Recientemente estuvo de visita en el país el Doctor Luis Ulises Rojas Franco que hace décadas ejerce como cardiólogo en la vecina isla de Puerto Rico a quién desgraciadamente no veía desde hacía unos cuarenta años aproximadamente, cuando estando él de turista en París en compañía de su pareja de entonces, les ofrecí un city tour por los lugares más emblemáticos de la capital francesa.

Entre mis primos maternales y paternales y quizá por ser el primogénito del hermano más pequeño de mi madre el dentista Luis Rojas Pérez, desde niño Lichi representó como una especie de vedette para toda su parentela, al extremo que una foto tomada durante la celebración de du primer año de vida prestigiaba la sala de mi casa  mientras de nosotros, sus inquilinos, nunca fue exhibido un agasajo de esta naturaleza.

Sus visitas a sus familiares de Santiago desde su natal Puerto Plata se anunciaban con días de anticipación como si de una estrella de Hollywood se tratara, y sus sobresalientes calificaciones escolares asociado a su atlética apostura corporal y a la espontánea simpatía que su presencia suscitaba, contribuían no poco a que en Bella Vista y Clubes de la ciudad su llegada significara  todo un acontecimiento.

En la residencia universitaria de San José de Calasanz en Santo Domingo era el ocupante que la mayoría de los estudiantes de Medicina procuraban para el esclarecimiento de cierto principios y criterios, estando además siempre dispuesto a participar en las travesuras y diabluras que los internos en estas instituciones de todo el mundo cometen como testimonio de las ocurrencias típicas de la juventud.

Graduado con altas calificaciones y luego de haber ejercido un tiempo en el país se marchó a la isla del Encanto donde se especializó, brindando desde los años setenta de la centuria pasada sus prestaciones médicas tanto a boricuas como a dominicanos que viajaban a consultarle, no exagerando al señalar que era, y es todo un referente, en lo concerniente a la víscera que sirve de asiento a la vida sentimental de cada uno de nosotros.

Se dice con sobrada razón que larguísimos son los minutos si se cuentan los segundos,  y que ocho años son a final de cuentas muchos días.  Si los lectores están de acuerdo con ello también estarán en consonancia conmigo al imaginar que una ausencia de cuarenta años es suficiente para hacer irreconocible a un familiar o amigo, que fue precisamente el  espacio de tiempo transcurrido desde la última vez que vi al Doctor Rojas Franco.

No obstante la minusvalía somática que cuatro décadas causan en los seres humanos al pasar de los 30 años de vida a los 70 y tantos, cuando avisté a Lichi junto a mi hermano mayor en el nuevo Carrefour del flamante Downtown  Center de esta capital, de inmediato reconocí  a quien en su adolescencia hacía las delicias de sus tías, primos y en particular de mi madre Avelina Rojas

En estos tiempos líquidos, como bien dice el pensador polaco Zygmunt Bauman – premio Príncipe de Asturias 2010 -, resulta complaciente encontrar algo sólido resistente, que no cambia a pesar del devastador paso del tiempo, pues el lenguaje gestual de Luis Ulises, sus homéricas carcajadas, el cotilleo propio a todo puerto plateño y su carácter festivo reproducían  con fidelidad sus coordenadas juveniles.

Algo que cuando jóvenes no podemos apreciar es,  que en el otoño y al inicio del invierno de nuestra existencia los hijos terminamos pareciéndonos físicamente a nuestros  padres, y por ello Lichi acusa en la actualidad un parecido asombroso con tío Luis y tía Moraima respectivamente, un caso excepcional entre aquellos que en su gerontolescencia – más de 65 pero menos de 80 años de edad – evocan facial y espiritualmente a sus ascendientes.

Contrariamente a lo esperado y en franca oposición a las naturales amarguras sedimentadas en el carácter de cualquier septuagenario, el proverbial sentido del humor y la jovialidad de este especialista en corazones aun sobreviven, representando su disposición a burlarse de sí mismo un encanto suplementario que agrega un mayor atractivo a una personalidad que parece desafíar  el devenir de los años.

Dentro de la informal conversación que se estila en estos casos, era sorprendente su capacidad retentiva, la memoria de  elefante de la cual hacía galas al relatar episodios, incidentes y sucesos ocurridos con parientes, amigos y conocidos, los cuales no solamente  habíamos olvidado sino que tampoco habíamos registrado, advertido, en la época justa en que acontecieron.

En virtud de la deriva comercial, mercurial que el ejercicio de la Medicina está padeciendo en todo el mundo en los actuales momentos y de la virtualidad e impersonalidad de las nuevas tecnologías de diagnóstico, Luis Ulises está inconforme con estas prácticas profesionales, siendo partidario de la vieja usanza de dialogar de tú a tú con el paciente para así poder establecer un real y verdadero dictamen.

No sólo tenían relevancia los históricos y atinados comentarios que nos narraba nuestro primo sino también la nostalgia y añoranzas que despertaban en mi hermano mayor y el autor de este trabajo, y como mis vacaciones universitarias a principios de los años  sesenta del pasado siglo tenían por escenario las playas de Puerto Plata, sus picantes observaciones sobre amigos comunes de entonces me suscitaban una gozosa hilaridad.

El restaurante “La Libanesa” ubicado en los alrededores del Centro Olímpico de esta ciudad fue el local que sirvió de teatro al mejor encuentro que he tenido en el curso de este año 2016, cuya escogencia obedeció a que su actual compañera que responde al estelar nombre de Sol aprecia mucho la culinaria árabe.  Ella lo moteja con el cariñoso y paradójico apelativo de “Gordo”.

Lamentablemente Lichi debió ausentarse el pasado jueves hacia Puerto Rico dejando entre familiares y amigos la agradable y placentera sensación de que aun existen cosas en la vida que no cambian; de que no todo en este mundo es incertidumbre, volubilidad, y que todavía es posible encontrar individuos que nos indican que no todo está perdido en el planeta que habitamos.