Hoy en los Estados Unidos al igual que en la Republica Dominicana, se celebra el Domingo de Pascua. En uno, el cierre de escapes desmedidos por parte de estudiantes universitarios, el resalto comercial de la fertilidad en Estados Unidos y la celebración de que estamos en la estación que representa la vida, la primavera.

Estos últimos dos, representados por inofensivos conejitos y huevos rellenos de chocolates y golosinas. Y en el otro, la resurrección de Cristo, la culminación de una semana de descanso, vacaciones a veces excesivas y reflexiones limitadas.

Opté por escribir este artículo, porque quería entender la composición religiosa, la dualidad y diferencias entre nuestras naciones. En especial en el marco de las fechas santas y la eventual transgresión de lo comercial sobre lo tradicional, de una sobre la otra en estos tiempos. Por ello el concepto espejo de Domingo Santo en América, el cual leído al revés confirma esa tendencia transcultural.

Para entender un poco ese enfoque, hay que ver la composición religiosa de ambos países, aunque no sea esta un tanto específica. En su composición religiosa, la República Dominicana, es muy diferente a la de los Estados Unidos, cuando la revisas en detalle. A pesar de ambas naciones ser vistas como muy cristianas, en la nación americana, solo 71% de los residentes de ese país, se autodefinen como cristianos, mientras que en la nación dominicana, 90% de su población se identifica con esta fe.

La mayoría de nosotros los dominicanos, vivimos en los Estados que menos acuden a la iglesia.

Ahora, hay que recordar que los Estados Unidos, nación de 320 Millones de habitantes, fundada bajos los conceptos de libertad de expresión y libertad religiosa, además de cristianos, también aloja otras convicciones. Por ejemplo, aunque no en grandes cifras, la presencia de los judíos y musulmanes es evidente, visto su activa participación en estamentos sociales, políticos, comerciales y empresariales. De esa masa populosa, también hay otras representaciones religiosas que aún menos numerosas, también son significativas, como lo son los hinduistas, los agnósticos, los cientologos, los budistas y los krisnas, que a pesar de ya no estar tan presentes como en décadas antes, aun poseen células en todo el país.

Ahora, de la cifra de 71% de cristianos (225,000,000 de individuos en los Estados Unidos), que citamos hace dos párrafos, casi la mitad de ellos, un 47%, se identifican como miembros de iglesias que pueden ser calificadas como protestantes (sin incluir a los adventistas, mormones, Testigos de Jehová u otros que también se autodenominan como seguidores de Cristo), mientras que una quinta parte de ese casi cuarto de billón, es decir, unos 50 Millones, se relacionan con la católica.

Si lo comparamos con la República Dominicana, donde el 90% de su población es de creencia cristiana. En nuestra media isla, no abundan los fieles de tantas otras religiones. En esa población de casi 10,000,000 que habita la nación dominicana, siete de cada diez ciudadanos se denominan como católicos. Y 19% de ellos, como evangélicos protestantes. Desde el escudo a la bandera, del himno al ojalá, nuestro país es uno devoto del Cristianismo.

Sin embargo, se pensaría que los dominicanos que vivimos en América, no concurrimos fielmente a los centros de culto, como lo hacemos en la isla. No por ello quiero insinuar que luego de llegar aquí, somos menos creyentes o religiosos, sino que la cotidianidad, el hecho de convivir en círculos multiculturales y la justificación de la escala de la ciudad, nos facilitan la haragana excusa que buscamos para no adorar. Pero la realidad no está lejos de la duda. Es cierto que no visitamos con frecuencia, nuestras iglesias.

En parte hasta se lo pudiéramos achacar al hecho de que la mayoría de nosotros los dominicanos, vivimos en los Estados que menos acuden a la iglesia. Es conocido, que las poblaciones de New York, New Jersey, Florida, Massachusetts y Pensilvania, son las que menos asisten a las iglesias. En el mejor de los casos, los habitantes de Pensilvania asisten en un 29%, mientras que los de Massachusetts en apenas un 22%, visitan semanalmente una iglesia.

También existe el hecho de que nuestros pastores o jerarcas católicos son pocos conocidos, fuera de sus roles administrativos o de sotana. Aquí no bien sabemos el nombre del Cardenal local, ni del Arzobispo que rige sobre la demarcación en que vivimos. Es más, no recuerdo la última vez que vi una publicación o referencia televisiva del Monseñor de turno. Ninguno de ellos, andan opinando sobre asuntos políticos o sociales, al menos que estos temas trasciendan los parámetros del civismo.

Es cierto que los dominicanos que vivimos en América no somos tan entregados a reunirnos en iglesia, como lo hacemos en la Patria. Y es cierto que al llegar aquí, no somos menos creyentes, pero si más haraganes. Y para excusa, ya les di suficiente. Sin embargo, cuando se avecinan esos días Santos de abril, ahí sí que de manera holística, los criollos hacemos presencia en nuestras iglesias católicas y cristianas. Aunque al salir de ellas, jugueteamos, buscando huevitos rellenos de chocolates y golosinas.

La diversidad tiende a diluir las tradiciones culturales, por substitutos comerciales que se proyectan como inofensivos, en el que todos aparentemente participamos, sin importar nuestras procedencias culturales o creencias religiosas. Para el bien colectivo y la convivencia, a veces tenemos que ceder costumbres, aunque estás sean religiosas.

Las tendencias de hoy van hacia dos extremos. Por un lado, los radicales, que en su insistencia sobre la permanencia de prácticas, rutinas o costumbres validadas por el tiempo, reúsan a cambiar o aceptar que el mundo tiende hacia ser mejor. Contrapuesto a esa radicalización, está el de la inclusión y colaboración, que motiva la fluidez de vivir en comunidad, sin importar raza, credo o género.

Entonces en un día como hoy, tenemos que preguntarnos, ¿son tan malas las aperturas mediáticas, las experiencias compartidas, las referencias televisadas, el acceso a las opiniones con o sin fundamento, la humildad, el orgullo, el compartir, la falta de individualidad o el exceso de ella, el nosotros sobre el tú y yo, conjuntamente con la eventual transgresión de lo comercial sobre lo habitual? Pregúnteselo muy seriamente. El enfoque preocupante sigue siendo el énfasis comercial y temor de perder la condición individual o colectiva de un grupo.

De esto he aprendido algo. Que el que quiere dejar de ser algo por ser otra cosa, no necesita del mercado o las influencias publicitarias para hacerlo. La particularidad de cada quien está impregnada en su interior y su psiquis. Si ha de ser, que prontamente también se diluyeran los elementos de la Patria que nos definen, mi respuesta es que debemos ver a nuestro alrededor, y ver que tanto hemos influenciados a otros con las nuestras. La ventana de la vida es muy pequeña para determinar pérdida o ganancia de algo o nada.

Ahora, regresando al orden religioso, me pregunto sobre aquella tradición de cuando niño. ¿Cuántas quemas más, le quedan a Judas?