El hombre culto llamado en los albores del siglo 21 a fomentar la institucionalidad como piedra angular de la democracia, Leonel Fernández, precipitó el Estado Dominicano a la debacle. Nos encontramos en un caos institucional, en nuestro país no funciona nada como debiera, y lo peor es que ya ni las forma se guardan.
La justicia no funciona, la corrupción campea en el horizonte nacional sin resistencia alguna, los partidos políticos ya no son la expresión de la esperanza de las mayorías, son corporaciones económicas con barniz político. Los lideres con pies de barro abundan, el timón de la nación en manos de enemigos acérrimos de los pobres del país.
Y mientras la nación está siendo dirigida por las mentes más enfermas, el Presidente Danilo Medina sigue apostando a su estilo escueto, parco y distante. No utiliza la palabra para orientar e informar al pueblo que lo escogió en los diferentes temas del debate nacional, rodeado de tantos escándalos, prefiere callar para que los mismos sean sustituidos por otros mayores.
Estamos faltos de un liderazgo real, autentico y compromisario, pero la oposición partida en mil pedazos no madura ni entiende lo que se está jugando en nuestro país. La ambición del liderazgo personalista cavernario sectorizado constituye el principal obstáculo para que avancemos, el pueblo definitivamente se encuentra huérfano, sin representatividad, probablemente a la espera de un estallido social para reacomodar las cargas y reconfigurar el sistema.
Nos dominan los delincuentes, el sicariato y el crimen organizado. Estamos inmersos en una tremenda confusión, carecemos de un norte ideológico, en verdad nos encontramos en una profunda crisis de nuestra democracia representativa. Es imperativo que despierten los líderes naturales y hagan lo que deben y están en la obligación de hacer para salvar la patria legada por Duarte y los Trinitarios.
Lo único que nunca falla en una nación es su pueblo, quien es el soberano conforme a nuestra ley fundamental, y es ahora el único responsable de retomar el rumbo de la Patria con sus propias manos, mas allá de los lideres falsos, de los partidos fallidos del sistema, tiene que evocar sus capacidades innatas de reestructurarse por sí mismo recuperando lo que le pertenece y le corresponde.
Es el tiempo de la movilización mediante el poder de la fe, de la transformación en base al sacrificio y de la emancipación de nuestro pueblo conforme al poder que emana de nuestros sentimientos más puros.