Michel Foucault señala en Tecnologías del yo, la relación que descubrió entre los modos de dominación ejercidos sobre la subjetividad. El autor francés distingue cuatro modos de poder sobre los individuos, a saber: las tecnologías de producción, las de sistemas de signos, las del poder y, por último, las tecnologías del yo. Estas “hermenéuticas del sujeto”, puesto que todas ellas buscan de algún modo la transformación de la persona, las estudió tanto en el paganismo como en el cristianismo primitivo. A partir de esta lectura me inquieta la manera fragmentaria en que estas tecnologías se han dado en nuestro país o lo que es lo mismo cuál ha sido el producto de una aplicación fragmentaria de esta dominación sobre los sujetos.
¿Por qué digo fragmentaria? Estas cuatro tecnologías, nos señala el propio Foucault, se dan juntas. Las dos primeras entran en el ámbito del saber tecnocientífico y lingüístico; las dos últimas se enmarcan más en una serie de prácticas enfocados en lo que él denomina como “cuidado de sí” o la “preocupación por sí”. No significa que en las últimas no haya cuerpo teórico y ciencias que la encarnen, sino de que su impacto en la cultura se hace a través de las prácticas socializadas, pero es harto evidente que le acompaña un cuerpo teórico bastante sistemático y claro. En este sentido, lo fragmentario de nuestro acercamiento a los esquemas de dominación de la subjetividad, dígase la dominación del poder y la dominación de sí, han sido efectivos como prácticas impuestas y no como proyectos teóricos dilucidados.
En ello nos fundamentamos para señalar que las prácticas de dominación heredadas de nuestro pasado colonial se convierten en habitus, esto es, poseen no un “corpus” teórico que las justifique sino un modo de realizarse y expandirse ligados al modus vivendi. El cuerpo teórico se realiza de modo posterior al fenómeno y sirve de justificación conceptual de las prácticas existentes. De ahí la necesidad de enfocarse en las prácticas de colonialidad (del ser y del poder) y no en una vaga historia de las ideas en nuestro país. Trabajo este que hasta la fecha veo muy en ciernes, los nuevos historiadores y sociólogos se acomodan a transitar los viejos caminos que sus homólogos dominicanos han trillado.
La fragmentariedad de estos modos de dominación se da, primero, en la fragilidad del saber del sistema educativo. Una muestra fehaciente la tuvimos cuando el Dr. Fabio Abreu publicó un estudio, a inicios de los años noventa del siglo pasado, sobre el nivel de desarrollo de los alumnos de bachillerato, de colegios y escuelas, en narración, argumentación y descripción. Este estudio fue el primero en su género y confirmó lo que los documentos internacionales habían dicho: nuestros alumnos de bachillerato apenas podían mal escribir y comprender en estos tipos de textos. Lo mismo podríamos aducir del sistema de poder y sus tecnologías en términos de irrespeto a las normas, impunidad y selectividad del castigo previsto bajo la ley. La universalidad de la norma, el imperio de la ley apenas alcanza al negro y al pobre como una constante práctica histórica.
Los análisis que he realizado en otros momentos sobre las expresiones culturales que dicen nuestro imaginario colectivo, como particular modo de expresión del ser, se han realizado movido por esta búsqueda de una hermenéutica de la subjetividad a través de la vía larga del lenguaje y de los signos en que nos expresamos como somos. La pregunta por la identidad o “el espíritu” propio, nuestra “figura de sí”, es la constante. Pregunta esta que debe ser respondida desde las prácticas cotidianas generadas históricamente y transmitidas de generación en generación a través de la cultura. De esta forma, la filosofía como práctica hermenéutica se adhiere a lo real y busca de alguna forma servir de acicate en la comprensión y transformación de lo propio, tanto a nivel individual como a nivel colectivo.
Michel Foucault no es un autor desconocido en nuestro país. Como me señalaba un amigo filósofo, aquí se lee filosofía; pero el problema es qué hacemos con lo que leemos, cómo nos permite dar una visión distinta de lo que somos y vemos que somos. Aquí está el aporte necesario del filosofar.