow, sino aquellos que, dilatados por la incuriosidad e inflados por el cinismo y el nihilismo, quieren justificar y llamar cultura a ese adefesio musical. Los primeros son los políticos, a quienes no le interesa pensar ni liberar al joven dominicano de su penuria intelectual o educacional.
Los otros, una secta perversa de intelectuales de paja, educados en los vicios posmodernistas. Muchas de las casas de estudios más sobresalientes en EEUU se encuentran secuestradas por acólitos de Susan Sontag, la crítica de arte y escritora estadounidense. Influenciada por los intelectuales de Izquierda franceses de la segunda mitad del siglo XX, Sontag llama a los académicos a abandonar la noción de cultura de Matthew Arnold como lo “mejor que se haya pensado o dicho” y a enfocarse en lo que ella acuñó como una “nueva sensibilidad”. En su ensayo “Una cultura y la nueva sensibilidad”, Sontag declara que “la distinción entre ‘alta’ y ‘baja’ cultura parecía cada vez menos significativa.”
En su díscola ambición nihilista, Sontag no solo insiste en respaldar los gustos vulgares, sino en crear la ilusión de que, para los verdaderamente sofisticados, todas las distinciones de mérito intelectual, artístico y moral son innecesarias, prescindibles. En esencia, Sontag nos da la receta postmodernista de hoy: no hay acceso a la totalidad ni a la verdad, y todas las jerarquías –intelectuales, políticas y morales– son creadas por grupos opresores con fines de poderes.
Armados con esta tergiversación del marxismo, los postmodernistas dominicanos –que en su mayoría son críticos de arte como Sontag o académicos– pretenden justificar el Dembow desde EEUU. Una de estos críticos de arte escribe para el glorioso The New York Times. Después de asistir al concierto de “El Alfa”, la erudita tuvo la siguiente apreciación del espectáculo y el género del Dembow:
“Fue una demostración sublime de la capacidad de “El Alfa” para ampliar los límites del habla y el lenguaje… El género abraza la euforia de los placeres cotidianos, como el sexo, el baile y la fiesta. Como era de esperar, a menudo se utiliza como chivo expiatorio de los problemas sociales dominicanos, una crítica informada por el racismo y el clasismo… Dembow es también un gesto de desafío, una negativa a someterse a las formas coloniales y “adecuadas” de ser, hablar y vivir.
Al leer esas observaciones pomposas acerca del Dembow, el juicio sobrio me exige llamarlas tonterías. Según esta pensadora “despierta,” los dominicanos que resistimos el lenguaje deleznable del Dembow, lo hacemos informados por una mentalidad clasista, racista y colonizada. Como Susan Sontag en los 1960s, estos eruditos entienden que todo es nada y nada es todo. Nos quieren vender el Dembow como un arte impregnado de ideas trascendentales o un movimiento socialmente comprometido, cuando el género simple y llanamente se dedica a entretejer naderías.
En sus juicios fáciles, estos portentos intelectuales, sin embargo, no se preguntan por qué se oponen los dominicanos “colonizados” al género del Dembow. ¿Quién es el colonizado, el qué justifica un genero que denigra la mujer e irrespeta los valores de una civilización o el que cuestiona su valor cultural, social y estético?
Si es verdad que la cultura es la expresión más pura de los pueblos, me niego a aceptar como cultura a un género que le hace culto a la vanidad extranjera y que se mueve por los tenebrosos rincones de las drogas, la profanidad y la decadencia moral. Si resolvemos llamar al Dembow una expresión cultural dominicana, los dominicanos estaríamos entregando el hecho estético a los espíritus destructivos que Nietzsche llamó dionisíacos; estaríamos rindiéndonos ante a la intoxicación, a las desenfrenadas proclividades sexuales y a la glorificación de la violencia, es decir, a la barbarie.
Es obvio que hace falta el otro elemento que complemente y le dé forma a esta pujanza barbárica en el Dembow. Las pocas voces disidentes que combatimos la preeminencia del Dembow en la sociedad dominicana nos quejamos –casi exclusivamente– del lenguaje. Se puede intuir que ese género “artístico” ha desligado totalmente las ideas de la forma; no se siente una preocupación por vestir la idea en el lenguaje, y presentarla así dignamente en escenario del mundo civilizado. Al contrario, entre más cruda y escuálida es la forma, parece ser mejor para ese género.
Ciertos pensadores despiertos quieren urdir una ficción que nos haga abandonar nuestro sentido común. ¿Cómo podemos pensar, juzgar y discernir si llamamos toda expresión del hombre cultura? ¿Cómo desarrollamos un gusto estético si hablamos del Dembow y los poemas de Mir en el mismo aliento? Si dejamos que nos nublen la capacidad de pensar, los prodigios del horizonte desaparecerán y todos nos moveremos en la misma caverna Platónica. Me rehúso a que me vendan un monstruo en lugar de un adonis y a prescindir del abismo que separa la claridad de la sombra.